Vete a vivir a Móstoles que la Renfe dignifica y tus 1.600 euros se estiran si cambias los caprichos con vistas al Retiro por una buena conversación tirado en el césped del Parque Liana. Ya está bien de viajes y cañas que luego piensas en la hipoteca de 300.000 euros y te tiemblan las endebles piernecillas más que cuando tu tía se arranca y te saca a comandar la conga posgüisquito. Y prepárate, que llevas toda la vida siendo un mimado y cuando se hunda el Titanic no vas a sobrevivir a menos de que tu cuerpo estilo boya flote hasta que vengan papá y mamá a lanzarte el salvavidas.

Los millenials, zetas o atontaos en general, como todavía no tenemos a quien monsergar, y por ende no comemos huevos, andamos anotando a toda prisa todos los consejos de la última edición de la revista del puritano: González Bernardos nos hace de promotor inmobiliario, Elisa Beni de gestora bancaria y Arturo Pérez-Reverte de personal trainer y coach a tiempo completo. Y todo gratis, coño, qué queja tendremos si lo tenemos a huevo y solo hay que coger papel y boli.

Uno, que ya venía avisado de los caprichos de pijo con bolsillo desgastado, anda tomando notas como un loco a sabiendas de que ya llega tarde. Siete años viviendo en Eloy Gonzalo, en Chamberí, haciendo honores al hospital homeopático que veía desde la ventana y autodiagnosticándose dos dedos de espuma para las dolencias propias del veinteañero de provincias aterrizado en Madrid. Las cañas, en la rotonda de Quevedo o en la plaza de Olavide, claro que sí, como si el olor a laca de las sexagenarias oriundas del barrio o las bolsas de Massimo Dutti no avisasen. Las pantallitas, que nos tienen agilipollados y no levantamos cabeza. Y sobre la vida, el Titanic y la inutilidad, cómo cojones vamos a hacer frente a un problema si un chaval de los 70 sabía hacerle un puente a un coche con los ojos cerrados y nosotros pedimos ayuda para abrir un bote de garbanzos. Que los musculitos de gimnasio lucen, pero lleva tú un par de bolsas del Mercadona con un pack de leche y dos botes de suavizante a ver si te aguantan los pulmones.

Habrá quien con tantos respetados fiscales de las esencias de la vida renuncie a llevarles la contraria. Hakuna matata, tinto de verano y déjate tú de hipotecas e hijos, que la vida es el presente y me agobio. Igual, con suerte, alguno tiene incluso la oportunidad de seguir con esta misma jurisprudencia y acabar diciéndole a sus propias criaturas lo mismo que nos decían a nosotros nuestros viejos, a ellos nuestros abuelos y así desde que el mundo es mundo. Otros tratarán de buscar cifras, recurrir y demostrar una realidad alternativa a la del paternalismo televisado. Este que escribe, poco dado al aleccionamiento, pero cabezón tempranero, tratará, como mínimo, de tocar los huevos a sus señorías: eso sí, con el cigarro en la boca y algún dato suelto, que uno tiene más de cuñado juntaletras experto en todo que de doctorando enciclopédico pendiente de la beca de excelencia.

Y no será por falta de cifras: en España, menos del 20% de los menores de 30 años consigue independizarse. E igual, más allá de las tesis de los todólogos del prime time, tiene que ver con que los alquileres hayan subido ocho veces más que los salarios desde la crisis de 2008, nuestro país sea uno de los que menos vivienda social construye y los intereses hipotecarios presagien un futuro de máxima incertidumbre. Y no entremos en el tema de los fondos buitre. Así que aquí andamos, entre crisis y crisis, con las profundas decepciones de un mercado laboral condenado a la estacionalidad, en un país en el que puedes llegar a viejo encadenando contratos en prácticas y las subidas salariales conforme al IPC se deciden en convenios sectoriales que ríete tú de la concreción de las tablas de Moisés, viendo pese a todo a gente que se esfuerza por combinar el tiempo perdido en la Renfe con el trabajo y los estudios. Porque en España hay más ‘sisis’ que nunca (sí trabajan y sí estudian), pero claro, no vayan a quitarles pese a todo el sanbenito de las manos blanditas y la generación de cristal. 

Lo cuenta uno que no presume de ser un trabajador nato. Los callos en las manos de quienes me dieron apellido, piel morena y áspera, arena en los zapatos y kilómetros diarios para servir –“¿cómo estáis?”, “pues cansados, como siempre”- me impiden sacar pecho por echar media jornada (a saber, 12 horas) los veranos en la hostelería -donde no hay reforma laboral que llegue a poner coto a la indignidad- para abaratar la factura de la universidad. Es lo que tiene venir de aquellos que nacieron entre olivos y almendros, mulas, pan duro para pasar el día y orujo para capear el frío. Donde el poder adquisitivo se medía en tractores John Deere y las migas del día de matanza convertían tu cochera en una plaza mayor improvisada. Donde la mili eran unas vacaciones y nadie podía repetir tres veces el Bachillerato, como reconoció frente a dos hormigas y récord de audiencia Pérez-Reverte. Si no vales para los libros, a trabajar, me hubiese dicho uno que yo me sé.

Señor Bernardos, como pese a que los datos y los recuerdos no le ablandarán, he de decirle que me he mudado a Alcorcón. Eso sí, las matemáticas nunca fueron lo mío, pero creo que con los 40 euros que me ahorro por no vivir en Madrid no me va a dar para hipotecarme en el corto plazo. Y mire que mi contraria le pone empeño a eso del ahorro. Entre tipos fijos y variables, voy cumpliendo vuestro decálogo: las cervezas me las sigo tomando, claro, pero más a menudo de lo que me gustaría marca Covirán y servidas en vaso del Ikea, que está la vida mu mal. Me mantengo a la espera de nuevas recomendaciones.

En una cosa les voy a dar la razón. No primemos la mediocridad, no hagamos converger en nivel al brillante y al bandarria, construyamos mecanismos para cuidar y promocionar al excelente. Pero empecemos por las tertulias.

Me he acabado el piti. Otro tercio.