15 millones de muertos, vejaciones y el miedo instalado en el corazón de Europa. El Holocausto supuso un cambio de paradigma en la historia de principios del siglo XX. Los números, fríos. Las historias personales, demoledoras. A través de esos relatos cercanos de los cualquiera, de los sin nadie, de los que no quedaron reflejados en el obituario del imaginario colectivo, es desde donde Paloma Sánchez-Garnica construye en Últimos días en Berlín (Editorial Planeta) una trama trepidante que intercala la época de los años 30 de Alemania, Rusia y España a través de su protagonista, Yuri Santacruz.

ElPlural.com se ha desplazado con la autora, finalista del Premio Planeta 2021, al epicentro del ascenso del nazismo. Al kilómetro cero del terror que dejó un reguero de testimonios olvidados. Desde el campo de trabajo de Sachsenhausen, conocido como el ‘campo del silencio’, Sánchez-Garnica da voz a un relato que reencarna historias que fueron apreciadas por cientos de españoles como Largo Caballero, histórico dirigente socialista que con trato de apátrida por orden de Francisco Franco pasó a formar parte del listado de internos a los 74 años de edad. 

Cerca de las 11 de la mañana, tras un día recorriendo cada rincón de Berlín que ha servido de inspiración para la construcción de la novela, con un viento de los que corta la cara y abre los ojos, la lluvia nos da unos minutos de tregua para charlar con Paloma Sánchez-Garnica sobre su obra, el proceso creativo, las horas de lectura para aportar contexto, los totalitarismos, la guerra de Rusia y las similitudes entre regímenes del ayer, del hoy y del mañana.

P: Estamos en Berlín, en pleno corazón de la capital alemana, donde transcurre su novela. Hemos estado visitando todos los escenarios de la misma y, en estos momentos, nos encontramos en el campo de trabajo de Sachsenhausen. ¿Qué siente al estar pisando el suelo en el que cobran vida sus personajes?

R: La sensación de que lo que creé en la soledad de mi estudio físicamente se produjo en este lugar. Aquí llegaron seres humanos como los que estamos aquí que sufrieron consecuencias trágicas porque murieron, fueron humillados y obligados a trabajar hasta la muerte. Finalmente, este se convirtió en un campo de exterminio. Es la sensación de estar físicamente en el territorio donde mucha gente sufrió en aquella época.

P: Ha sido muy detallista en ambientar todos los escenarios y retrotraerse a los años 30. ¿Cómo ha sido?

R: A base de lectura. Mi documentación se ha basado en leer ensayos y novelas, sobre todo las que están traducidas. Da la sensación de intrahistoria, las historias pequeñas, que es lo que a mí me interesa, las historias cotidianas.

He encontrado muchos diarios de gente que no era importante y desde muchos puntos de vista: desde las SS hasta la mujer alemana judía, casada con un ario y con cinco hijos, que en el año 1933 tenía su vida perfectamente conformada con su consulta y cómo poco a poco va coartándose su libertad civil. Es la lectura lo que me da la proyección para después conformar los personajes.

Paloma Sánchez-Garnica: "El estalinismo y el nazismo coartan la capacidad de decisión y libertad"

P: El ascenso de Hitler al poder y el nazismo es el telón de fondo de la novela pero, como bien dice, su principal activo son las historias cotidianas y el modo de vida de la época en Alemania. Salta a la vista que en los años 30 no había consonancia entre el punto de vista de los alemanes que estaban a favor del nacionalsocialismo con los que no. Además, también destaca el punto de vista que había de la Unión Soviética que, en determinados personajes, se muestra algo idealizado.

R: No todos los alemanes eran nazis, es evidente. Algunos creyeron en el año 1933 que era la mejor solución para Alemania que arrastraba desde el fin de la Primera Guerra Mundial. Los totalitarismos, una de las características que tienen, es que cuando atrapan el poder e instalan el sistema del miedo, el terror y la denuncia, desarman a la disidencia, la dividen.

Uno puede ser muy íntegro, puede tener valores y principios y morir por ellos, pero cuando no te afectan a ti sino que afectan a tus seres queridos tienes que mirar para otro lado, callar y no salirte del movimiento de masas que es el totalitarismo.

Por otro lado, el mundo soviético tiene su condescendencia. Fueron los ganadores de la guerra y no se les rindieron cuentas. Ha sido un mundo muy opaco, prácticamente hasta la caída del muro. Ha vuelto a ser un mundo opaco el ruso. Es una forma de entender las similitudes: estas dos ideologías, el estalinismo y el nazismo, condicionan la vida de la gente normal, coartan la capacidad de decisión y libertad y son muy peligrosos para los seres humanos.

P: En relación con los totalitarismos en la novela se habla de las figuras de Hitler y Stalin, pero en estos momentos está de relieve la guerra de Ucrania y Putin. ¿Cree que se pueda repetir la historia?

R: Espero que no, pero no sabemos por dónde nos puede salir este conflicto que ha creado Rusia con Putin a la cabeza. Putin tiene muchas connotaciones parecidas con Hitler y Stalin, se ha criado en el seno de la KGB. Es un hombre narcisista, frío, manipulador, vacío de empatía y una persona temible y obsesionada por controlar a los demás. No tiene ningún problema en acabar con la disidencia con cualquier método a su alcalce: asesinato, envenenamiento, encarcelamiento o persecución. No tiene remordimientos y, sobre todo, no tiene compasión por el sufrimiento del ser humano, que es lo que nos hace vulnerables ahora mismo en Occidente. A nosotros nos interesa la vida, mientras que a Putin ni la de los suyos ni la del mundo occidental le importa demasiado.

P: La historia de España también se refleja en la novela. En especial, hay episodios poco conocidos como que el Gobierno de los años 30 se ofreció a acoger a judíos sefardíes.

R: En 1933, en el momento que llega al poder Hitler y empiezan las primeras leyes contra los judíos, cuando los funcionarios judíos tuvieron que dejar sus puestos, también empieza el acoso a los profesionales, médicos y abogados. Hay muchos judíos comerciantes con dinero que salen de Alemania porque prevén el problema.

Hubo muchos que se fueron a otros sitios, pero bastantes que volvieron a España... no tantos como pensaban, pero sí que se dio la noticia de que en España se daban terrenos gratis con todas las facilidades, aunque eso no fue verdad. Sin embargo, sí que se acogieron a una ley de 1924, durante la dictadura de Primo de Rivera, en la que los sefardíes tenían la posibilidad de nacionalizarse en España. 

Hubo un flujo de población judía en esos primeros años, pero luego todo se volvió más complicado; no solamente en España, sino en cualquier lugar del mundo.

Paloma Sánchez-Garnica: "La libertad que da la literatura la tenemos que defender y proteger"

P: El protagonista, Yuri Santacruz, encarna los tres principales escenarios de la novela: Rusia, Alemania y España. ¿Se inspiró en alguien para crearlo?

R: Para documentarme releí Doctor Zhivago -novela de Borís Pasternak- y me fascinó como personaje por sus valores, integridad, principios morales en unos momentos tan complicados como la Revolución Rusa y la guerra civil entre bolcheviques y mencheviques, además de ese conflicto interno que tiene con el amor.

El perfil de ese personaje me gustó, el nombre de Yuri era evidente porque también es Jorge en español. Mientras que Santacruz también tiene una connotación de Juanito Santacruz -Fortunata y Jacinta, novela de Benito Pérez Galdós-, que lo acababa de releer.

Esa es la inspiración: un hombre íntegro y con valores que pretende mantenerlos en momentos en los que mantener esos principios podía costarle la vida.

P: En la novela también se describe el poder de influencia que tuvo Mi Lucha, el libro de Hitler, y la quema de libros que se produjo en Berlín y otras ciudades del país. Con la cuestión de los totalitarismos, ¿cómo se puede evitar que la literatura sea objeto de censura?

R: Evitando ser una sociedad frágil y vulnerable, como lo era la sociedad alemana en 1933, y eso se consigue a través de los libros y la lectura, un instrumento muy fácil y accesible para entender el mundo en el que vivimos. Un ejercicio necesario para convertirnos en una sociedad libre, con criterio, crítica, difícilmente manipulable y que tenga la capacidad de plantarle cara a cualquier poder que quiera arrebatar el estado de derecho y la libertad para elegir lo que leer, a los libreros elegir lo que quieren vender o a los escritores lo que escribir. Esa libertad que da la literatura la tenemos que defender y proteger, depende de nosotros.