Espido Freire (Bilbao, 1974) acaba de publicar la novela ‘De la Melancolía' (Planeta) en la que relata las heridas que ha dejado la crisis económica a través del personaje de Elena, una mujer acomodada que ve cómo todo su mundo se hunde de la noche a la mañana. Abandonada por su marido y arruinada, cae en una profunda depresión. En su camino por las brumas de la tristeza acaba acogiendo en su casa a Lázaro, un tío abuelo nonagenario quien, exiliado de la guerra civil vivía hasta ese momento en París.

La depresión es el hilo conductor de esta historia que habla de cómo la crisis nos ha trasformado a todos en mayor o menor medida. Y también de otros temas muy actuales como la presión social hacia la maternidad, la desigualdad, el empoderamiento de la mujer, las falsas creencias, las relaciones familiares, los estereotipos o nuestros mayores. Y en el trasfondo, la crisis económica que lo llena todo y se convierte en una "metáfora del destrozo que provoca lo ajeno en nuestras vidas". Para Espido Freire, la crisis le ha permitido encontrar un lenguaje común que todos podemos entender porque todos nos hemos dejado algo en este tiempo de recesión.

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¿Te ha llevado mucho tiempo escribir esta novela?
Comparado con ‘Llamadme Alejandra’, que fueron 14 años, ha sido un paseo. Escribí una primera versión, que en mi caso no es extraño y la dejé reposar. En esa primera versión el personaje de Lázaro tenía un peso mayor con la historia de los supervivientes de la Guerra Civil.  Después le he hecho una revisión profunda y creo que ha ganado, en concisión, en intensidad y en actualidad. Cuanto más trabajamos una novela, más madura el autor y más posibilidades tiene de que la novela mejore.

¿Cómo surge ‘De la melancolía?
Hubo un arranque que fue para mí decisivo. Pasé por una depresión hace unos años y cuando estaba en 2015 hablando de ‘Para vos nací’, el ensayo sobre Teresa de Jesús, salió el tema, precisamente porque Teresa de Jesús había afrontado distintos problemas mentales y físicos. Hubo mucha gente que en esos momentos me dio las gracias por hablar de la depresión. Era gente que lo estaba pasando o había pasado y por una situación así y hablaban con enorme pudor. De ahí surge Elena. Es la representación de toda esa gente que no ha podido hablar de lo que les está ocurriendo, bien por timidez, su entorno, o porque les faltaran recursos. Para mí nunca ha sido un problema hablar de qué he sentido o experimentado en este caso, pero hay mucha gente que no puede hacerlo.

“Sólo comparto con Elena la experiencia de la enfermedad, pero no es mi alter ego”

¿Hay algo de autobiográfico en el personaje de Elena?
La experiencia de la enfermedad, pero no es un alter ego. Es un personaje creado para la ocasión. Ni mi experiencia con la maternidad, ni el matrimonio ni el entorno tienen nada que ver con Elena. La gran diferencia entre Elena y yo es que ella necesita recurrir a metáforas y a comparaciones para hablar de qué está sintiendo. Yo, por suerte, he podido siempre hablar de qué suponía para mí estar sumergida en esa tristeza y definirlo de una forma mucho más precisa.

Elena, mi personaje, no podía afrontarlo de una forma tan directa, que es lo que le ocurre a la mayoría de la gente, la imposibilidad de explicar qué le está ocurriendo, el miedo a no ser comprendido -que muchas veces no es un miedo, es una realidad-, a ser menospreciado o que minimicen el dolor invisible que están sintiendo.

En la depresión hay una doble victimización, la que sufre la propia persona y la percepción social de esta enfermedad que nos lleva a ocultarla. ¿A qué crees que se debe?
Las falsas creencias. La gente se pregunta ‘¿Será esa persona digna de fiar en un futuro? O a la mínima, ‘¿Por qué no sale de ahí, por qué no tiene fuerza de voluntad? Hombre, anímate un poco, despejándote de tus pensamientos no siendo tan intensa…’ No, no tiene nada que ver con eso. Una cosa es pasar un proceso difícil, en un momento en que nuestro ánimo desciende, y para eso sí sirven los consejos bienintencionados. En la enfermedad se ha perdido esa capacidad. Uno no está enfermo porque quiere. Al contrario, muchas veces esos consejos, que vienen con buena intención, agudizan la sensación de impotencia que tiene el enfermo.

“A pesar de hablar de la depresión, ‘De la Melancolía’ es mi primera novela optimista"

Más allá de esa melancolía que da título a la novela, hay optimismo y permite que la protagonista reconstruya su vida a partir de sus propias cenizas.
Es mi primera novela con un final abiertamente optimista. La primera, ‘Irlanda’, tenía un final malévolo, optimista pero basado en la maldad, en la crueldad ajena. ‘Melocotones helados’ tiene un final es desolador. En general mis novelas no han sido la alegría de la huerta, pero esta sí tiene una conclusión en ese sentido. Quería que la conclusión de cada lector fuera individual, no sabemos hasta qué punto Elena se está engañando, no sabemos si ese final optimista lo podrá mantener en el tiempo, pero sí quería presenciar que la construcción de uno mismo o una misma tiene un fruto. Lo peor que podemos hacer sin duda como sociedad y como seres humanos es pensar que lo que está es inamovible. Gran parte de esta novela habla precisamente de eso. Para Elena sería un fracaso volver a lo que tenía antes, ha tenido que romper todos esos cimientos para construir otros, pero el construirlos tiene una recompensa.

“La felicidad no se consigue, sino que se construye”

¿Algo así como que no importa tanto lo que te pase en la vida como tu capacidad para hacer frente a los problemas?
Creo, contrariamente a lo que se nos dice continuamente,  que la felicidad no se consigue, sino que se construye. La felicidad es un continuo construido de pequeñas cosas realizadas a fuerza de esforzarse en ver el lado positivo, minimizar emociones como la envidia, el miedo o la ansiedad para, a partir de ahí intentar encontrar un entorno en el que estemos cómodos. Y eso es mucho menos épico que lo que siempre nos han dicho de encontrar el amor, la riqueza, nuevas tierras, nuevos horizontes. No, es mucho más pequeño y más difícil.

En la novela tratas temas muy actuales, la dependencia, la soledad, el empoderamiento de la mujer, la crisis económica ¿Hay afán reivindicativo?
Desde ‘Diabulus in música’ no escribía una novela que estuviera ambientada en la realidad actual. Era importante en este caso que la realidad me sirviera como la metáfora de lo que yo quería contar. Es decir, la crisis es la crisis, lo que ha habido y, por desgracia, lo que continúa coleteando, pero también es la metáfora del destrozo que provoca lo ajeno en nuestras vidas en algún momento. Antes de haber vivido la gran recesión la mayor parte de nosotros habíamos tenido algún elemento de la vida de Elena que nos había descompensado. Lo que me permite haber vivido la experiencia de la crisis es encontrar un lenguaje común, un lenguaje en el que si yo hablo de que hemos perdido la esperanza, la ilusión de futuro, todo el mundo puede entenderlo porque estamos en ese marco.

Yo siempre he tenido problemas con la realidad, como autora y como persona. He intentado embellecerla, interpretarla, transformarla en palabras, lo he convertido en otras cosas. Pero aquí me sirve para, sin demasiadas complicaciones, hablar un lenguaje común. Quien no haya perdido dinero, sin duda ha perdido confianza, quien no haya visto afectadas sus relaciones personales por la desconfianza, el paro, una expulsión, porque les han pedido dinero… que levante la mano. De una manera muy inadvertida, no hay obras de ficción sobre la crisis, estamos intentando recuperarnos de algo que nos ha marcado de una forma muy duradera.

“De lo que me siento siempre más orgullosa de mis novelas es de la construcción del perfil psicológico de los personajes”

Para ser una persona que no conecta muy bien con la realidad, lo has conseguido muy bien…
Digo que tengo problemas, no que no los arregle. (Se ríe) Para mí la ficción como ficción pura siempre ha sido mucho más cómoda. Eso no significa que no me esfuerce. Al contrario. De lo que me siento siempre más orgullosa de mis novelas es de la construcción del perfil psicológico de los personajes y eso me obliga a sumergirme en la realidad del otro. Pero no es bonita, la realidad no está hecha para vivir.

“La sociedad actual no tiene remedio, pero tiene mejora”

¿La sociedad actual tiene remedio?
No tiene remedio, pero tiene mejora. En general pensamos en fórmulas para mejorar y parchear lo que está mal en lugar de una sociedad utópica. Quien nos quiera vender una realidad utópica, lo que hace es manipularnos. El ciudadano consciente del lugar en el que se encuentra y el poder que tiene, que es muy poco, aspira a esas mejoras comunes. Es un momento muy interesante porque es de una inestabilidad profunda y lo que se construye para evitar esa inestabilidad siempre interesante y también es peligroso.

“La solución para mejorar las cosas no son las ideologías”

Cuando los valores en los que hemos crecido han sido atacados tan de base, como lo han sido con la crisis, no somos capaces de vivir del aire, no somos capaces de vadear el cambio sin aferrarnos a algo estable. Y ahí es donde entra el peligro de las ideologías, en todos los sentidos. Y lo hemos estado viendo en los últimos cinco años, aunque la crisis ha durado más. Además, la ideología es un espacio confortable que nos indica cómo tenemos que pensar y sentir, y a veces incluso cómo actuar, sin ningún tipo de duda. A mi juicio no es la solución. La solución tiene que ver con reclamar otro tipo de medidas que no son ideológicas, sino que tienen que ver con la ética y un futuro mejor planificado.

En ‘De la Melancolía’ tratas el empoderamiento de la mujer y has compaginado esta novela con ‘Pioneras’ la biografía de 20 mujeres que hicieron historia dirigida a jóvenes ¿Se puede considerar a Elena una mujer extraordinaria?
No, pero sí es valiente. Mucho. Y ese valor es lo que hace que ella se salve y también su entorno.

Para mí no hay una posibilidad de avance real sin igualdad. Me ha tocado estar en la parte más juzgada, más sometida, muchas veces más dócil y explotada, que es la de las mujeres. Sería muy incoherente no reivindicar algo que por derecho me pertenece. La protagonista de esta novela, Elena, al comienzo de la novela no es consciente en modo alguno de que esté sufriendo algún tipo de desigualdad. No tiene conciencia feminista o de clase. Su conciencia de no estar en el mejor mundo de los posibles es nula. Ha sido educada para no preguntar nada ni quejarse y cumplir con lo que tiene que hacer. Sacudir una conciencia que está más o menos satisfecha o que considera que lo que está haciendo es lo normal. Es de las cosas más difíciles que hay. Lo demás lo ven como delirios o una forma radical y extrema de intentar obtener un provecho de ellas.

"Es importante que las mujeres hablen, las abuelas, las tías, las kellys, las madres… que las niñas aprendan a contar su historia y que su historia, por insignificante que sea, tenga valor"

Es imposible transmitir a alguien una experiencia que no ha tenido. Como mucho se puede empatizar. Creo que muchas veces contando historias ejemplarizantes, se puede sacudir esa sensación. Por eso es tan importante que las mujeres hablen, las abuelas, las tías, las kellys, las madres… que las niñas aprendan a contar su historia y que su historia, por insignificante que sea, tenga valor. Porque la historia de los hombres en general, incluso en la literatura y el cine ha tenido su presencia, pero no la de las mujeres. Tenemos, además, unas peculiaridades que nos apartan del relato general. Las físicas, las relacionadas con la maternidad y las relacionadas con nuestro lugar en el mundo. Si no se habla de eso, claro que se puede vivir, pero estamos desaprovechando una oportunidad única en la historia para poder avanzar.

"Quien niegue que existe la desigualdad no sólo está siendo ciego, sino que está siendo cínico"

¿Tienes menos proyección pública que otros escritores similares en formación y trayectoria?
Depende de a qué llamemos proyección pública. He renunciado desde hace mucho tiempo a que mi opinión se politice. Considero que hay que mantener una distancia lo más saludable posible de partidos y de ideas de las que me pueda arrepentir. Por eso se paga un precio. Y se paga un precio en los medios de comunicación donde se valora extraordinariamente poder encasillarte en un aspecto o en otro. Sin embargo, en cuanto a conferencias, congresos, el contacto directo con lectores o bibliotecas, mi actividad es muy superior a la de muchos escritores varones. Se ve, por supuesto, pero mucho más en el tú a tú que en la presencia mediática de la que hablas, y que también es un grado de poder. Entonces, según qué decisiones, tengo que asumir determinadas renuncias. Algunas de estas renuncias, sin duda tienen que ver con el género y otras tienen que ver con una opción personal.  

Es cierto que determinadas declaraciones o gustos, por ejemplo la moda, rápidamente son considerados femeninos y, por tanto, de segunda, dentro de un panorama intelectual. Creo que eso está cambiando y cambiará más con las jóvenes escritoras, que tienen mucho más integrado este tipo de procesos. Es decir, lo solemne, lo importante, lo mayoritario continúan siendo los gustos, las aficiones y las referencias masculinas. Y ahí muchas veces podemos meter también la política. Yo no sé si estoy en el lugar que me corresponde, lo cierto es que no me ha faltado nunca trabajo ni la posibilidad de dar mi opinión y eso lo valoro extraordinariamente.

“Faltan referentes femeninos para las niñas, las jóvenes y las ancianas”

Aunque se ha avanzado bastante uno de los problemas es la falta de referentes femeninos ¿no?
Sin ningún tipo de dudas. Les faltan a las niñas, a las jóvenes y a las ancianas. Ya no vale envejecer como se hacía hace 20-30 años. Las necesidades a las que hacer frente son otras. La manera en la que se perciben son otras también. Falta diversidad de modelos. Fíjate que dentro de esa diversidad de modelos, las escritoras salimos beneficiadas frente a otro tipo de artistas. Quizá porque hablamos y en este oficio no se nos exige ser guapas. Si lo somos mejor, pero no se nos exige, como a actrices, presentadoras o deportistas.

Siempre está esa contraposición de que te miren o que te escuchen.

"Nuestros mayores no están en el sitio que les corresponde y se les infantiliza"

Hay también diálogo intergeneracional en la novela a través de los personajes de Lázaro, el tío abuelo que vuelve a España tras el exilio en París y Sonsoles, la mujer a la que alquila una habitación en su casa. ¿Deberíamos tener más en cuenta a nuestros mayores? ¿Están en el sitio que les corresponde?
No están en el sitio que les corresponde y, además, se proyecta sobre ellos una imagen idealizada, parecida a la que se tiene de la infancia, que los infantiliza y les impide que expresen su opinión en igualdad de condiciones a los que sólo somos los adultos. Es decir, es interesante mantener los arquetipos de anciano o anciana, como los que se aplican a los millennials o a las mujeres,y  se les pide opinión sobre aspectos muy determinados, no sobre otros. Nos gusta tener de ellos una imagen fija, no que hablen como individuos, con sus contradicciones, arrepentimientos, heroicidades… Y ni Lázaro ni Sonsoles son particularmente perfectos ni particularmente horribles. En el caso de Lázaro, Elena sí se hace una idea preconcebida de cómo debe ser y cuando esa imagen se le va desmontando, le cuesta aceptarla. ¿Cómo puede ser que todo aquello que yo he proyectado sobre el valor, la resistencia, el amor perfecto este señor no me lo cumpla? Al final estamos luchando constantemente frente a etiquetas. Etiquetas que nos limitan y que nos impiden una capacidad mayor de reacción.

Hablando precisamente de etiquetas, el diálogo intergeneracional lo importante aquí es que ese diálogo se diera en igualdad de condiciones. Durante la crisis, no es ningún secreto, el pivote básico han sido los ancianos: pensionistas, abuelos… No es que estén esperando un reconocimiento, pero no estaría mal. Y ese reconocimiento no se hace diciendo muy bien lo tuyo, sino permitiéndoles un espacio.

Lo que ocurre es que muchos de ellos están ajenos a la tecnología y no tienen esos foros que sí podemos utilizar otros. Recurren a los foros convencionales donde casi no hay espacio para los ancianos.

Lázaro era un exiliado de la Guerra Civil. Si hubieras tenido que incluir en la novela un capítulo sobre la exhumación de Franco del Valle de los Caídos, ¿cómo lo habría afrontado tu personaje?
A mí los grandes hechos en general no me interesan demasiado. Me interesan más las sutilidades, la visión lateral. Me interesaría más bien cómo algunas de las personas de una generación que no vivió eso entienden cómo era relevante tener esa discusión. Mi enfoque se apartaría de lo central y se iría a lo lateral.

¿Qué proyectos tienes entre manos en este momento?
Volveré a no ficción, que hace tiempo que no lo hago, continúo con infantil y juvenil, que me da muchas alegrías y con el teatro, el mes que viene vamos a República Dominicana a actuar con mi obra ‘Háblame de Estambul’, con la plataforma hijos de Mary Shelley que lleva a autores a representar sus propias obras. Al final se cumplirá lo que me profetizó mi padre de ‘Tú acabarás como actriz’. Y sigo realizando viajes literarios, que me apasiona, además de dirigir el master de Creación Literaria de la Universidad de Valencia.