La nave dispone de avanzadas medidas de seguridad. La hermosa gente sube y baja por la gran escalera victoriosa. Disfruta, degusta los almuerzos en el más sofisticado comedor y pasea por las mejores estancias del flotante palacio. Los fogoneros de las calderas mantienen el rumbo de la embarcación. Tienen camastro, agua y panecillos.

El capitán dirige los controles y a los distintos oficiales. Y la orquesta ameniza las horas de las personas decentes. Ahora bien, hay un serio problema. Hemos chocado contra el iceberg de la crisis y esto hace aguas por todas partes. Lo que parecía insumergible no es así como consecuencia del choque. Un témpano de hielo económico nos deja helados. Sobre todo a los peces chicos.

La cosa se hunde y no hay suficientes botes salvavidas. Las aguas están gélidas… No viajábamos mal, especialmente los peces gordos, o eso se pensaba, y ahora los compartimentos se inundan. Hemos enviado diversas llamadas de socorro para que nos rescaten… El distinguido público tiene preferencia de cara a salvar el pellejo.

El dinámico y competitivo motor del mundo se va a pique. Naufraga. El desastre se nos echa encima. El fracaso parece total y el trágico asunto se pone fuera de control. Sólo queda lanzar un grito. ¡Sálvese quien pueda! Acaudalados y bribones primero.

Demasiadas cosas perjudican seriamente la salud de la población. La falta de ética, el egoísmo y la ambición desmesurada. Aquellos que velan por sus intereses particulares en detrimento de la mayoría y con la bendición de las leyes. Quienes atentan desde las más altas cumbres contra los ciudadanos de a pie. Los más vigorosos que quieren seguir siéndolo y ver reforzado su poderío a costa de los más débiles de la sociedad.

Perjudican seriamente los defraudadores, los presuntos casos de corrupción del PP que afloran sistemáticamente. Los que aporrean a la naturaleza por culpa de un progreso erróneo. Quienes contribuyen directamente a la deshumanización social y a la mecanización de los individuos. Los que apuestan por la bobalización generalizada y pretenden anular al vecino sin que éste se dé cuenta. O dándose.

Perjudican el integrismo de esta religión económica, en nombre de la libertad, y cualquier tipo de dictadura, en la que se incluye un poder financiero que impone su ley sin apelación posible. El caso es que todo sigue igual. Peor incluso. Nos movemos pero no avanzamos o damos pasos atrás.

Algunos los dan hacia delante. Les cortan las alas y recortan las subvenciones a la minería del carbón en más de un 60%. Están con el pie torcido y en pie de guerra. Soy minero es el título de aquella vieja copla de Antonio Molina, una mina de voz. Pero no con caña, vino y ron se les quitan las penas. Ahí los tienen con sus movilizaciones, manifestaciones, cortes de carretera o ferroviarios, marchas, encierros…

Los recortes les llevan a un callejón sin salida y a luchar por el mendrugo diario. El Gobierno, o el desgobierno de Rajoy, tipo torpe y pésimo como saben todos, los criminaliza como si fuesen animales. No borregos precisamente. Y de los que tendrían que tomar ejemplo muchos que también están con la pata quebrada o en vías de quebrarse. Golpes bajos para la minería y la clase trabajadora en general.

Los cascos con las luces abiertas les alumbran el camino. Hay que defender el carbón para sacar las castañas del fuego, mantener la alta cantidad de puestos de trabajo y seguir generando riqueza económica. Aunque todo necesita un reciclaje en la vida, no pueden quedarse en la cuneta. Así que regálese al PP un saco de carbón por estrangular a los más vulnerables e ir de perrillos falderos de esta penosa Unión Europea.

El miedo y la inquietud nos reprimen. Sin embargo, todo tiene un límite y no se puede jugar con las cosas de comer, el empleo, la libertad y los derechos más elementales. No van a caminar de rodillas y aspiran a dinamitar la inoperancia y los agravios. Realmente, lectores y lectoras, los mineros somos todos. Todos.

Marc Llorente es periodista y crítico de espectáculos