La pandemia, este tiempo que nos ha tocado en suerte vivir, tiene multitud de vivencias distintas que ni contando veinte historias distintas darían para retratar el tren de emociones que vive cada uno de nosotros.

El miedo es generalizado, pero con muy distintos grados entre los ciudadanos. Y es que hay muchos tipos de miedos, unos más racionales que otros, y ante los cuales “ca uno es ca uno”. Recordemos que es normal sentir miedo, las circunstancias no son para no tenerlo, ahora bien, dejar que este miedo nuble nuestro juicio, nos haga perder la empatía, y nos despoje de la cordura ya es otra cosa.

El miedo es un mecanismo de supervivencia, pero como bien saben los que trabajan en unidades de emergencia y en cualquier otro tipo de profesión o cualquier actividad de riesgo, el miedo nunca debe de tomar el timón de nuestras decisiones. Hay que dominarlo. Es un esfuerzo constante.

El miedo nos puede llevar a tomar decisiones que carecen de verdadera lógica al entrar en pánico. En ese estado, la parte más irracional de nuestro ser toma el control, y eso, aunque evolutivamente tenga su utilidad, no necesariamente es lo más recomendable. Los instintos milenarios arraigados en nuestro genoma ofrecen respuestas muy limitadas y a veces muy contraproducentes para el sujeto. Del submarinismo, algo que solía practicar, recuerdo mucho cómo nos explicaban que. durante un ataque de pánico, cualquiera puede acabar quitándose el regulador, y por tanto dejar de tener el dispositivo que le proporciona aire y con el cual podemos sobrevivir inmersos en el agua a varios metros de profundidad.

Cuando un colectivo cae presa del miedo, las desgracias ocurren porque se refuerzan respuestas que tienen que ver más con el pánico que con la razón y es que, la verdad que creemos tener, se ve reforzada, y mucho, porque apreciamos que es una opinión compartida por otros.

La tierra era plana según opinaba la inmensa mayoría del mundo hace tan solo 500 años. Esa era la verdad... y aún hay gente que lo sigue pensando.

Hoy, desgraciadamente, vemos que el miedo entra en los corazones de mucha gente, en gran medida, por la sobreinformación, que aumenta falsamente nuestra sensación de riesgo. Pero no solo se trata de estos miedos que nacen del interior, sino también porque nos contaminan de la emoción. Y para mí que lo veo, me resulta muy duro presenciar el que haya personas dirigiendo y orquestando activa, y conscientemente, la fabricación de los elementos del miedo.

La libertad de expresión, no es la libertad de intoxicación. El bombardeo de bulos, la fabricación y difusión de los mismo, por aquellos que esperan obtener un beneficio de tu miedo, de nuestro miedo... Eso no es libertad de expresión, es pura y dura intoxicación. Y una violación de la integridad moral nuestra que somos los receptores de estos mensajes tan astutamente utilizados.

En mi opinión, cuando te inoculan miedo infundado para beneficio de otro, atentando contra tu bienestar mental, no te están informando, te están agrediendo. Como el bullying, que es agresión, a nadie se le ocurriría que está bajo el amparo de la libertad de expresión, reconocida en nuestra Constitución, la difusión de bulos y mentiras para provocar miedo. En el contexto actual, son bullying del peor.

Y cuando tus amigos, cuando tus representantes no te quieren proteger de esta agresión, es más, cuando ellos son la fuente de esta agresión, están fallando en su más elemental compromiso contigo. Indignos de la confianza que les depositas y que abusan de ella como un maltratador abusa de su mujer que no puede evitar amar a su agresor, que no puede evitar ser víctima.

Si tus representantes, cuando más necesitas que sean un faro de luz en estas tinieblas, te están apagando las pocas luces que tenías para sobrellevar esta dura noche, está claro que tienes una relación tóxica. Debes huir de ellos.