La personalidad del político es el dedo; sus políticas, la luna. En muchas ocasiones, cuando los electores creen estar mirando la luna, en realidad miran embobados el dedo que la señala. El proverbio chico dice: “Cuando el sabio señala la luna, el necio mira el dedo”; los expertos en comunicación política dicen: hagámosle una buena manicura a las manos de líder y la gente solo se fijará en la lustrosa perfección de su dedo índice cuando señale la luna.

El dedo de Juan Manuel Moreno Bonilla exhibe sin duda una cuidadísima manicura, pero eso no quiere decir que el presidente andaluz sea pura fachada. Su bien pulida imagen de hombre dialogante, afectuoso y cabal y aun de político sinceramente preocupado por el bienestar de los andaluces no es una mera invención de los estrategas, pues Moreno es, en efecto, todo eso. Desde luego. Pero también es un hombre de genuinas convicciones conservadoras; su habilidad no consiste tanto en haber sabido ocultarlas como en algo mucho más inteligente: en haber decidido aparcarlas, de modo que interfieran lo menos posible en las políticas que le permitirán conservar la simpatía de los votantes y, en su opinión, hacer progresar a Andalucía.

No soy un elefante

A la oposición de izquierdas le cuesta mucho desacreditar a Moreno porque el presidente ha tenido el buen juicio de no entrar en la Administración autonómica como elefante en cacharrería, como Vox pretendía que hiciera. ¿Lo hará ahora que cuenta con mayoría absoluta? Es poco probable. El presidente se ha embutido en el traje de la moderación y se siente a gusto en él. La blanca túnica del ecumenismo ideológico que viene vistiendo le sienta que ni pintada.

El presidente promete una y otra vez que gobernará para todos, pero la política consiste no exactamente en todo lo contrario pero sí en algo muy distinto: en el mejor de los casos, consiste en gobernar para todos pero para unos más que para otros. Se lo explicó muy bien Teresa Rodríguez a Moreno en el debate de investidura: a la líder de Adelante Andalucía tal vez la pierda su convicción de que la política solo es verdadera política si es contra alguien, pero tiene razón al advertir que la pretensión de ‘gobernar para todos’ es una milonga.

Patos y regantes

Si la oposición hace bien su trabajo, no le costará demasiado demostrar que Moreno tal vez gobierne para todos pero seguro que para unos más que para otros. Veamos: la derecha siempre ha pensado que en Doñana hay que “gobernar para los regantes, no para los patos”.

Ciertamente, Moreno se ha comprometido a apostar por una economía verde, pero el suyo es un compromiso que todavía no está ni mucho menos maduro, es un compromiso que se aviene mal con su explícita indulgencia con los regantes que esquilman el acuífero de Doñana: por supuesto que el presidente no pretende desertificar el Parque Nacional, pero sí está persuadido de que legalizar 1.500 hectáreas más de regadío no tiene por qué causar un daño irreparable a la reserva. Los patos lo aguantan todo. Y además no votan.

Colegios y colegios

Dado que los recursos son limitados, si el nuevo Gobierno que el presidente dará a conocer mañana favorece la extensión de la educación concertada, los fondos que esta precisará para su funcionamiento no podrán destinarse a la educación pública; y si el nuevo Ejecutivo mima a la sanidad privada, necesariamente dejará de hacer lo mismo con la pública, y no porque quiera acabar con ella sino porque no habrá fondos suficientes para una y para otra.

En sentido estricto, el presidente no alberga taimadas intenciones privatizadoras con respecto a la sanidad y la educación, pero cree que lo más justo y eficiente para una sociedad es que los ciudadanos tengan la libertad de elegir entre la consulta privada y la pública, entre el colegio concertado y el colegio público e incluso entre la educación mixta y la educación segregada.

La foto y la luna

En el bodorrio de ayer a las puertas de San Telmo para formalizar su toma posesión del cargo, mucho más reveladora que el discurso de inspiración andalucista, alambicado ecumenismo y tics aparentemente socialdemócratas fue la emotiva foto que el presidente se hizo con sus tres hijos pequeños y que de inmediato replicaron profusamente las redes sociales.

Con su esmerada apariencia de niños ricos de serie británica, sus americanas azul-procesión-del-Corpus y sus corbatitas impecablemente anudadas, los hijos del presidente podrían protagonizar con éxito la campaña de cualquier selecto colegio privado para captar nuevas matrículas. Todo lo cual no es, por supuesto, un pecado: es simplemente una opción. Una opción perfectamente legítima, pero una opción inconfundiblemente política. Sin pretenderlo, esa foto revelaba del presidente mucho más de lo que él hubiera deseado. El discurso de investidura de Moreno era el dedo; la foto de sus hijos, la luna.