Las elecciones catalanas son como esa discusión de pareja por ver quién lava los platos que va enredándose para terminar en lo de siempre: la x de la ecuación, la incógnita. Aquello que se promete superar siempre, pero que, cuando los nervios afloran, reluce de nuevo. Cada cual tiene su enredo particular, su discusión inacabada, su tema recurrente. En el caso de los comicios de la Generalitat es la independencia: ni la cárcel, ni el voto mayoritario a partidos constitucionalistas, ni la cobardía de algunos de sus promotores ha conseguido frenar el discurso de estelada oprimida.

Cuando el recuento finalice, habrá tiempo para hacer análisis interesados sobre los pactos futuribles en este ‘procés’ interminable. Ahora mismo toca hablar de la previa, del marketing político cargado de eslóganes y promesas. Y es que, si bien las elecciones catalanas son diferentes a las del resto de autonomías, hay algo muy español en su preparación: pocas cosas resultan tan bochornosas como la cursilería política en campaña electoral.

Los ingredientes de esta cita la hacen todavía más entrañable. La presidencia se la juega una imputada que se presenta para dar voz a un exiliado, un segundón que depende de la fidelidad que consigan arrancar los del tercer grado y un ministro que llega a Cataluña haciendo que el que estaba en Cataluña se convierta en ministro. Desde la distancia, haciendo malabares en Madrid, la que ganó las últimas elecciones bastante tiene con apreciar cómo su formación pide abrazos con fotografías de bancos de imágenes que no permitían su utilización. Y creíamos que lo más raro iba a ser votar en plena tercera ola.

A la poca inspiración que hay que tener para recurrir a imágenes de las que vienen en el fondo de pantalla de un móvil nuevo, se suma la frase que acompañaba en el reverso de la súper idea de Ciudadanos: “Unir es molt, molt, molt, molt, molt, molt, molt, molt més bonic que separar” (Unir es mucho (x8) más bonito que separar). Y oye, ‘ancha es Castilla’. Pero no os confiéis, que todavía queda una semana: estos, capaces a crear una cuenta de Twitter a un perrete que huele a leche o pedirle a Girauta que se cante algo por los viejos tiempos.

Pero si les falta inspiración siempre pueden fijarse en Pablo Casado, que, ni corto ni perezoso, se plantó en una granja de cerdos para hablar del "lechón, cochinillo y tostón". Producto autóctono de Lleida que promocionó aislándose del carnaval de titulares que protagonizaba su partido tras las revelaciones de Luis Bárcenas. No es de extrañar que el posado acariciando un cerdo le pareciera a Alejandro Fernández tan blando que al día siguiente recurriera a Cayetana Álvarez de Toledo y a Alejo Vidal-Quadras, no vaya a ser que a estos de Vox les dé por anotarse el tanto que ya le conceden las encuestas y superarlos en diputados.

Y no será porque lo estén haciendo bien. A Ignacio Garriga habría que decirle que no se salga del guion de los menas-okupas-catanazis-golpistas porque, cada vez que lo hace, al pobre lo dejan temblando. La más graciosa, y preocupante, fue cuando trató de esquivar una pregunta sencilla en la televisión pública: ¿Cuánto presupuesto tiene Cataluña? Sudores fríos aparte, y tras la insistencia de la entrevistadora, dijo que “27 o 72 millones”, para acabar quedándose con la primera cifra. “Son 30.000 millones”, le corrigió su interlocutora. “Pues casi”, zanjó el de Vox.

Ay, los números. Porque al final va de eso, del baile de cifras. El 14 de febrero tendremos las definitivas y, para entonces, Garriga podrá estar tranquilo y volver a su veto permanente a los medios, no vaya a ser que se convierta en carne de meme en la red. Como Albiach y su rap. Como todo en campaña.  

Lo de Àngels Chacón politizando con la muerte de Carme, mejor no comentarlo.