Twin Peaks ha vuelto a la televisión, 25 años después, para volver a revolucionarla. En torno al mítico agente especial Cooper, inmerso en una doble condición realista y pesadillesca (que son las dos caras de esta serie), gravita la tercera temporada de Twin Peaks, que en Estados Unidos se emite en la cadena Showtime, y apenas 24 horas después, cada capítulo llega a España, a Movistar+. Visto con distancia, algo de este protagonismo presagiaba ya el final de la segunda temporada, que terminaba con este miembro del FBI dándose un cabezazo de poseído (por el malvado Bob). ¿Qué le esperaba a Cooper después de aquello? Ahora es el futuro, se va desenredando la madeja de estos 25 años, con los 18 capítulos de esta tercera entrega de la serie aterrizando en un panorama televisivo inundado de series claramente en deuda con ella, ya sea por sus estructuras narrativas que dosifican la trama (Mad Men, Breaking Bad), o por su componente extraño, basado en incógnitas y una estética personal (True Detective, The Leftovers).

Inauguró la televisión de autor

Twin Peaks es una obra maestra de David Lynch y Mark Frost que se mantiene en esta nueva era en su estructura de surrealismo, melodrama, misterio y mezcla de géneros, que en su día constituyó un golpe de frescura, de libertad creativa en medio de una ficción televisiva poblada, sobre todo, de sitcoms. Aunque Lynch no era, ni mucho menos, el primer cineasta en sacudirse los prejuicios y lanzarse a crear en la pequeña pantalla (pensemos, sin ir más lejos, en Hitchcock), aunque los directores de entonces sí veían por encima del hombro la televisión, mientras que hoy se dedican a ella encantados de la vida (así lo han hecho Ridley Scott en The Good Wife o Steven Soderbergh en The Knick). Twin Peaks abrió también senderos para el cine, aquellos en los que el espectador ha de preguntarse qué está viendo, en qué nivel se encuentra. Senderos que luego seguirían cineastas como David Fincher en El club de la lucha , Christopher Nolan en Memento o Spike Jonze y Charlie Kaufman en Cómo ser John Malkovich. Todas estas transgresiones las culminó el director aun a pesar de dirigir solo seis de los 29 capítulos de las dos temporadas que tuvo la serie entre 1990 y 1991, desertó de la batuta en gran medida por desavenencias con la cadena, y porque ya tenía entre manos Carretera perdida. En esta tercera y nueva vida de Twin Peaks que ahora presenciamos, el director sí se está encargando de los 18 capítulos.

Un espectador muy cambiado

Una nueva etapa que se encuentra también con un nuevo espectador. Si en los noventa  nos sentábamos en el sofá a esperar el capítulo semanal de Twin Peaks, ahora los episodios nos llegan a canales de pago, que todavía están despegando en países como España. Así, cada uno ve el capítulo, o incluso la serie entera, cuando le va bien, exponiéndose a los spoilers de las redes sociales, que le han dado una nueva dimensión al fenómeno fandom. El espectador ya es global e instantáneo, se comenta (y mucho) cada episodio, sin esperar a la visión del conjunto de la serie (¿deberíamos?). Buena parte de la audiencia se enfrentan además a las secuelas del asesinato de Laura Palmer por primera vez, porque no vivió las dos primeras entregas, y ajeno al componente generacional que tiene la serie.

Once años después de su última película

Probablemente el espectador que sí disfrutó antaño confía que en esta tercera no se repita la decepción que suscitaron buena parte de los capítulos emitidos tras el esclarecimiento del asesino de Laura Palmer, que hizo que la segunda temporada tuviera una audiencia desastrosa. Lynch, con todo, nunca ha parecido preocupado por contentar a todo tipo de audiencia. Ha cogido el timón de esta serie 11 años después de su última película, Inland Empire, y parece continuar las ambiciones de esta. Lentos y largos planos, número musicales que colonizan minutos y minutos de un capítulo, lo siniestro - la sugerencia - la abstracción como alternativas narrativas recurrentes, misterio sin renunciar al humor, una trama que se despliega aunando mundos reales e irreales, la bomba atómica como cosmogonía y aparente nexo entre ellos, doppelgangers, personajes inquietantes (sí, por fin le ponemos cara a Diane, y no parece contenta con el FBI), personajes que continúan hablando al revés, y capítulos donde la estética y las imágenes visuales constituyen un discurso en sí mismo, alterándose con diálogos o el desarrollo narrativo de la trama. Es evidente que Lynch y Frost están haciendo la televisión que quieren, por encima de tendencias, modas y cánones de las cadenas. La duda está en si este cóctel predice el futuro de las creaciones de la gran y la pequeña pantalla. Para muchos la respuesta es sí, y Lynch, una vez más, nos lleva ventaja a espectadores y creadores. Pero quizá sea pronto para decirlo. Parece que Twin Peaks se irá desgranando en capítulos hasta entrado el otoño, y con ellos irá descubriendo sus armas de ficción. Dejemos que el fuego camine con nosotros, que ese "otro lado" twinpeaksiano vaya revelándose, hasta el lugar final donde nos espera David Lynch… ¿y Laura Palmer?