El avance del tiempo tras la tragedia de Valencia se mide en fallecidos y no en horas. La magnitud de lo sucedido se puede ver en el hecho de que no hay lista de heridos, solo de muertos. Los valencianos los lloran mientras a la vez retiran barro y sacan a la calle lo que para otros son enseres, pero para ellos son su vida entera. Y mientras a un lado del cauce del río todo ha cambiado por completo, al otro lado del Turia la vida sigue para sus habitantes con una normalidad pasmosa, solo rota por las conversaciones sobre lo que al cruzar el puente ha sucedido.
Cruzar el puente de San Vicente ha sido retroceder más de un siglo en el tiempo. El primer día la mayoría de municipios no tenían ni luz, ni agua, ni gas, ni mucho menos internet. Impresionaba ver a la gente haciendo cola para poder llenar las botellas de agua en el único punto del que aun salía el preciado líquido.
Dos valencias divididas por un puente
Este jueves, dos días después de la tragedia, un anciano comentaba con otra persona en La Torre, mientras caminaba por encima del fango tratando de no resbalar, que valencia era como Berlín, y el puente el muro. Que igual que había dos alemanias, ahora existen dos valencias. Nunca una definición ha sido tan acertada.
A un lado del río la normalidad. Al otro, la devastación más absoluta. Mientras en un lado de la ciudad la gente salía a comer en este ‘juernes’, en La Torre se vivía el drama más absoluto cuando al poder acceder a un garaje, la realidad golpeaba a propios y a extraños cuando aparecían ocho cuerpos sin vida.
Al cierre de este artículo, la cifra oficial de personas que han perdido la vida es de 155, pero lectores de ElPlural.com, con todo el dolor del corazón de quien redacta y del resto de la redacción de este periódico tenemos que decirles que, por desgracia, es cifra parece que se va a quedar muy corta. Tan corta parece ser, que las autoridades han habilitado un pabellón de Feria Valencia para poder albergar los cuerpos mientras se realizan las indetificaciones, pues la Ciudad de la Justicia se ha quedado pequeña.
Los cambios
El segundo día tras el desastre, además de la aparición de decenas de desaparecidos sin vida, ha dejado diversos cambios, alguno muy positivo. La solidaridad del pueblo valenciano es más que conocida, el incendio de Campanar fue un ejemplo. Este jueves, el puente peatonal para cruzar a la zona cero ha sido un hervidero constante de persona cruzando, muchas de ellas de la zona que no ha sido afectada. No iban a hacerse un ‘selfie’, no. Iban para ayudar a sus vecinos. Algunos cruzaban porque tenían amigos o familia, pero otros muchos lo hacían por puro altruismo. Era maravilloso ver ese mar de personas armadas con cubos, escobas y balletas dispuestas a echar una mano a quien fuera por puro amor.
Sin embargo, también se ha podido observar cómo el cabreo de los afectados se va incrementando por minutos. El miércoles, los supervivientes de la tragedia deambulaban por las calles con una mezcla de alegría por haber sobrevivido y estado de shock que los llevaba a buscar lo más básico, en este caso agua. Pero 24 horas después, y con más de 100 muertos encima de la mesa desde por la mañana, la alegría del principio ha mutado en enfado.
Un enfado más que razonable, pues todavía hay municipios, como Alfafar o Sedaví, en los que la ayuda no ha llegado. Si el miércoles las lágrimas brillaban por su ausencia, este jueves poblaban las caras de muchos de los vecinos de los pueblos de L’Horta Sud. La mayoría se sienten dejados de la mano de Dios. Es muy complejo explicarles que la mayoría de efectivos están en Paiporta, epicentro del desastre y que ahora mismo supera los 60 muertos.
Y a todo esto hay que sumar otra pieza al tablero, la de los miserables que no han dudado en saquear centros comerciales y negocios de los municipios afectados. Hay que tener muy poco corazón para entrar a robar en una tienda de pueblo lo que poco que no se ha llevado el agua. Hay que ser muy malnacido para dejar, todavía más si cabe, en la ruina a tu vecino. Pero como pasa siempre en la vida, estas situaciones sacan lo mejor y lo peor de las personas.
Hermosura en el desestre
Pero como la realidad de lo acontecido ya es lo suficientemente dura, les vamos a contar dos cosas preciosas. La primera es la historia de los vecinos de una finca de la calle Francisco Almarche de Benetússer, que capitaneados por un subinspector de la Policía Nacional consiguieron salvar a dos vecinas a las que se las llevaba el agua y se iban a ahogar. Con sábanas, una mancuerna, una escalera, una voluntad de acero, y mucha paciencia, han salvado dos vidas.
La otra es la del dueño y los trabajadores del bar Prieto, el primero nada más cruzar de la zona cero. Estos héroes sin capa practicante no han dormido desde el martes para poder atender a todos lo vecinos que llegan allí, muchos de ellos con lo puesto desde la noche del desastre. Junto al panadero del barrio, y los trabajadores del súper de al lado, consiguieron mantener a salvo a muchísimas personas la larga y triste noche del martes.
Narrar todo lo que está sucediendo en Valencia es imposible. Los afectados se cuentas por miles. Y cada uno de ellos es mucho más que una estadística, es una persona con nombre y apellidos, y una historia de vida detrás.