En la práctica se trata de un ejercicio imposible, pero en la teoría es fácil de plantear: ¿en qué términos se desarrollaría nuestro debate público sobre la pandemia si los actores que toman parte en él no conocieran de antemano el color político de quien toma las decisiones que tanto alaban unos como atacan otros?

Puesto que el problema que tiene el país, y el mundo entero, es de orden sanitario, las medidas que se están tomando en el país, y en el mundo entero, son de matriz sanitaria o epidemiológica, no política. La perversión de nuestra conversación nacional es que dichas medidas son evaluadas como si estuvieran inspiradas por la ideología y no por la ciencia.

En cuanto a la economía, como recordaba hoy en Canal Sur Radio el presidente del Observatorio Económico de Andalucía, Curro Ferraro, las medidas que se están tomando son de naturaleza similar en todos los países, sea cual el color del Gobierno. Y lo mismo pasa con las sanitarias, aunque en cada país se acomoden a su particular estructura económica o al impacto del virus.

Ciertamente, en los análisis de la lucha contra la pandemia deberíamos hablar mucho más de ciencia y mucho menos de política, pero, como de ciencia entienden muy pocos y de política casi todos, solemos llevar el debate al terreno de esta última, donde basta con conocer la filiación política de quien toma la decisión para despacharla con pitos o con aplausos.

Ideología en estado puro

En puridad, la única propuesta de naturaleza estrictamente ideológica de cuantas han sido implementadas o proyectadas por el Gobierno, la única realmente es la reforma fiscal que intenta que los perceptores de rentas más altas y rendimientos de capital paguen más impuestos. Grandes fortunas, servicios digitales de multinacionales o transacciones financieras pagarían nuevos tributos, al tiempo que rentas superiores a los 130.000 euros verían incrementados sus tipos fiscales.

He ahí un ejemplo de ideología en estado puro y en el mejor sentido de la palabra. Ahí sí tienen las derechas todo el derecho del mundo a afilar las uñas y enseñar los dientes. Ahí sí. Mientras, estaría bien que todas las energías hasta ahora dedicadas a dilucidar si Málaga, Granada o Albacete deberían haber pasado a la Fase 1 empezáramos a dedicarlas a debatir si es justo, viable o eficiente subir los impuestos a las clases más acomodadas.

Y sin embargo llevamos 60 días de bronca perpetua. Los mismos 60 que dura ya el estado de alarma, y ello a pesar de que cuesta mucho detectar un sesgo propiamente ideológico en las medidas adoptadas por el Gobierno central o propuestas por los autonómicos para frenar la pandemia del Covid-19.

Las autonomías, pongamos por caso, remiten al Gobierno informes muy técnicos de cientos de páginas para justificar su solicitud de cambio de fase en el desconfinamiento progresivo de sus territorios. A su vez, asesores y funcionarios altamente cualificados del Minisrerio de Sanidad analizan minuciosamente tales informes autonómicos y proponen qué hacer en cada caso, avanzar a la fase siguiente o permanecer en la actual.

Pues bien, esos criterios científicos y baremos sanitarios pacientemente elaborados llegan al debate público convertidos en saetas envenenadas, en proyectiles ideológicos que poco o nada tienen que ver con lo que funcionarios y asesores escribieron en sus informes. Ellos buscaban soluciones mientras políticos, periodistas y ciudadanos buscamos culpables, haciendo acopio de los delitos y faltas cometidos por quienes no son de los nuestros.

Lío en el quirófano

Es como si en un quirófano, con todo a punto para una intervención a vida o muerte, las discrepancias entre los cirujanos sobre cuál sea el mejor modo de abordar la operación fueran objeto de un feroz debate entre enfermeros y familiares del paciente, donde unos defendieran la propuesta quirúrgica de tal médico porque estudió en una universidad del Opus o aquellos respaldaran la de tal otro porque se formó en una pública.

Quienes se sitúan a la izquierda no tienen duda de que la derecha española no juega limpio y boicotea al Gobierno incluso cuando está en juego la salud y la economía del país.

El problema no es que tal percepción de la gente de izquierdas esté o no justificada, pues a fin de cuentas es muy complicado demostrarlo. No, el problema es que millones de personas de buena fe que simpatizan con la derecha piensan exactamente lo mismo pero al revés: que el Gobierno es un completo inútil y está aprovechando la pandemia para ir sentando sigilosamente las bases que harán posible un cambio de régimen.

¿Habrá alguien capaz de alzarse sobre esa agotadora melé, de modo que demos a la ciencia lo que es de la ciencia y a la ideología lo que es de la ideología y, ya de paso, restituyamos a la prudencia lo que es de la prudencia y arrebatemos a la necedad lo que lo que nunca debimos permitir que se apropiara?