Rajoy ganó las elecciones porque le chorreaba la felicidad y quería compartirla con los parados, los viejos, los del salario mínimo, los dependientes, las mujeres maltratadas, los enfermos, lo docentes. Excluía a los bancos porque sabía que ellos llenan el estómago y sus alrededores con euros de todos los calibres. El prefería a los humildes, los desfavorecidos, los que andan por las esquinas con la mano extendida cantando y rezando al prójimo por amor de Dios.
Toda la miseria de España se volcó en las urnas. Todo el pobrerío se vistió de azul. Gaviotas volanderas llevaron votos en el pico, aprendices de las cigüeñas que vienen de París. Rajoy está entronizado en el trono caliente todavía de Zapatero que dejó al país en “la ruina económica y social” como constató la Ministra de empleo y otras cosas.
Papá Noel le trajo a Rajoy un cajón de recortables. Y él se entretuvo en Noche Buena con unas tijeritas de plata haciendo muñequitos con su cuello blanco y su canesú. Se los regaló a Soraya y la vicetodo de todo nos fue visitando por las casas, dejando zapatitos con regalos sin celofán siquiera porque de ajustes se trataba, de ahorro, de declararle amor al amor presidencial a Merkel por las europas de las europas, amén.
España invierno glacial. Congelado todo. Menos los viejos. Muchos van a tener un aumento de cinco con ochenta céntimos. Otros hasta ocho euros. Se crea así el lobby de la arruga, bella por creadora de una riqueza capaz de hacer frente a la prima de riesgo, al ibex treinta y tantos, a un euro enfermo porque no se vacunó contra la gripe pese a la prescripción de Sarkozy. Bienaventurados los viejos porque se morirán por falta de asistencia sanitaria, pero nunca por la infelicidad de unos bolsillos vacíos.
Los funcionarios, los sanitarios, los maestros, las mujeres maltratadas, los niños de guardería y otros muchos deben esperar a ser viejos y contar con cinco euros con ochenta para entrar en el número de esos especuladores de arrugas, coleccionista de patas de gallo, de manos artríticas, de respiración disneica que hasta pueden pagar un euro por cada receta que necesitan y que no necesitan pero que les gusta como colección particular.
Por fin soy feliz, tremendamente feliz. Vivo en el país de Alicia intercambiable con Soraya con el príncipe azul de la alegría: Mariano Rajoy.
Rafael Fernando Navarro es filósofo
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