La obligatoriedad forzada de estar en constante funcionamiento. La necesidad de parar del todo. Y detenerse no es solo dejar de trabajar, sino también ser capaces de estar en casa sin abrir un libro, sin ver Netflix e incluso de renunciar a un plan sin por ello sentirnos mal. En un mundo en el que los ritmos son cada vez más frenéticos, en el que el sentimiento de culpa se cierne sobre quienes ponen el modo pausa, sacar un momento de tu vida para tumbarte en la cama y mirar al techo es poco menos que un acto revolucionario. “Hacer el vago es todo un arte”, deja claro la psicóloga María Teresa Vázquez en declaraciones a ElPlural.com. “En este sentido la cultura occidental tiene mucha responsabilidad, porque estamos en una sociedad en la que para sentirnos bien y útiles tenemos que estar haciendo algo”, añade.

El asunto es más complejo de lo que parece y es tema de estudio en las facultades de psicología y otras materias relacionadas. De hecho, hay un término que ampara la sensación que nuestro cuerpo y, sobre todo, nuestra mente, experimentan cuando sienten ansiedad por no estar donde consideran que deberían o, por el contrario, disfrutar de saltarse algún plan; de improvisar un poco más, de fluir. En la jerga psicológica se emplea el concepto FOMO (Fear of Missing Out) para lo primero, y JOMO (Joy of Missing Out), para lo segundo.

El sentimiento es amplio, extrapolable a varios momentos de tu vida, desde el día a día hasta la jubilación pasando por las vacaciones. ¿Por qué en un viaje nos forzamos a conocer absolutamente todos los monumentos sin disfrutar de sentarnos en una terraza, aunque eso suponga ver una cosa menos? ¿Por qué hay que tener todo el verano ocupado de desplazamientos pudiendo hacer alguno menos y gozar de una conversación nocturna en un parque? O yendo un paso más allá ¿Cuántas veces has oído a una persona cerca de jubilarse decir aquello de “Ahora no voy a saber qué hacer”? ¡Bendito aburrimiento! Pero, ¿por qué nos ocurre esto?

Vázquez aporta, en declaraciones a ElPlural.com, las claves técnicas de algo que va mucho más allá de un malestar momentáneo y que, a medio-largo plazo puede provocar problemas con uno mismo y su entorno. También asienta, en las próximas líneas, unas bases para evitar un efecto no deseado.

Antes de nada, hay que tener en cuenta que “no es lo mismo estar que sentirse aburrido”. “Lo primero va unido a una emoción, un vacío que no sabes cómo llenar y termina produciendo entre otras emociones, la tristeza el desasosiego o la apatía, pero el aburrimiento también se puede disfrutar… existe un aburrimiento deseado”.

Evidentemente, si existe un aburrimiento deseado es porque también hay uno que no lo es, y eso sí puede ser negativo, pero se le puede poner solución.  Así, dentro del mar de términos que se esgrimen de un asunto que a priori podría resultar más sencillo se encuentra también el de “aburrimiento crónico”, una sensación de “vació interior” que llega cuando “has perdido la capacidad para experimentar sensaciones agradables, sintiendo que poco a poco el hastío y la desmotivación van ganando terreno”.

Por qué muchas personas evitan a toda costa parar

Por qué hay personas que evitan a toda costa parar. En el ámbito estrictamente laboral, la experta en Psicología que presta declaración a este periódico acentúa que hay quienes en el trabajo “se sienten valorados”, mientras que en otras relaciones no es así.

Por supuesto, a veces el motivo puede ser únicamente el económico, pero en cuestiones más personales se puede corresponder con un sentimiento de valor o pertenencia a un grupo que no apreciamos en otros espacios de nuestra vida. Otras veces atribuimos el trabajo con una vía de escape que nos ayuda a mantenernos distraídos, a no ver los problemas”.

Esto último, sin embargo, es una vara de doble medir. Los problemas hay que aceptarlos y, por encima de ello, afrontarlos, aunque nunca resulte fácil: “El segundo punto por lo que mucha gente se vuelve ‘adicta’ al trabajo es por lo que los psicólogos llamamos “evitación (…) Lo vimos en el Covid, donde a mucha gente ese parón general, en vez de ayudarles a construir temas pendientes, les hacía sentirse como unos vagos, aunque esto pueda ser positivo (…) No va de hacer cosas porque sí o porque los demás lo dicen, sino de dar significado a lo que hacemos y que tenga importancia en nuestras vidas”.

El “equilibrio perfecto”

No todo es blanco o negro, y lo ideal es encontrar un punto intermedio en el que seamos capaces de aburrirnos cuando queramos, pero nunca perdamos la motivación por seguir haciendo cosas.

Es algo mucho más amplio de lo que se ha tratado en este artículo y que desde la psicología se ha estudiado en profundidad. Autores como Mihály Csíkszentmihály mencionan la existencia de estados de motivación ante una meta en función de dos variables: el nivel de desafío que nos plantea la tarea y nuestras capacidades para afrontarla; con variantes dentro de ellas como el tiempo.

“Hablamos de estados como el aburrimiento y la apatía en contraposición a un estado de ‘Flow’, siendo éste ‘aquella mezcla perfecta entre disfrute y desafío’. En él el tiempo pasa muy deprisa, estamos totalmente enfocados en lo que hacemos, sin pensar en nada más ni tener preocupación de ningún tipo. Esto no solo le ocurre, por ejemplo, a un pintor cuando está enfocado en su cuadro o una bailarina cuando está haciendo los movimiento óptimos, sino que puede pasarle a cualquiera, sin ir más lejos, cuando se sumerge en un buen libro (…) Esto es, directamente, atención plena, lo que se conoce como Mindfulness”, explica Vázquez.

Al margen, la psicóloga no quiere dejar pasar estrategias de “prevención primaria”; que pasa por la cultura -obsesionada con las fuentes de entretenimiento externas, como la televisión, internet o los videojuegos, que desempeñan un “papel importante en el aumento de casos de aburrimiento y soledad, sobre todo en la niñez, adolescencia y juventud”- o la “formación y sensibilización en las Organizaciones” para lograr una actividad laboral sana.

Cómo hacer frente a la ansiedad

Nuestra experta en psicología aporta otras pautas para afrontar la ansiedad que produce el efecto contrario, el sentir que siempre tenemos que estar haciendo algo y cómo conseguir ese equilibrio.

  • Aceptar lo que nos pasa.
  • Afrontarlo, bien mediante terapia si fuera necesario, sin tabús, bien mediante prácticas de relajación.
  • El deporte o la actividad física como aliados.
  • Organizar, apuntar y, si se diera la necesidad, priorizar.
  • Actuar en función de unos objetivos: si ver esa serie te va a aportar algo que quiero y me voy a sentir bien, adelante. Si ver a esa persona hoy te va a hacer bien, ni lo pienses. Si dedicas un espacio de vacaciones a algo laboral porque, por el motivo que sea, te apetece en ese momento, hazlo, pero que sea algo muy puntual (…) Pero si todo esto puede esperar, posponlo.