Cuando ya hablamos de heredar un país, pasamos directamente a lo político. El resto de los puesto de responsabilidad pública, se deben, fundamentalmente, a la decisión de los ciudadanos o al concurso en una dura oposición. Un rey, aunque esté capacitado para serlo, no lo ha demostrado previamente en unas oposiciones ni ha contado con la aprobación popular en unas elecciones, y por tanto, simplemente se debe a la gracia de Dios o al capricho de, quizás, alguna autoridad militar que accedió al poder a balazos en lugar de hacerlo por las urnas.
Con este breve texto de hoy no quiero sentar cátedra ni polemizar con ningún deslumbrado por la monarquía, ni nada por estilo. Mi intención simplemente es discutir, desde el punto de vista de la filosofía del derecho político, si un rey tiene el derecho civil de ser tan humano como cualquiera cuando ostenta privilegios cuasi divinos.
Alfonso Cortés González es profesor de Comunicación de las Administraciones Públicas y de Comunicación y Sociedad en la Universidad de Málaga.
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