Un fantasma está sobrevolando las grandes ciudades de Estados Unidos. Urbes como Philadelphia o San Francisco, entre otras, están siendo testigos de un problema médico, sanitario y social de primer orden: un incremento desmedido del consumo de fentanilo en sus calles, con sus respectivas consecuencias.

Pasear por algunos de los barrios de estas metrópolis es sinónimo de adentrarse en una película de terror: centenares de personas caminando erráticas como si fueran zombies, tiradas en el suelo, con visibles síntomas de adicción y con la vida completamente destrozada por el consumo descontrolado de esta sustancia.

Los vídeos en los que pueden contemplarse estas dantescas escenas han corrido como la pólvora por las redes sociales, y las cifras de fallecidos por sobredosis se han disparado en los últimos años. En concreto, según datos del New England Journal of Medicine (NEJM) y del National Institute on Drug Abuse (NIDA), el número de fallecidos por sobredosis de fentanilo fuera del hospital en Estados Unidos ha pasado de 45 por cada millón de habitantes en 2016 a 180 en 2021, es decir, se ha cuadruplicado la cifra en tan solo cinco años. En números enteros, esto se traduce en más de 70.000 personas fallecidas por sobredosis de fentanilo en Estados Unidos sólo en el año 2021, el último indicador disponible, con previsiones absolutamente espeluznantes para 2022 y 2023 dado el panorama actual.

Otro dato que se deriva parcialmente de esta epidemia, aunque no únicamente por ella, es el descenso que ha sufrido la esperanza de vida en todos los grupos de edad en el país dirigido por Joe Biden: este indicador ha alcanzado su cuota más baja en los últimos veinte años, los jóvenes estadounidenses tienen las tasas de mortandad más altas de los países de altos ingresos y la mortalidad materno infantil alcanzó cifras récord en 2021. Las causas que explican esto, entre otras, son el elevado consumo de sustancias estupefacientes como el propio fentanilo, los estragos que causó la pandemia del Covid-19, y la ineficiencia del sistema sanitario del país, que hace que sus ciudadanos tengan que costearse a precio de oro cualquier tratamiento médico al que necesiten someterse, y si no pueden pagarlo, no tienen manera de ser tratados.

Aunque los datos ya hablan por sí solos, conviene entrar algo más en detalle y hacerse ciertas preguntas para comprender al completo el marco de este asunto. La primera cuestión a responder es fácil de imaginar: ¿Qué es exactamente el fentanilo?

El fentanilo: Definición, origen, aplicaciones y efectos

Para dar respuesta a esta pregunta, ElPlural.com se ha puesto en contacto con Cristina R., una enfermera con más de década y media de experiencia en diferentes hospitales de la Comunidad de Madrid, que ha definido el fentanilo como “un analgésico extremadamente potente que sólo ha de usarse en casos muy concretos”. “El fentanilo es un analgésico muy fuerte, y es, concretamente, un opiáceo. Dentro de la farmacología y de la analgesia, hay tres escalones. En el primer escalón están aquellos con un efecto moderado, como el ibuprofeno, el naproxeno o el paracetamol”, arranca.

“Es por ese tipo de analgésicos por los que se empieza a tratar a un paciente cuando padece un dolor. En el segundo escalón encontramos los opioides ‘leves’, como pueden ser la dolantina o el tramadol, que son derivados de la morfina, pero que son débiles comparados con la misma. Y en el tercer nivel se encuentran la propia morfina y el fentanilo, aunque el fentanilo es unas 500 veces más fuerte que la morfina”, señala.

“Cuando no funciona el medicamento del primer escalón, se continúa tomando ibuprofeno o el medicamento que toque y, además, se añade alguno de los del segundo nivel. Ocurre de la misma manera si el segundo escalón no funciona: se toma el medicamento del último nivel, y se mantienen los del segundo y del primero. Aunque el del primer escalón puede llegar a quitarse si no está aportando nada”, enumera, remarcando la progresividad del sistema analgésico.

“La morfina suele administrarse por vía parenteral (cualquier vía diferente a la digestiva, como por ejemplo la intravenosa o subcutánea). El fentanilo, por otro lado, tiene muchas formas de administración. Además de administrarse por vía intravenosa, también puede tomarse mediante parches o en una especie de varitas que se asemejan a un Chupachups, con un reservorio en un extremo que se chupa”, continúa.

“El fentanilo es lo último de todo, es el analgésico más potente que hay. Aunque está en el mismo escalón que la morfina, es 500 veces más potente. Por eso sólo se debe usar en casos extremadamente concretos, y no de cualquier manera. En cuanto a sus efectos cuando se administra de manera descontrolada, lo que ocurre en una sobredosis de fentanilo es que se produce una depresión respiratoria. Al consumir un elevado número de dosis de esta sustancia, el sistema respiratorio se va deprimiendo hasta que deja de funcionar, y es lo que termina provocando, en algunos casos, la muerte”, argumenta.

“También hay que entender cómo se desarrolla una adicción. El afectado se toma una dosis, se acostumbra a esa dosis y genera tolerancia, lo que quiere decir que llega un momento en el que esa misma dosis ya no le hace efecto y tiene que incrementarla para sentir sus efectos. Progresivamente sus dosis van aumentando y se vuelven adictos. Existe un nivel de tolerancia al fármaco y una dependencia de sus efectos, que son los dos fenómenos que producen la adicción. Se tolera la droga, se incrementa su dosis y van apareciendo sus consecuencias”, explica.

“Entendiendo cuál es la potencia de este medicamento y la excepcionalidad de su uso, cuesta creer la epidemia que se está viviendo en Estados Unidos. Para que un fenómeno así ocurra, tiene que haber fuertes intereses farmacéuticos detrás, para evitar el control de la entrada y la utilización del medicamento en el país e incentivar su consumo, incluso en casos que ni por asomo lo necesitan”, señala.

La crisis de opioides: su historia

Esta crisis se ha cocinado a fuego lento. Con una gran porción de avaricia y corrupción y una pizca de marketing agresivo e implacable, la empresa farmacéutica Purdue Pharma, propiedad de la familia Sackler, ha conseguido lucrarse enormemente con un coste de medio millón de vidas. Siendo los Sackler los responsables de la crisis de drogas más grande que jamás haya sufrido Estados Unidos.

Casi como si de un juego de tronos se tratase, el psiquiatra Arthur Sackler, inicialmente dedicado a realizar lobotomías a principios del siglo XX y encargado de popularizar el Valium (diazepam) y el Betadine, dejó en manos de su sobrino Richard el control de su empresa. Fue precisamente Richard quien se enfocó en encontrar un medicamento que pudiera aliviar el dolor sin asociarlo directamente con la muerte, como ocurría con la morfina.

Así, el heredero del imperio farmacéutico encontró la oxicodona, que resultaba ser dos veces más potente que la heroína y tremendamente adictiva. El objetivo de Purdue Pharma era comercializar un medicamento que aliviara el dolor no solo de aquellas personas que sufrieran enfermedades graves como el cáncer, sino que sirviera para todo tipo de patologías o dolencias.

Para lograrlo, la empresa tenía que contar con la aprobación de la FDA, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos, que consiguieron ilegalmente al sobornar a la persona responsable, un funcionario que a la semana de aprobar el medicamento comenzó a trabajar para la compañía farmacéutica. Y de esta manera, Purdue Pharma logró legalizar una droga dos veces más potente que la heroína, llamada OxyContin, que comercializó masivamente, bajo el pretexto de que no causaba la muerte y aliviaba el dolor.

La Oxicodona comenzó a recetarse sin informar a los enfermos de los efectos secundarios para cualquier dolor, fuera de la índole que fuera. Gracias a la manipulación, el marketing más agresivo y la incesante y falsa publicidad, los médicos eran engañados por la farmacéutica o, directamente, participaban por voluntad propia en la comercialización de este medicamento siendo plenamente conscientes de sus consecuencias nefastas para el paciente.

No obstante, cuando la oferta de oxicodona disminuyó debido a la implementación de regulaciones más estrictas sobre su prescripción a mediados de la década pasada, un ejército de personas que habían generado una gran adicción a este fármaco empezó a buscar en las calles de las grandes ciudades sustancias alternativas. Entre ellas estaba el fentanilo, que era más barato y peligroso.

Este nuevo fármaco cambió el mercado de las drogas, siendo importado inicialmente desde China por narcotraficantes mexicanos y luego producido en grandes cantidades en México. Finalmente, se ponía a la venta en las calles una mezcla de fentanilo con otras sustancias que acaban resultando en un combo letal. Además, la pandemia de COVID-19 exacerbó la crisis de los opioides, aumentando significativamente las muertes por sobredosis.

Y así se gestó la epidemia generalizada -afecta a personas de todas las clases sociales, edades y procedencia- y mortal de los opioides que azota Estados Unidos. La cual comenzó con la oxicodona en los años 90 y se ha agravado durante los últimos años con la llegada un opioide sintético aún más potente y notablemente más barato. Una situación que evidencia el problema político y de salud pública que enfrenta el país presidido por Joe Biden.

Casi un millón de pastillas de fentanilo fueron incautadas en junio de 2023 en una redada en San Diego, California, Estados Unidos. EP

Casi un millón de pastillas de fentanilo fueron incautadas en junio de 2023 en una redada en San Diego, California, Estados Unidos. EP

El abandono del sistema sanitario estadounidense

¿Abandona el sistema sanitario estadounidense a los adictos? ¿A qué situación se enfrentan estas personas y qué recursos están a su disposición para salir de ese problema? Son las primeras cuestiones que se vienen a la mente al pensar en una epidemia de esta índole, donde una respuesta coordinada y fuerte es necesaria.

Para responder a estas cuestiones ElPlural.com se ha puesto en contacto con Mary Kresge, una estadounidense residente en España que ha querido explicar, partiendo desde su propia experiencia, por qué “el sistema sanitario americano no ayuda a las personas, sean drogadictas o no”. En Estados Unidos, el acceso a la asistencia sanitaria se lleva a cabo a través de una combinación de seguros privados, programas de seguros sanitarios públicos y pagos en efectivo (out of pocket) que se efectúan cuando el paciente no puede permitirse ninguno de los seguros anteriormente mencionados.

Según explica Kresge, hay personas que “tienen asistencia sanitaria” pero aun así no pueden permitírsela, ya que a pesar de pagar los planes que rondan entre los 200 y 800 dólares mensuales, luego no pueden costearse los tratamientos para sus enfermedades que se cobran aparte. “Si no tuvieran un plan de salud, estarían pagando aún más dinero, por lo que algunas personas argumentarían que pagar de 200 a 800 dólares al mes para mantener estos planes está 'bien', pero la verdad es que el coste de vida en Estados Unidos es tan increíblemente alto en la actualidad, que la gente apenas puede permitirse 'cosas básicas' como alimentos, vivienda, gasolina para el coche, etcétera”, expresa la estadounidense.

En pocas palabras, la sanidad estadounidense es “for profit, lo que significa que su objetivo primordial es obtener beneficios económicos

Para ella, este punto se relaciona directamente con la crisis del fentanilo en su país: “La calidad de vida de muchos estadounidenses es muy mala, lo que conduce a problemas de salud mental. Si no pueden recibir tratamiento para ellos, muchas personas recurren a las drogas” confiesa Kresge a este medio, aunque puntualiza que también puede ocurrir de manera inversa: “Algunos se vuelven adictos a las drogas y luego les resulta muy difícil escapar de esa mala vida”.

Para ejemplificar el abandono total del sistema sanitario de Estados Unidos hacia sus habitantes, sean drogodependientes o no, Mary Kresge ha explicado que los requisitos para acceder a los seguros son exagerados y limitan el acceso a la mayoría de las personas trabajadoras. Además, recuerda que “un viaje de cinco minutos en ambulancia puede costarte 4.000 dólares, más el coste del tratamiento de lo que necesites cuando llegues al hospital”, razón por la cual la gente “lo rechaza” y “prefiere "arreglárselas por su cuenta"”. Una decisión que en multitud de ocasiones acaba en un terrible desenlace para la salud y la vida de los pacientes.

Al ver, ya sea en imágenes difundidas a través de los medios convencionales como por las redes sociales, a personas adictas al fentanilo balanceándose como zombis y muriendo en las aceras, son muchos los que se preguntan si esto ocurre porque los drogodependientes no pueden acceder a los tratamientos que les permitan mejorar su salud. “He leído que muchas personas rechazan el tratamiento que proporcionan las agencias estatales y locales de abuso de sustancias o los seguros de salud pública porque prefieren su 'libertad' de vivir en la calle”, revela Mary Kresge a ElPlural.com, añadiendo: “Llegan a creer que si aceptan el tratamiento pueden ser susceptibles de que se les quite su libertad y su 'estilo de vida'”. Unos testimonios que ponen de manifiesto lo hondo que ha calado en el imaginario colectivo de los estadounidenses la defensa a ultranza de los mandamientos del neoliberalismo, incluso cuando va en contra de sus propios intereses o de su propia salud.

En pocas palabras, la sanidad estadounidense es “for profit, lo que significa que su objetivo primordial es obtener beneficios económicos, por lo que no buscan ejercer la medicina ni salvar las vidas de aquellos que no puedan permitírselo, convirtiéndose en un servicio de lujo solo accesible para una minoría. “Así ha sido durante mucho, mucho tiempo, y solo parece empeorar” admite consternada la entrevistada.

Los efectos del fentanilo, en imágenes

Existen miles de vídeos circulando en las redes sociales en los que se pueden ver los efectos físicos del consumo de esta sustancia. Hemos recopilado algunos de ellos:

Testimonios desde San Francisco

Sarah Culbert, estadounidense y originaria de Los Gatos, un pueblo cercano a San Francisco, ha querido dar testimonio de lo que esta ocurriendo en su lugar natal. Desde California y a pesar de las 9 horas de diferencia que separan la redacción de ElPlural.com del lugar donde la crisis del fentanilo ha golpeado más fuerte, Culbert ha querido contar su historia: "En los últimos 10 años ha habido un cambio dramático y triste en San Francisco, y me parece importarte que se trate con respeto y se entienda la gravedad de lo que sucede", ha confesado la estadounidense a este medio.

Cuando me fui a la universidad con 18 años salí de otro San Francisco. Cuando volví, hace 4 años, ya estaba la cosa fatal y no ha mejorado

"Cuando era más joven iba varias veces al año al centro de San Francisco y a las zonas turísticas. Recuerdo que eran sitios seguros para las familias o las excursiones escolares. No había entonces ni tiendas de campaña en la calle, ni agujas tiradas en el suelo, ni tanta suciedad. Tampoco había gente andando por la calle como si se hubieran infectado con un virus zombi", recuerda Culbert con tristeza, añadiendo consternada: "Hoy en día, esas mismas zonas son completamente distintas".

La estadounidense explica que no vivió "el cambio lento" ya que cuando se fue a la universidad en 2014 cuando "todavía estaba todo bastante normal". Sin embargo, al volver en 2019 sufrió un gran shock al ver las calles de la ciudad llenas de autocaravanas, tiendas de campaña, chabolas construidas a base de cartón y "basura por todas partes". 

Es muy impactante para los californianos ver como "en una esquina están las oficinas centrales de una gran empresa tecnológica, y en la siguiente manzana hay personas viviendo en la calle". De hecho, Culbert ha explicado a ElPlural.com que existe una app en San Francisco en la que puedes "marcar por donde no hay que andar". 

El testimonio de Sarah va más allá de la costa oeste, pues estudio su carrera universitaria en Filadelfia, una ciudad en la que se encuentra uno de los "peores barrios" en cuanto a "consumo de drogas en la calle" se refiere: Kensington. "Me acostumbré a ver a personas drogodependientes y escuchar noticias que informaban de la situación", relata Culbert, y revela que tenía la esperanza de que al volver a California "dejaría toda esa inseguridad y tristeza atrás". No obstante, el actual centro de San Francisco le recuerda "a lo mismo".

Para Sarah Culbert, quien ha vivido de cerca la droga zombi en ambas costas de Estados Unidos, y tras escuchar atentamente los testimonios de las personas que trabajan para ayudar a los adictos, esta crisis de salud pública es la consecuencia de dos grandes problemas: "Por un lado, nuestro sistema sanitario prescribe opiodes en todas sus formas con una facilidad alucinante, y por otro, nuestra sociedad no tiene ninguna protección real para la gente que experimente dificultades en su vida, como un familiar enfermo o perder su trabajo" ha argumentado la estadounidense de manera tajante, añadiendo además: "Hay mucha gente que ha acabado en la calle por estas dificultades que ha acabado consumiendo drogas y volviéndose adictos".

Muertes por sobredosis y naloxona "en todas partes"

En este contexto, Culbert ha querido aclarar que en Estados Unidos en la actualidad "casi todas las drogas duras como la cocaína o la heroína llevan fentanilo, porque es más fácil y barato de fabricar", agregando entonces la parte más impactante de todo su testimonio: "Mi hermana ha perdido amigos por sobredosis, porque no sabían que lo que se iban a meter llevaba fentanilo. Tendrían unos 22 años cuando pasó".

Es tan común el fentanilo en la ciudad de San Francisco que los centros de emergencia de adicciones dan la opción a todos los ciudadanos de hacer allí una prueba química de las drogas para que la gente pueda asegurarse de que lo que van a consumir no contiene fentanilo.

"También tenemos el Narcan en todas partes", explica finalmente la entrevistada. El Narcan no es otra cosa que naloxona, un compuesto químico que es un antagonista de los receptores opioides, muy usado en el tratamiento de la intoxicación aguda por opiáceos, más comúnmente conocida como sobredosis. "Yo no conozco a nadie que consuma este tipo de drogas, y sé reaccionar, sé como poner el Narcan a quien lo necesite, de lo normalizado que está", concluye.

¿Podría ocurrir algo similar en España?

De acuerdo con Cristina R., un fenómeno como este no podría ocurrir en nuestro país. “Esto no puede ocurrir en España, es imposible porque la utilización del fentanilo está muy controlada tanto dentro del hospital como en el ámbito extrahospitalario, en la dispensación farmacéutica”, comienza.

“Cada vez que tengo que administrar una dosis de fentanilo en el hospital, es obligatorio que registre exhaustivamente que estoy empleando esa medicación. Existe un libro de registros en el que tienes que apuntar quién eres, cuántas dosis de fentanilo has empleado y cuántas quedan, porque están bajo llave en una caja fuerte. Sólo nosotros podemos sacar esta medicación, ni siquiera los médicos tienen la potestad para hacerlo”, explica.

“Para poder sacar la medicación, la máquina te pide el profesional prescriptor, el nombre del paciente y el número de dosis que quedan después de las que tú vayas a utilizar. Y fuera del hospital, en las farmacias, no puede comprarse como te comprarías un ibuprofeno. Es necesario llevar unos papeles sellados por la Inspección Médica de Servicios Sanitarios que te autoricen para comprar medicamentos que requieren de un control especial, para ver que está realmente justificado que ese paciente tome esa medicación. De hecho, hay casos en los que ni siquiera se concede, porque hay alternativas más baratas y menos peligrosas para ciertos pacientes que el fentanilo”, relata.

“Por ende, algo así no puede ocurrir en España. El control es tan alto que es imposible que se dé una epidemia como la que se ha dado en Estados Unidos, con una entrada tan virulenta del medicamento en la sociedad tanto a través de vías legales como por el mercado negro. En España esto no puede pasar precisamente por todo el control que se establece sobre el medicamento. Ir a la farmacia o al médico alegando sufrir un dolor y que te receten un analgésico de tercer escalón de manera tan descontrolada es muy peligroso, y habría que ver los intereses detrás de que se tomen esas decisiones”, concluye.

Lo que ya está ocurriendo

En nuestro país, según los datos oficiales recogidos en la Encuesta sobre Alcohol y Drogas en España (EDADES) publicada por el Ministerio de Sanidad, un 15,8% de la población de entre 15 y 64 años reconoce haber consumido alguna vez en la vida opioides con o sin receta. Asimismo, el fentanilo es el tercer analgésico opioide más consumido, por detrás de la codeína y el tramadol, aumentando su consumo de un 1,9% en 2018 a un 14% en el año 2022.

Tal y como indica el informe EDADES, entre las razones que motivaron el inicio del consumo de los analgésicos opioides en España destaca “intentar mitigar un dolor agudo”, siendo esta la causa principal del consumo en más de la mitad de los encuestados, a quienes les habían recomendado el fentanilo para aliviar los dolores propios de un postoperatorio o crónicos. Además, es importante subrayar que el 57,2% de los consumidores de este tipo de medicamentos accedieron a ellos sin receta a través de terceros: amigos o familiares.

Para analizar estos datos, ElPlural.com ha contado con la participación de María Navas Santamaría, psicóloga colegiada experta en intervención social, que trabaja en la actualidad en un centro especializado de drogodependencia en Madrid. Preguntada por cómo llega una persona en nuestro país a un alto nivel de dependencia de los opioides, la experta ha respondido: “El fentanilo en España no es una droga común que se pueda conseguir de manera habitual, como pueden ser otras como la cocaína o la heroína. El fentanilo forma parte de los analgésicos opioides, grupo al que pertenecen también el tramadol, la morfina y la oxicodona. Estos fármacos son recetados en España para amortiguar los fuertes dolores provocados por otras patologías ya que al liberar endorfinas generan una sensación de bienestar en los pacientes. Esa sensación provoca una alta adicción a estos medicamentos, los cuales hoy en día se consiguen principalmente en las farmacias con prescripción médica”.

En este contexto, la psicóloga experta en intervención social ha asegurado haber trabajado con personas adictas a la oxicodona y al fentanilo, en menor medida, que comenzaron a consumirlo “como analgésico para dolores fuertes provocados por otras patologías”. Aunque recalca que lo más normal en España es que el fentanilo “sea el último recurso para abordar un tratamiento que mitigue el dolor del paciente”, por lo que los porcentajes de personas con dependencia a este medicamento siempre serán menores que en países donde se promociona su prescripción.

A pesar de la labor de los centros especializados, donde los expertos y sanitarios acompañan a las personas drogodependientes y llevan a cabo el seguimiento de los tratamientos de desintoxicación, la rehabilitación de las personas adictas a los opioides nunca es total: “Como sucede con muchas otras drogas, para poder abordar el consumo de este tipo se utiliza la metadona, que es un medicamento sintético que no deja de ser opioide” explica Navas Santamaría, lanzando inmediatamente la siguiente pregunta: “¿Cuántas personas dejan de ser drogodependientes reales, si la mayoría consumen metadona de por vida?”.

¿Qué respuestas y soluciones se le pueden dar a este problema?

El caso de España es diferente al de Estados Unidos, porque, como han explicado las expertas consultadas, el fentanilo está sometido a un control muy estricto en nuestro país y existe un sistema sanitario que da un mayor amparo a las personas que sufren adicciones a cualquier tipo de sustancia estupefaciente. Por ende, dicha aplicación sería un buen método para comenzar a controlar el problema en Estados Unidos, aunque esta propuesta va en contra de los cimientos (sociales, económicos y políticos) sobre los que está construida dicha nación.

Para intentar responder a esta pregunta, María Navas Santamaría sostiene: “Para poder abordar cualquier adicción que se hace fuerte hay muchos factores influyentes. En primer lugar, se deben llevar a cabo mejoras socioeducativas que promuevan la conciencia de la importancia de la salud. También debemos tener en cuenta los factores sociales que llevan a las personas al consumo, como, por ejemplo, la falta de recursos o la exclusión social. En el caso del fentanilo en concreto, se necesita restringir el acceso médico, es decir, llevar un control exhaustivo de la cantidad y la periodicidad que requiere el tratamiento, que es algo que ya se hace en España”.