Andrea Pérez Fernández es vecina de Santa Cruz de La Palma y asesora de comunicación del Cabildo de La Palma. Empezó como becaria poco antes de que la isla se convirtiera en un polvorín, hace justo dos meses, y define su experiencia como un “máster avanzado e intensivo” en comunicación política y gestión de crisis. Más allá del estrés lógico que acarrea la gestión de su cargo, la palmera no ha vivido los estragos de la erupción gracias a la orografía montañosa de la isla y al dique de contención que supone vivir más allá del oscuro cielo cargado de ceniza, el rugido de la boca eruptiva, la sismicidad creciente y el paisaje desolador de un Valle, el de Aridane, que se acostó verde y propicio para la agricultura y actualmente amanece con los agricultores siendo desembarcados por La Armada Española cuando el clima y el mar lo permiten para seguir mimando, contra viento y marea, sus plataneras, aguacates y cultivos de viña.

“Con esta emergencia volcánica han salido a la luz las deficiencias que ya teníamos previamente, como que solo teníamos una carretera para llegar a Los Llanos. Los agricultores se han quedado sin acceso a la costa y ahora tenemos a La Armada haciendo nuestro desembarco de Normandía particular para que los trabajadores del campo puedan acceder a sus fincas, ya que no pueden hacerlo por carretera”, explica Andrea.

Los efectivos de emergencias, periodistas y voluntarios se han convertido en parte de la normalidad visual de la isla. “Yo, al llevar las redes sociales del Cabildo, he recibido una cantidad de mensajes bárbara. Surgen iniciativas de todo tipo. Por muy afectados que estén, incluso quienes han perdido la vivienda, no han dejado de apoyar al vecino de al lado a limpiar la ceniza de los tejados y evitar derrumbes indeseados”, añade la asesora de comunicación, quien agradece vivir en la parte no afectada de la isla y poder hablar en tercera persona de la catástrofe.

Nosotros hemos vivido bastante aislados, con cierta normalidad. Si cruzas la cumbre, parece el apocalipsis. No hemos tenido restricciones, más allá de dos ocasiones en los que el viento ha traído la ceniza hasta la zona y ha habido mucha colaboración ciudadana. Todo el mundo en La Palma ha colaborado”, sostiene Andrea. “Esperamos que pronto llegue la nueva normalidad, porque parece que salimos de una y nos metemos en otra”, sentencia.

La normalidad de La Palma intacta

“Nosotros estamos al este de La Palma y el volcán está en el oeste. La isla tiene 700 m2, es muy pequeña. Santa Cruz de la Palma está a 11 o 12 km del volcán en línea recta, pero no nos enteramos, escuchamos los terremotos, a veces nos viene ceniza pero muy poca porque los vientos son alisios y vienen de norte a sur”, explica en declaraciones a ElPlural.com Pedro Marante Rodríguez, palmero de 64 años que trabaja en una empresa de control de calidad del material basáltico, es decir, la piedra de basalto que escupen los volcanes. “La vida aquí es normal, vamos a trabajar y estamos pendientes siempre de qué puede pasar, conocemos a mucha gente de allí”, prosigue.

Normalidad que, sin embargo, no acarrea despreocupación. El carácter abierto de los palmeros es reivindicado por sus vecinos: “Cuando naces y vives entre volcanes, algo en tu interior, en tu subconsciente, mantiene la serenidad suficiente para sobrellevarlo de alguna forma. Lo que más preocupa es la mala calidad del aire, las calles que transitas y sin poder evitarlo te hacen llenarte de arena tanto zapatos como ropa. El machaqueo cotidiano con el tema volcán, su ruido incesante, sus temblores”, sostiene Juan González.

“Los que han podido irse, bien sea por capacidad económica o por tener alguna vivienda, lo ha hecho. El paisaje allí es bastante desagradable, El Valle de Aridane se ha caracterizado siempre por ser llano y verde, con sol y donde mejor se cultiva en la isla. Es un cambio de paisaje que contrasta que se vive de forma triste. Sabemos que se recuperará, pero tardará años hasta que se vuelva a reconstruir”, añade Andrea Pérez.

Alberto Expósito explica que es cierto que hay ciertas “rencillas tontas y estúpidas entre algunos pueblos que son el pan de cada día en muchas zonas de España -el clásico pique-“, pero en el fondo cree que todos los palmeros se sienten parte de una “misma comunidad que hace patente el espíritu solidario que ha quedado patente”. "Todos somos palmeros, nos sentimos parte de la misma comunidad, y ese espíritu de solidaridad se hace patente”. "La gente de Santa Cruz estamos yendo cada vez que podemos a comprar allí, a los restaurantes, se recauda y entrega dinero a través de los canales habilitados… nos hemos arropado entre todos para tratar de ayudar a los que más sufren las consecuencias de la tragedia”, clarifica.

Una historia que se repite

La Palma es la isla de Canarias con mayor número de erupciones volcánicas registradas desde el siglo XV, con un total de ocho, mientras que la que dio lugar al hoy Parque Nacional de Timanfaya (Lanzarote) ha sido de la mayor duración: casi seis años (del 1 de septiembre de 1730 al 16 de abril de 1736).

Los vecinos de la isla consultados por este periódico todavía recuerdan el último, registrado en 1971, aunque explican que el caos generado nada tiene que ver con el actual: “Los vecinos de la zona del valle están viviendo, en su mayoría, cómo la historia una vez más se repite. Aunque muchos de ellos, por edad, no hayan vivido otros volcanes, han interiorizado con el devenir de su vida las anécdotas de sus mayores, las vivencias, las imágenes y, también, las pérdidas”, sostiene Juan González.

“Nosotros estamos acostumbrados a los volcanes. Son muchos años que pasan de uno a otro. Yo he vivido dos: el Teneguía (1971) y este”, explica Pedro Marante, que recuerda cómo hace 50 años, cuando estaba en el colegio, iba de excursión en “gua-gua con todo el colegio”: “Nos acercábamos mucho, tal vez estábamos a menos de 100 metros”, precisa.

¿Malestar por la espectacularización de la tragedia?

Un espectáculo visual pocas veces apreciable, la llegada masiva de periodistas y el sentimiento generalizado de que muchos, al principio, no eran capaces de apreciar el dolor que había detrás de cada historia arrebatada por el magma. Este es un sentimiento normal, entendible, que algunos de los vecinos contactados por este periódico recuerdan sentir: “A los medios de comunicación se les recibió bien, aunque sí que nos impactó que se grabase a la gente que estaba siendo desalojada. Poco después se reculó, se pidieron disculpas y se agradeció. Era un momento delicado y no era agradable que no hubiese espacio entre los que lo perdieron todo y la cámara de turno”, explica Andrea Pérez.

Esta vecina, además, nos relata cómo recibió las polémicas palabras de la ministra de Turismo, Reyes Maroto: “Las primeras palabras de Maroto sentaron bastante mal entre la gente. Pero es cierto que a medida que ha avanzado la erupción nos hemos dado cuenta de que Canarias vive exclusivamente del turismo. Si nos quitas el turismo cómo se recuperan los agricultores, la hostelería, quien tenía una pequeña tienda. La propia alcaldesa de Los Llanos pedía a la gente que fuese a la zona afectada, que se sentara en los bares, que comiera y pidiera una cerveza”.

También se moja en el mismo sentido Alberto Expósito, quien explica que se produce un efecto contrario entre la parte de la isla no afectada y los que lo han perdido todo: “Mientras aquí queremos que venga gente de fuera, ya que nuestra economía se sostiene del turismo y la agricultura -que se la está llevando el volcán-, desde el otro lado vivían encerrados en sí mismos pensando que las personas de fuera venían a disfrutar de su tragedia. Ha habido un pequeño punto diferenciador entre lo que expresamos desde este lado y lo que sienten los afectados”.

Juan González nos traslada la misma idea, aunque sostiene que los vecinos han aprendido a convivir con el protagonismo mediático: “Las personas tienen un límite y lo que al principio era un bombardeo informativo y visual e incluso, sin lugar a dudas, fáctico, tangible, del volcán, ahora es una realidad con la que se ha aprendido a convivir, e incluso a dosificar. Dosificar, como he dicho antes, con válvulas de escape de todo tipo, entre una de ellas y de las más simples es la de apagar la televisión y la radio y hacer otros planes”.

¿Demasiada burocracia en el realojamiento?

“Los que no están afectados creen que el proceso de realojamiento y creación de viviendas es rápido, pero quien lo ha perdido todo y lleva 50 días viviendo en un hotel piensa de una forma distinta. De hecho, las nuevas viviendas siguen sin amueblar. Los políticos de turno vinieron no hace mucho a hacer su correspondiente paripé, pero no tengo constancia de que nadie viva actualmente ahí”, explica Andrea Pérez.

Profundiza más en el asunto Juan González, quien explica que, además de crear viviendas a la carrera, hay que dotar de garantías a las mismas. “He visto cosas, no sé si ciertas, de que hay viviendas sin electricidad o sin instalación de fontanería. Esto no puede suceder. Hay una cantidad de viviendas vacías a consecuencia de la especulación y la mala praxis de entidades bancarias, iniciativas privadas y constructoras, que han dado, en cierto sentido, una oportunidad para este tipo de situaciones”, añade, pidiendo a las autoridades que esta operación no acabe desembocando en la creación de “neocampamentos de refugiados”. “Hay que dotar a estas "urbanizaciones prefabricadas" de un aspecto habitable, sociable, abierto a la esperanza”, sentencia.

Alberto Expósito también apunta a una cuestión social, de estatus, que debe primar a la hora de repartir las ayudas: “El realojamiento de las personas que lo han perdido todo está tardando bastante. Hay palmeros que, a parte de su vivienda y su huertito, tenían un estatus elevado y pueden permitirse vivir en otro sitio. Sin embargo, hay personas que lo han perdido todo y transmiten muchísima pena, por lo que se debería filtrar la ayuda económica para apoyar a los más desfavorecidos”.

Con ganas de que acabe

Si algo tienen claro todos los palmeros contactados por este medio es que ya hay ganas de que acabe la tragedia. Hay quien incluso defiende salir de la isla, aislarse y darse un tiempo para recuperar la tranquilidad: “Por supuesto, tenemos ganas ya de que termine, hasta que no termine no se puede empezar de nuevo. En el día de ayer la lava volvía a salir otra vez por una zona de viviendas. Si la lava fuese hacia el mar, como Teneguía, no habría pasado nada”, explica Pedro Marante.

“Se sabe que el fin del volcán va a llegar. Aunque aún no se vea claro el momento del mismo, llegará. Mientras tanto, lo que toca es seguir asumiendo sus consecuencias más notorias (ceniza, calidad del aire, temblores, etc.)”, sostiene Juan González.

Asumir las consecuencias, sí. Y caer en el hipnotismo de las llamas, que es como define su visionado Marante: “Yo desde esta parte de la isla veo el humo, pero no el fuego, me tengo que trasladar hasta allí. El volcán, cuando te pones a verlo, te hipnotiza: ese momento del fuego saltando y del ruido te provoca una cosa que ni te alegra ni te entristece, simplemente te hipnotiza. Te puedes sentar allí a verlo una hora y a esperar a que venga otra “bomba” y pum. Hay que estar y hay que verlo, es necesario que se vea, es muy diferente verlo en televisión que en directo”.