“Es la pantalla más grande que he visto nunca”, comentaba un chaval a otro medio impresionado. No era una escena de El espíritu de la colmena y puedo asegurar que nadie esperaba ver a Frankenstein en aquella pantalla. Sucedió hace unos días en la presentación del largometraje documental ‘Alalá’ en su barrio, Polígono Sur, en concreto en el patio del Centro Cultural Esqueleto de Las 3000 viviendas,  en el que se instalaron de la mano del ayuntamiento de la capital, y como acto especial de la Bienal de Flamenco, la mencionada pantalla y unas filas de asientos que llenaron los habitantes del barrio, que no querían ver otra cosa que a ellos mismos y sus calles maltrechas, iluminadas desde hace un tiempo por una nueva esperanza.

Alalá, que en caló significa “alegría”, es el nombre de una fundación que lucha por la integración de personas en riesgo de exclusión social, muchas de ellas de etnia gitana, a través de los valores del arte y la cultura. En el documental del mismo nombre, dirigido por Remedios Málvarez, se refleja uno de sus proyectos, la escuela de arte en la que se imparten clases de flamenco (baile, cante, percusión y guitarra) a los niños del barrio por parte de profesionales del compás, con la colaboración especial de artistas de la talla de Arcángel, Rosario “La tremendita” o Pastora Galván.  Muchos de esos niños se encontraban en la proyección, viviéndola con especial emoción. “¡Maestra!”, gritaban algunos al ver aparecer a una señora canosa, antes de abrazarse a ella.

'Es vuestra película'

En el centro del proyecto, la figura de Emilio Caracafé, guitarrista del barrio que ejerce de profesor y alma de la escuela. La actitud de la gente hacia él es de pura veneración. La propia directora se dirige a él para reconocerle en público su implicación en la película “delante de la gente de tu barrio”, algo que no hizo en la primera presentación, en una sala del centro. Caracafé incide únicamente en que “la intención de todo esto es que los niños no dejen los estudios con 14 o 15 años. Miramos por ellos, porque tengan un futuro”. Málvarez señala que “hemos contado lo que nos habéis contado. Lo que nos habéis dado es muy grande. Es vuestra película”. La representante de la asociación reivindica también el talento de Las 3000 viviendas, que “tiene muchas cosas que aportar. Necesita el apoyo del resto de la ciudad”.

La proyección comienza con retraso, entre apliques en el sonido. Un señor está a punto de marcharse impacientado, aunque al final se queda y se emociona hasta el llanto con las imágenes de una animada fiesta nocturna, pasando a la carcajada cuando el sonido de un coche de policía acompaña un plano del despertar del barrio (“¡ya están aquí!”, comenta en voz alta sin dejar de reír). En su primera mitad, Alalá recorre las calles del barrio de forma exhaustiva, mostrando lo que muchos sevillanos no se atreven a ir a ver, como si pasar por allí supusiera la pérdida automática del coche, la cartera y el flamante Smartphone.

Un diálogo de antología

Las emociones están a flor de piel durante la película. No son pocos los aplausos espontáneos ante el virtuosismo de algunos de los niños, aunque las principales ovaciones van para el antológico diálogo de una abuela de 35 nietos con una vecina del barrio, y para otro vecino, de origen africano, que no para de profesar su amor por Camarón, “las papas aliñás y las papas con chocos”. Aunque decae algo el interés en la segunda mitad del film, más centrada en los artistas invitados, el aplauso del final es bastante más sonoro que el del inicio. Pura alalá, o más bien jolgorio, cuando al encenderse las luces se forman un par de corrillos en los que unos tocan las palmas y otros bailan. Presentaciones de películas hay muchas. Como esta, muy pocas.