Hace varios años, Khaldun Almassri, primer secretario de la Embajada Palestina en España, prometía frente a una audiencia entregada que siempre habría un olivo que nacería en su tierra para representar la resistencia de un pueblo perseguido. El apartheid lleva décadas sucediendo, pero el eco de las bombas no molestaba aún a occidente cuando pronunció estas palabras. Mucho más que un árbol, a modo de estandarte histórico y cultural, resistiría las embestidas del invasor. “Cuando creen que han talado el último, otro crece entre los escombros, regado por la alegría”. Desde este martes, el Instituto Cervantes es otro campo donde las semillas de este símbolo de lucha reposan.

La tarde del 12 de marzo, más calurosa que la de los días precedentes, se preparaba para celebrar el Día de la Cultura Palestina con un anfitrión a la altura de la ocasión. El reputado escritor y presidente del Instituto Cervantes, Luis García Montero, dedicaba sus primeras palabras al poeta que encarna el día, Mahmoud Darwish, cumpleañero eterno. “Lo que fue un compromiso con su tierra, Palestina, se convirtió en un compromiso con la condición humana”, comenzaba, que “durante tantos meses está siendo maltratada en Palestina”, continuaba.

La jornada, de exaltación de la cultura y esbozo de las letras, comenzaba pronto con el único objetivo posible: la denuncia de un genocidio. “Antes, preparar un golpe de estado en el Chile de Allende o una guerra en Vietnam se hacía bajo cuerda y en secreto. Ahora lo vemos todos los días, en las pantallas de nuestros móviles”, relataba Montero, demandando justicia y derechos humanos “en nombre de la cultura humana”. La primera oda se acercaba, pero “en las palabras caben muchas cosas y el lenguaje se puede utilizar para mentir, aunque también para difundir el amor”, matizaba el escritor antes de recitar ‘Carnet de identidad’ de Najwan Darwish:

Yo fui un sirio de Belén que hizo escuchar la voz de su hermano armenio y fui un turco de Koya que por la puerta de Damasco entra en Jerusalén.

[…]

Antes de todo eso fui arameo. No es ninguna sorpresa que mis tíos fueran bizantinos y yo un niño hiyazí cuidado por Omar y por Sofronio al tiempo en que Jerusalén abrió sus puertas.

[…]

Vengo de sitios que hicieron frente a sus invasores y no hay hombre libre con el que no esté ligado en parentesco; no hay árbol o nube con los que no esté en deuda. Desprecio a los sionistas, sin embargo, cómo no decir que fui un judío expulsado de Andalucía y que aún pienso en el sentido de la luz del ocaso.

[…]

En mi casa hay una ventana que se abre hacia Grecia, un ícono que apunta a Rusia, una dulce fragancia que viene disipándose desde Hiyaz, y hay un espejo: tan pronto paso frente a él, me reconozco en la primavera de jardines en Isfahan, en Bujará, en Shiraz.

Si así no son las cosas, uno no es árabe.

A continuación llegaba el turno del embajador de Palestina en España, Husni Abdel Wahed, que entregaría la segunda edición del reconocimiento con motivo de esta fecha a Federico Arbós, arabista e historiador. Pero antes, el diplomático tenía que dejar la imagen de la noche y, botella de agua en mano, comenzaba su intervención. “Ha caído la noche, rompo el ayuno”, anunciaba, pero no se engañen, el embajador no es religioso. “Es la hora de recordar a todas las personas privadas de un trago de agua y no es por sequía, si no por el Estado genocida de Israel. No es religioso, estoy en ayuno en solidaridad con todas las personas que están muriendo de hambre y de sed”, explicaba.

Los saludos a las autoridades llegaban a continuación. De la política española, tan solo una figura comparecía allí, Sira Rego, ministra de Juventud e infancia y miembro de Izquierda Unida. Más tarde llegarían Unai Sordo, secretario general de CCOO, y Paloma López, dirigente del sindicato en Madrid. “El mundo, en vez de imponer la entrada de ayuda humanitaria urgente y el cese del fuego, se conforma con lanzar desde el aire 11.000 porciones de comida. Que magnanimidad la de Estados Unidos”, denunciaba el embajador. La “estupidez” de la pureza radial y la “superioridad del uno sobre el otro” eran expuestas por el embajador, seguro de que “aquellos enfermos que se siente superiores deberían ser tratados en psiquiatría”.

El villano había sido detectado desde el primer instante, pero los cómplices también merecían ser expuestos en esta celebración antes de dar pasó al galardonado. “Me produce una mezcla entre risa y rabia escuchar a políticos europeos asegurar que comparten valores con Israel. Los valores de Israel son de muerte, de asesinato, de supremacismo. Dudo mucho que estos valores guíen a occidente”, zanjaba Abdel Wahed. Ahora sí, le tocaba a Federico Arbós entrar en escena y, si bien con un tono más poético, no iba a hacerlo de forma más tibia.

“Dedicárselo (el reconocimiento) a los escritores y escritoras palestinas que desde hace más de tres cuartos de siglo levantan sus poemas como una bandera por Palestina”, iniciaba visiblemente emocionado. “Entre el despojo, la muerte y la destrucción programadas por todos los gobiernos israelís siguen cantando como los ruiseñores que cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas”, citaba a Miguel Hernández. Una desgarradora denuncia con conocimiento poblaba el discurso de Arbós, que cerraba leyendo a Mahmoud Darwish y su “sobre esta tierra hay algo por lo que vivir”.

Aún quedaban, cuando parecía que la razón no podía vestirse más de cultura, las intervenciones de Carmen Ruiz, amiga de la cultura palestina, y los poetas Matías Escalera y Jorge Camacho Cordón. Nueve alumnos de tres universidades recitaban tras los discursos y el músico Hames Bitar cerraba el acto con su laud. Un encuentro que no terminó con gritos de “Palestina libre”, inaudibles pero palpables en todos los silencios, sino con besos y abrazos. Con miradas de “seguiremos luchando diariamente”, en los ojos de los golpeados directamente, devueltas con el amor del que sabe que está y estará, aunque sea tan solo con su apoyo, en la trinchera correcta.