Esta es una historia de amor y de fantasmas. El aturdimiento de estar vivo frente al preludio de la muerte. Una novela escrita desde lo paranormal, lo más normal de todo. El yo, el tú, ambos en primera persona. Manuel Jabois (Sanxenxo, 1978) vuelve con una novela, Mirafiori (Alfaguara), con reflexiones que solo puede disfrutar un cabrón, comenta entre risas. 

Llega cansado. Han sido dos días de entrevistas constantes, divagaciones sobre el desamor -el amor más fuerte de todos-, la transición de la muerte en la propia vida. Busca rebuscadas metáforas con la mirada, con las manos, con la preocupación de no expresarse con la claridad de la poesía. No es ego, sino costumbre; no es hedonismo, sino presunción de inocencia. 

Aire bohemio, donde la despreocupación se calcula milimétricamente, observa la pantalla y pone el modo selfie en su teléfono para colocar el mechón travieso que se empeñará en llevarle la contraria a lo largo de toda la conversación: “Me preocupa más la cámara que las preguntas. Si uno sale guapo, se lo perdonan todo”. 

En las páginas de Mirafiori se reflexiona sobre el valor de la verdad y la mentira. La vida adulta a través del saber o la inocencia de quien prefiere no sufrir anclado a la niñez. La persuasión como herramienta de supervivencia. Nos advierte en sus páginas: quien pregunta corre el riesgo de ser engañado.

PREGUNTA: ¿Cuánto tiene esta novela de autobiográfica?

RESPUESTA: Materialmente poco, emocionalmente mucho. Si mañana el protagonista de Lo que el viento se llevó pone la mano en el fuego, sé lo que se siente porque alguna vez la puse. Puedo describir a la perfección el calor, cómo arde, el olor a chamusquina. Nunca he vivido claramente una situación paranormal, con la certeza descrita en la novela, pero sí intuí alguna.

A mí nunca se me ha aparecido un tipo saliendo del mar, caminando, pero si me hubiese pasado mi reacción sería idéntica a la del personaje. Y sí, he vivido el desamor, cuatro veces, sé lo que se siente cuando alguien rompe contigo, tú rompes con tu pareja, cuando tu vida se rompe por la mitad.

El narrador es un yo distorsionado: una persona que a los 19-20 años, con una familia rica, se hubiese dedicado a lo mismo que el protagonista. ¿Me cuesta imaginarlo? No, conozco a mucha gente así. Me gusta decir que lo más autobiográfico de este libro son los fantasmas.

Lo que más me atrajo de este libro, mezclando amor y fantasmas, es que la gente se incomoda. Y no lo hacen por los fantasmas, sino por el amor. Hubiese levantado menos ampollas una novela pornográfica o de crímenes oscuros, no sé si porque les interpela directamente o porque les produce más pudor una conversación en la intimidad de una casa que el desollamiento de un cadáver.

P: ¿Se acerca más Mirafiori a una carta de amor o a la búsqueda del perdón?

R: Hay que leer este libro pensando que si no te ha pasado nunca tal vez te esté pasando o te pase en el futuro. Hay una frase en el libro que responde bien a esta pregunta: no todo pasa por algo, muchas cosas no significan nada y pasan porque tienen que pasar.

No hay ningún mensaje guardado en una botella. Es una historia con la que me he entretenido y que el lector agradecerá. La novela parte de una pregunta que me parece fascinante: ¿qué harías tú si la mujer de tu vida te confiesa que ve fantasmas? Cuando estás enamorado te lo crees todo, hasta lo más inverosímil. Cuando estás enamorado puedes contar que has cometido un crimen, que has robado a tu padre, cosas sangrantes. Pero ¿cómo le cuantas a alguien que ves fantasmas? ¿A quién le confías algo que no puedes contarle a nadie?

P: ¿Es el amor, al igual que las drogas, un acto de autosabotaje?

R: No, pero sí creo que muchas veces somos presos del amor. Muchas veces decimos cosas que no queremos decir, hacemos cosas que no queremos hacer, provocamos un daño que no queríamos provocar. Hay una reacción química.

Hay un pasaje del libro que resume esta cuestión: era el tipo con quien todos lo pasaban bien; esa clase de tipos que está a un paso de que todos lo pasen mal. Cuando estás en el top estás a un paso de que todos te bajen el pulgar. En el amor pasa algo parecido.

“Consolidar una pareja se vuelve difícil cuando se pasa el efecto de las drogas”

P: “El amor de verdad hace daño; el amor de verdad cura ese daño”.

R: Esto de que cuando te desenamoras tienes que buscar el próximo trago es mentira. Deja correr el tiempo. Has iniciado un camino que pensabas que no recorrerías nunca. Cuando mueres inicias un viaje de vuelta en el que te preguntas ‘esto qué cojones es’. Cuando te enamoras siempre piensas que será para siempre; cuando te desenamoras, haces el camino de vuelta, con el agravante de que es la quinta o sexta vez.

P: Se conoce mejor a un ex que a tu pareja.

R: Conoces a tu ex despojada de la química, el encanto, la idealización. La conoces mejor y aprendes a quererla mejor. Yo no estoy enamorado de mi madre, ni de mi hijo, y los quiero más que a nadie.

Cuando estás enamorado no encuentras explicaciones, no se te quita la cabeza. Cuando pasa eso, me interesa muchísimo. Cuando deja de hacerlo, también es interesante, surgen interrogantes: es una cuestión de brujería. Cuando todo empieza a ser normal empieza lo jodido; el momento de consolidar una pareja sin la ayuda de las drogas, sin la ayuda de la química.

P: ¿Es la mentira lo mismo que la ausencia de verdad?

R: Depende de las circunstancias. Esta novela habla del descubrimiento de la pérdida, del amor detrás del desamor. En Miss Marte (Alfaguara) se reflexiona sobre esta pregunta: la llegada al mundo adulto y la exigencia de las verdades. No ser un niño y querer respuestas. Hay veces que te exigen verdades que ni siquiera sabes dar. Es la única novela para la que no tengo respuestas.

P: La mentira como herramienta de supervivencia.

R: Yo creo mucho en la mentira, en la hipocresía y en el mecanismo social que nos evita cabreos y enfrentamiento. Detesto a ese tipo que te dice ‘soy como soy y digo las verdades a la cara’; díselas a tu puta madre y déjanos en paz.

Hay momentos en los que la duda te atormenta mucho más. La mentira es una certeza; la ausencia de verdad es una tortura. Te están dejando constantemente en visto. Es mucho más doloroso. Según en qué situación prefiero que me mientan: eso sí, miénteme bien, fabrica una buena historia.

P: Drogas y creatividad.

R: El drogadicto es un mentiroso por encima de todo.

Yo creo mucho en la mecánica. Hay muchísimos creadores que han utilizado las sustancias psicoactivas como una herramienta. Si eres Kerouac tal vez necesites partir de la experiencia lisérgica, pero este rollo de alcohol, porros y cocaína ni de coña. Si escribes muy bien después de fumarte dos porros, meterte dos rayas o beberte una botella de whiskey no tienes ni puta idea de lo bien que lo puedes hacer yendo sobrio.

Pongamos el ejemplo de Maradona: cómo vas a jugar mejor si te estás saboteando. Con la creación depende, hay estilos narrativos que probablemente, no lo sé, nunca lo he probado, pueden verse beneficiadas por ciertas drogas lisérgicas. Yo he escrito alguna vez con dos copas de más y no lo recomiendo.

Detesto a ese tipo que te dice ‘soy como soy y digo las verdades a la cara’; díselas a tu puta madre y déjanos en paz.

P: Existe cierta romantización de la decadencia

R: Ni Hemingway, que escribía de mañana y luego se ponía a beber. Cuando te hablo de beber no hablo de dos cervezas, pero escribir con las facultades ya mermadas, ni de coña.

P: ¿Te gustaría arreglar cuentas con algún fantasma?

(Ríe)

R: No, no. Un tiempo me dio por soñar mucho con Francis Scott Fitzgerald y pensaba que estaba vivo, que vivía en Pontevedra y estaba allí conmigo. No eran los felices 20 de Nueva York pero era la Pontevedra de los 90, que tampoco estaba mal. Por allí estaba Fitzgerald: me hacía mucha gracia la tristeza que sentía al despertar.

P: ¿Hay alguna pregunta que te hubiese gustado no hacer?

R: Muchas. Me pierde lo periodístico. Muchas veces creemos que todo el mundo debe tener una grabadora en la boca. Siempre he sido muy impertinente, desde pequeño. Las preguntitas.

Arcadi Espada hablaba de menos why’s y más qué. Más factos. Mira, ha pasado esto, esto, esto y esto. Decide tú ahora si me merezco la bronca. Es lo que ahora vulgarmente conocemos como zascas.

P: La novela habla de los periodistas: 12 horas en la redacción y el resto hablando de lo que ha pasado en redacción. ¿Hedonismo?

R: No. Ego tenemos los columnistas, pero los periodistas trabajan muchísimo, somos vocacionales y cuando salimos de una larga jornada necesitamos desahogarnos.

La mentira es una certeza; la ausencia de verdad es una tortura

P: ¿Qué tal se lleva Manuel Jabois con su propio ego?

R: Creo que bien. Mi ego lo gasté con 20 años en El diario de Pontevedra. Entonces tenía el desparpajo y la sinvergonzonería de definirme a mí mismo como una estrella de rock en la intimidad. Era mi primera bio de Twitter en el año 2010. Fíjate, ya hay que ser gilipollas. Soy de los que defienden que hay que ser gilipollas cuanto antes. No quiere decir que ya no lo sea, pero ya no soy el mismo gilipollas que cuando tenía 20 años.

Con 20 años creía que con mi columna podía solucionar una crisis de los misiles inmediatamente con cuatro metáforas. Entonces quemé muchísimo ego. He llegado ya bastante resabiado. Ahora tengo problemas, por ejemplo, si vendo muchos libros, que deberé decirle a mi ego ‘oye, tío, no te subas’. La parte de la literatura me pilla de nuevas y no la controlo.

Hay que tener cuidado: ya no seré igual de gilipollas, pero muchas veces hay que controlarse a uno mismo. Tengo una virtud, que es que observo antes de actuar. Antes de decir algo es mejor que lo diga otra persona.