En Berlín se respira un ambiente otoñal, una brisa fría en pleno mes de julio que transcurre por todos los rincones de la ciudad. A cada paso, a la vuelta de cada esquina y al vislumbrar un desconocido monumento, la historia de la capital alemana recobra vida y, gracias a Paloma Sánchez-Garnica, las páginas de su novela también.

El grupo de periodistas que seguimos los pasos decididos de la autora de Últimos días en Berlín (Editorial Planeta) escuchamos atentamente cómo desgranó no solo la historia que todos conocemos sobre el nazismo y el ascenso de Hitler al poder, sino la intrahistoria de cómo se fragua un totalitarismo, del modo de vida de las gentes que ven despertar el cambio y de los episodios reales que en los libros de historia pasan desapercibidos.

La novela de la escritora madrileña narra la historia de Yuri Santacruz, un joven ruso de orígenes españoles que huye de San Petersburgo para, años después, aterrizar en Alemania, en las vísperas del ascenso del nazismo. Dejando en un segundo plano los hechos históricos, Sánchez-Garnica se empapa de testimonios reales, cartas y escritos de la época para recrear la década de los 30, en periodo de entreguerras.

El peligro de dejar de pensar

Los totalitarismos, tales como el nazismo, fraguaron una maquinaria de convicción e influencia que dejó a un lado todo resquicio de libertad o decisión que no compartiese el régimen. Una ideología que se plasmó en la educación como principal vía para llegar a la ciudadanía: “Hay toda una generación de abuelos alemanes que aprendieron a leer con libros de adoctrinamiento nazis, les enseñaban a los niños a reconocer a un subhumano, una persona inferior”, explica Andrés, el guía que apoyó las explicaciones de la autora y, a la par, iba desgranando cada monumento que referencia a la época de Hitler.

De camino hacia el Tiergarten, el Monumento de Guerra Soviético (1945) que rinde homenaje a los 80.000 soldados rusos que murieron en la Batalla de Berlín, Paloma Sánchez-Garnica nos hizo frenar el paso para hacer balance de cómo los regímenes radicales oprimen a la población: “Había personas que dejaron de pensar, Adolf Eichmann -oficial nazi durante la Segunda Guerra Mundial- dijo que él no había matado a ningún judío, no tenía nada contra ellos. Es verdad, él no mató a ningún judío, pero sí fue un elemento fundamental para que los trenes fueran a donde él sabía lo que pasaba, pero dejó de pensar, y cómo él mucha gente. El dejar de pensar es el peligro de los totalitarismos. No son monstruos, mucha parte de la sociedad sabía de las deportaciones y a dónde se llevaban a los judíos. Lo que hicieron la mayoría fue dejar de pensar y sobrevivir”, explicó.

Tiergarten, el Monumento de Guerra Soviético (1945). Foto Marta Alberca.

Tiergarten, el Monumento de Guerra Soviético (1945). Foto: Marta Alberca. 

Las grandes olvidadas: las mujeres alemanas

La pesadilla del nazismo no solo se vivió fuera de Alemania, sino que en su propia cuna se vivieron penurias. Uno de los episodios silenciados por los libros de historia convencionales y del que la autora de Últimos días en Berlín quiso hacer hincapié fue en la delicada situación que sufre un sector de la población concreto siempre que se da un escenario bélico: las mujeres.

“Violaron los rusos, pero también los americanos. Las mujeres fueron armas de guerra, como ahora en Ucrania. No se las consideraba víctimas porque eran alemanas. En mayo de 1945 y los años posteriores, los alemanes eran el monstruo que tenían que doblegar, incluidas las mujeres y niños. A los soldados se les prohibió la confraternización o darles comida”, expuso Sánchez-Garnica.

Infinitas lecturas del Monumento a los judíos de Europa asesinados

Después de dejar atrás la Puerta de Brandeburgo, el monumento a las víctimas del Holocausto era una visita indispensable. Nada más llegar al punto de partida la imagen sobrecoge, deja sin aire e invita a reflexionar, ¿cuál era la intención del arquitecto Peter Eichman al ordenar estratégicamente numerosos bloques de cemento sombríos?

Antes de comenzar la breve pero intensa experiencia inmersiva, Andrés, nuestro guía, nos invita a recorrer las inmediaciones de la obra para reunirnos al otro lado con una tarea pendiente: compartir sensaciones. “El visitante lo aborda teniendo en cuenta a qué le rinde memoria. Es una experiencia espacial, hay que atravesarla”, nos advirtió antes de cruzar.

Inquietud, sobrecogimiento o sensación de pérdida a pesar de ver salidas en todas las direcciones son algunas de las sensaciones con las que los compañeros se quedaron al atravesar el monumento. Las interpretaciones son infinitas, pero todas coinciden en que las distintas alturas y alteraciones del propio suelo reflejan la individualidad de aquellos judíos que fallecieron en la época nazi.

Libros reducidos a cenizas

Otro de los episodios menos conocidos de la época nazi y que ha pasado factura es la quema de libros, la fulminación de todos aquellos títulos que no concordaban con los dictámenes del régimen hitleriano. Una práctica que, desgraciadamente, la historia ha ido repitiendo a lo largo de los siglos.

En el caso de la Alemania nazi, fue el 10 de marzo de 1933 cuando, justo frente a la Saatsoper Unter den Linden y la Biblioteca Real de Berlín, una gran hoguera redujo a cenizas cientos de libros de autores como Karl Marx, Sigmund Freud o Engles. En el mismo suelo donde “se perdió material original por completo”, hay una placa que recuerda, como si se tratase de una profecía cumplida, una frase de Heinrich Heine de 1820, poeta y ensayista alemán del siglo XIX: “Es solamente el adelanto que en el lugar donde se queman libros, al final también se quemarán seres humanos”.

Placa con la frase de Heinrich Heine en Berlín. Foto Marta Alberca.

Placa con la frase de Heinrich Heine en Berlín. Foto: Marta Alberca.