En un ambiente político de reinterpretación de la Historia que ha llevado a las élites conservadoras a justificar el golpe de estado del 36 y ensalzar la gestión de los gobiernos de la dictadura de Franco, conviene recordar que el aporte esencial de Blas Infante a la construcción de un ideario político andaluz se sustenta en dos cuestiones que en su momento, como ahora, enraízan con aspiraciones claramente progresistas y que, lamentablemente, tras 43 años de Democracia y 40 de la aprobación del Estatuto de Autonomía, siguen siendo las asignaturas pendientes para la clase política andaluza: la desigualdad social respecto al resto de territorios del Estado y el subdesarrollo económico como causa fundamental de esa brecha que nos ha condenado a ser históricamente la hermana pobre de esta España que abraza un centralismo asfixiante para los territorios periféricos.

Nadie puede negar que el Estado de las Autonomías le ha sentado bien a Andalucía. La transferencia de competencias desde el Gobierno central ha posibilitado la construcción de sistemas públicos de Educación y Sanidad como impulsores del bienestar social y garantes de la igualdad. Sin embargo, la brecha de desigualdad respecto al resto de España sigue siendo la misma que hace cuatro décadas. El motivo lo hallamos –en buena parte- en la ausencia de políticas económicas netamente andaluzas, diseñadas por y para los intereses estratégicos de esta tierra y sus gentes.  Resulta escandalosamente incomprensible que Andalucía no cuente con un plan de productividad agrícola que ponga en valor las tierras públicas; una planificación industrial que dote de valor añadido a la producción de los campos andaluces como paso previo a su exportación; o nuevas estrategias turísticas capaces de anteponer la preservación del patrimonio natural a la destrucción del litoral.

Por eso también es conveniente recordar, como apuntaba Infante, que “no podemos ser sólo Europa, somos Andalucía”, o lo que es igual, asumir nuestra condición de pueblo maduro, con especifidades autóctonas que piden a gritos soluciones que ningún Gobierno desde Madrid o Bruselas ha sabido atajar.  Ante la llegada de una nueva oleada de políticas expansivas y fondos para desarrollo no debemos incurrir en los errores del pasado: sólo una visión predominantemente andaluza puede ser la brújula para una gestión acertada e inteligente de los fondos de reconstrucción Next Generation que posibiliten el crecimiento y diversificación económica de Andalucía. Si permitimos que el desarrollo de nuestra tierra sea nuevamente teledirigido desde Madrid y Bruselas estaremos abocados al fracaso, estaremos poniendo en manos ajenas decisiones que corresponden al pueblo andaluz y sus aspiraciones históricamente insatisfechas de convergencia social y productiva. ¿Por qué? Es sencillo, y los hechos lo evidencian, la política centralista se ha demostrado ineficaz por su desconocimiento de las realidades territoriales. No sólo no reconoce los movimientos y reivindicaciones que emanan de la desigualdad histórica que atraviesa este territorio, sino que otorga roles a cada comunidad en función de prejuicios que nada tienen que ver con sus aspiraciones y características singulares. Andalucía es percibida en Madrid como un espacio de recreo estival y un reducto subsidiado del viejo modelo de explotación agraria, una visión sesgada que se convierte en problema desde el momento mismo en que servirá de fundamento para la distribución de fondos.

Las políticas de reconstrucción post-covid no pueden servir para relanzar la industria turística y el pelotazo urbanístico como elementos prioritarios del sistema productivo, sino ir más allá y entender que precisamente la hiperdependencia de estos dos factores nos ha anclado al subdesarrollo, la precariedad laboral y una patológica debilidad ante las crisis económicas. No habrá reconstrucción socioeconómica ni un proyecto soberano andaluz si no somos capaces de concebir un modelo que ponga fin al problema endémico de esclavitud laboral enraizado en sectores como la recolección hortofrutícola o el turismo; y como no, la precariedad derivada de la concepción mercantilista y patriarcal del mundo de los cuidados. No habrá reconstrucción si el talento andaluz tiene que seguir emigrando para satisfacer sus aspiraciones sociolaborales, no habrá una Andalucía con futuro si no activamos un sistema de aprovechamiento energético de los recursos renovables que amplifique el mercado laboral y aumente nuestra competitividad.

Madrid y Bruselas deben dejar de mirar Andalucía con sus gafas de prejuicios y, desde la óptica andalucista defendida por Blas Infante, asumir que las andaluzas tenemos el derecho -y la oportunidad justo ahora- de hacer realidad nuestras aspiraciones en un ambiente en que el escaso tejido productivo andaluz se tambalea exhausto por la crisis y las constantes deslocalizaciones. En esta línea, el cierre de la factoría Airbus de Puerto Real ha sido el vergonzoso penúltimo capítulo de la desindustrialización planificada desde los despachos de grandes capitales europeas ajenos a la realidad social andaluza y a nuestra necesidad de apostar por centros productivos de alto valor añadido y sus entornos auxiliares que diversifican y enriquecen  laboralmente el territorio.

Por todo ello, hoy la soberanía del pueblo andaluz que reclamaba Blas Infante es el flotador al que debemos sujetarnos para arribar con éxito a la orilla del crecimiento y la igualdad. Recordar a Blas Infante es justo y necesario, lo es tanto como pasar de los homenajes institucionales a reclamar desde cualquier espectro político nuestro derecho a ser protagonistas de las decisiones que van a determinar nuestras vidas y las de los andaluces del futuro.

(*) Libertad Benítez es portavoz de Podemos Andalucía.