Fuimos mi altocargo y yo al hoyo 17 a detener el tiempo y lo conseguimos. Un sociata jugando al golf sólo puede significar dos cosas posibles y contrarias: que la socialdemocracia haya alcanzado sus últimos y plenos objetivos o que la socialdemocracia haya alcanzado el grado más alto de descomposición doctrinal. Elijan la que quieran.

A pesar de mi interminable juventud y de que el periodismo siempre me pareció una profesión mejorable (los más críticos pueden leer aquí “de mierda”, sin ningún problema), una tiene la mochila repleta y acumula historias a caballo entre dos siglos, en fin. Puedo citar y cito entrevistas a Henry Kissinguir, a pesar del inglés macarrónico y que le robé la conversación cuando paseaba por La Alhambra con Alfonso Guerra. Puedo citar a Suárez, que fumaba y me miraba las piernas. Y a Felipe, que se miraba a sí mismo mientras yo temblaba, no sé si de emoción. A Fraga en un desayuno con diez tomos y a Carrillo envolviéndome en el humo de su tabaco hasta que apenas lo veía sino a través de su voz. A Carlos Cano, que me dijo que la melancolía es la utopía de la tristeza. Puesto de titular a cuatro columnas, quedaba del carajo. Pepe Hierro me dibujó un retrato mojando el dedo en güisqui. Todas estas entrevistas y otras muchas tenían siempre la misma música: el protagonista era invariablemente el entrevistado y nunca la entrevistadora, disculpen el pleonasmo.

Ya sabemos que Bertín es un chico simpático de derechas que canta tirando a mal, escaso bagaje para atreverse a una entrevista bastante política con el insufrible emperador Aznar. La cosa quedó muy gazmoña con los lamentables lametazos (ideológicos) de Bertín, convertidos (por fortuna) en un penoso dato de audiencia. A estas alturas del baile lo verdaderamente descorazonador no fue la contumacia en la mentira de Estado que (nos) costó tantas vidas, sino la terrible certeza de que, de alguna manera, mintiendo sin pudor sobre las armas de destrucción masiva y sobre la autoría del atentado de Atocha, Aznar estaba ya preconizando la era de la posverdad.

El Loco de la colina es el personaje de Quintero que se ha mestizado con su autor y que se resiste a evaporarse, agarrándose con las uñas a la empinada pared de los años. Quintero (y sus guionistas) consiguió con sus medidos silencios darle un aire flotante a los espacios de entrevistas en los que el protagonista no es el entrevistado sino el entrevistador. La vida me ha dado para varios cruces con El Loco, cruces que han ido teniendo la cadencia de su propia relación con el mundo: si bien, bien; si mal, muy mal. Porque si las cosas iban bien, El Loco cree, no sin cierta razón, que es un genio místico que le hace preguntas sin respuesta a la eternidad. Eso sí, muy bien pagadas. Si las cosas iban mal, que suele ser últimamente siempre, la culpa la tienen todos los hijos de puta de ahí afuera, desde los presidentes de gobierno a los directores y empresarios de televisión y radio, los banqueros, los periodistas y la humanidad.

Alguien que me piensa (bien y mucho) me ha hecho llegar el youtube viral del agarre entre Alsina y Quintero, un abismo entre dos mundos en el que Alsina le hace saltar las costuras y las amarguras. La nostalgia de Quintero no es la nostalgia de un mundo mejor que nunca existió, es la nostalgia de sí mismo. Es la patética manera de rebelarse contra el maldito estigma de la vejez inevitable. El Loco vive de creerse, porque le interesa para mantenerse en el engaño, que todo lo que le rodea es basura, menos él. Como todos sabemos, El Risitas y El Peíto, la señora que tenía orgamos mientras era entrevistada o la exhibición impúdica de muñecos rotos pertenecen al más alto peldaño de la televisión de calidad.

Hace quince o veinte años El Loco ya iba murmurando que iba a publicar un libro que llamaría “Mis queridos hijos de puta” en el que aparecerían todos los cabrones que le han puesto trabas a su ingenio inacabable. El mismo libro que le dijo a Alsina que tenía entre manos, para echar gasolina al fragor de la disputa entrambos. Sospecho que de ese libro aún no se ha escrito una línea y que no verá la luz nunca. Sencillamente porque la lista de hijos de puta de El Loco se está haciendo interminable. Dice mi altocargo que menos mal que perro no come carne de perro.