Una de las principales cuestiones que subyacen, pero que emergen con toda su fuerza una vez concluida la Conferencia del Clima de Madrid, tiene que ver con el cada vez mayor debilitamiento de los principios solidarios sobre los que se ha cimentado, al menos sobre el papel, la respuesta global frente al cambio climático.

Esos principios solidarios se articularon en respuesta a la capacidad que tiene el cambio climático de aumentar la desigualdad económica y social tanto entre estados como dentro de las propias sociedades.

Según un estudio de la Universidad de Stanford, la mayoría de los países más pobres de la Tierra son considerablemente más pobres de lo que hubieran sido sin el calentamiento global, del mismo modo que la mayoría de los países ricos son más ricos de lo que hubieran sido sin el cambio climático.

Por su parte, y a partir de un estudio de la Universidad de Berkeley, el profesor Solomon Hsiang explica que de seguir el cambio climático su curso actual, su impacto en Estados Unidos puede resultar en la mayor transferencia de riqueza de los pobres a los ricos en la historia del país.

Igualmente, el informe emitido en 2019 por Philip Alston, Relator Especial de las Naciones Unidas sobre la pobreza extrema y derechos humanos, explica que una dependencia excesiva del sector privado para mitigar el cambio climático podría causar un "apartheid climático" en el que las personas ricas podrían pagar para escapar de los peores efectos del cambio climático, mientras que las personas pobres se verían más afectadas.

Es de recibo reconocer los esfuerzos del gobierno español, personalizados en la Ministra Ribera y su equipo, por celebrar la COP tras la suspensión en Chile y por el impulso político de los últimos días. Sin embargo, también es necesario trasladar cómo durante la celebración de estos foros se está ahondando en la brecha y los desequilibrios entre las demandas de sociedad civil, ciencia y países más vulnerables y lo que deciden los gobiernos y empresas responsables de las mayores emisiones.

Un detalle que no debe pasar desapercibido y que ha sido motivo de crítica, es como la demora en las decisiones finales de la Conferencia hasta el domingo 15, forzó a muchos delegados, en especial de países en desarrollo y vulnerables, a tomar sus vuelos de vuelta a casa sin haberse alcanzado unas conclusiones finales.

El “mobbing” climático forma parte de la historia de las Conferencias del Clima por parte de los principales países emisores. Desde su concepción inicial, pasando por el Protocolo de Kioto o lo ocurrido en Madrid. En la COP25 se han utilizado de forma torticera e interesada las fechas explicitadas en el Acuerdo de Paris (2020 y 2023) con el objetivo de demorar los compromisos y la acción climática; fue imposible alcanzar un  acuerdo robusto, ambicioso y justo respecto al artículo 6 del Acuerdo de París y los mercados de carbono; y no llegó a formalizarse un mecanismo de implementación y financiamiento para las perdidas y daños tal y como exigen los países en desarrollo vulnerables.

Saleemul Huq es director del Centro Internacional para el Cambio Climático y el Desarrollo (ICCCAD) en Bangladesh, ha seguido desde su inicio las Conferencias del Clima y es especialmente crítico con el devenir actual de las COPs planteando si este es un modelo ya agotado donde el “proceso de toma de decisiones de estos congresos anuales ya no es adecuado para su propósito”.

Huq explica que 2019 puede considerarse como el primer año en que la realidad y los impactos del cambio climático superaron a lo que se debatía en las cumbres del clima. Por decirlo de otra forma, estamos asistiendo a un proceso que desde la ciencia se lleva aventurando mucho tiempo, y es que los tiempos y estrategias de reacción humanas ante el cambio climático están viéndose ampliamente superados por los propios impactos del cambio climático. En este sentido, cualquier previsión basada en un cálculo económico-humano, como el pacto por parte de la Unión Europea de reducir a cero las emisiones en 2050, estaría totalmente desconectada de la realidad de la evolución climática actual.

La sociedad civil, articulada por organizaciones de jóvenes, mujeres, pueblos indígenas, ongs, los países más pobres y vulnerables e incluso la comunidad científica, cada vez más expulsada de un proceso de toma de decisiones que debería articularse a partir de sus propios hallazgos, toman conciencia de esta realidad y demandan un cambio de rumbo imprescindible, radical y transformador, a pesar de las dificultades en la transición de un sistema basado en combustibles fósiles a otro bajo en carbono. 

Las asimetrías son evidentes, y el poner en cuestión el actual modelo de Conferencias sobre el Clima y la propia arquitectura político-económica sobre la que sustenta este modelo es fundamental, e implica mantener el pulso y la presión durante todo 2020.

Frente a todo un complejo modelo económico-financiero, basado en crear salvaguardas y regulaciones “a la carta” para las mayores empresas emisoras, es necesario seguir la estela de colectivos nacientes como “Fridays For Future”, con una mayor sociedad civil capaz de aumentar la presión sobre los gobiernos.  

No se puede quedar a la espera de lo que ocurra en noviembre de 2020 en Glasgow. Por poner un ejemplo, esta cumbre comienza el 9 de noviembre y podría celebrarse en un claro ambiente de depresión en el caso que el 3 de noviembre Donald Trump fuera reelegido Presidente de los Estados Unidos, o fuera elegido un candidato de similar “visión climática”.

Es hora de que sociedad y medios planten cara al “greenwashing” y a un falso optimismo adormecedor de empresas y gobiernos. Las palabras de Greta Thunberg en Madrid suenan demoledoras al respecto: “El mayor peligro no es la inacción; el verdadero peligro es cuando los políticos y los directivos de las empresas hacen que parezca que se está produciendo una acción real, cuando en realidad casi no se está haciendo nada aparte de una contabilidad inteligente y unas relaciones públicas creativas”.

2020 debe ser el año en el que se ejemplifique esa necesaria ruptura por parte de países más vulnerables, sociedad civil y ciencia. Una ruptura frente a un comportamiento irresponsable de políticos y empresas y que por el camino no hace sino polarizar, paralizar, aumentar la desinformación de la ciudadanía y aumentar la sensación de “salvase quien pueda”.

El cambio climático hará que nuestra sociedad sea más pobre, más desigual y más insolidaria. Por esta razón, esa ruptura necesaria también debería ser capaz de fluir hacia un nuevo marco colaborativo común entre ciencia, sociedad civil, gobiernos y empresas, coherente y consciente de la emergencia climática que enfrentamos.