Los mensajes de odio hacia 8 millones de personas no pueden pasar desapercibidos por nadie que se considere demócrata, porque ese discurso es un atentado hacia la democracia, no solo de la democracia española, sino de otras democracias cercanas que asisten a cómo estos discursos, que ya no son de extrema derecha, sino puramente fascistas, pueden llevar a la creación de naciones donde el miedo y la inseguridad ciudadana sean una política pública. Desgraciadamente, la humanidad ya ha vivido esa forma de hacer política y las consecuencias fueron atroces, con millones de asesinatos perpetrados por quienes ostentaban el poder y con la destrucción de naciones enteras.

Mirar hacia otro lado no es la solución.

La reacción ante el odio nunca puede ser el silencio, porque el odio al diferente va a más; es un efecto “bola de nieve” cuyo único objetivo es atrapar a una sociedad para que sienta miedo.

Una vez que el miedo inunda los pensamientos de las personas, la manipulación es instantánea, y tú, querido lector, querida lectora, puede ser… que seas el siguiente.

El miedo nos deja sin palabras, y ese silencio es la llave con la que se bloquea la reivindicación de derechos y libertades públicas. Y eso, queridos lectores y queridas lectoras, es la sentencia de muerte de la democracia.

Porque el odio se alimenta de todos los derechos y de todas las libertades públicas de la ciudadanía.

El problema no somos los 8 millones de inmigrantes que vivimos en este país. Atacan a todos los movimientos formados por millones de personas que han ido reivindicando la igualdad para todos y todas, porque con nuestras reivindicaciones se construye democracia, se construye una identidad nacional basada en valores y en principios que hace ya más de un siglo con los Derechos Humanos.

No hay otro camino más que la consolidación de los Derechos Humanos para que todos los hombres y todas las mujeres consigan las más altas cotas de desarrollo personal: hombres y mujeres protegidos por instituciones que remuevan cualquier tipo de obstáculo para contribuir al desarrollo de la sociedad; instituciones que defiendan la igualdad, la libertad y la justicia de todas y para todas las personas, porque la convivencia pacífica es la única garantía de progresar como humanidad.

La única identidad nacional que debemos reivindicar y que debemos exigir es la de una nación libre que garantice la igualdad, la justicia y la libertad de mujeres, hombres, niños y niñas.

Una identidad nacional orgullosa de sus derechos, de la igualdad de oportunidades para todas las personas.

Una identidad nacional que sepa que, gracias a la contribución de todos y todas, se forja en nuestras aulas, en nuestras universidades, el talento de este país; que sus mayores gozan de calidad de vida y que la salud siga siendo una política pública.

Y esa es la identidad nacional que queremos. No nos van a silenciar. No vamos a vivir con miedo. El odio no podrá con nosotros. Porque el odio no construye naciones. Somos más los que queremos vivir en una democracia plena de derechos y de libertades.

Luc André Diouf Dioh,
Secretaría de Políticas Migratorias y Refugiados