Los gobiernos sólo actúan en función de las instrucciones de los poderes económicos nacionales e internacionales. Si a esto le añadimos el voto a las fuerzas políticas más reaccionarias, el golpe contra la ciudadanía puede ser mortífero. Lo estamos viendo con el presidente Artur Mas en Cataluña y lo vemos con los populares.

Si Rubalcaba y la izquierda en su conjunto no lo evita en las próximas elecciones generales, anticipadas o en marzo, más bien la primera opción que la segunda, la factura de la crisis no sólo la seguirá abonando el personal, sino que cada día va a ser más gorda.

Las urnas decidirán un resultado u otro en su momento. Ahora bien, sea quien fuere el que gane, la batalla a favor de la dignidad y contra las arbitrariedades interesadas no debe terminar nunca. El olor a chamusquina aumenta, se está convirtiendo en algo más insoportable aún y tiene visos de volverse completamente insostenible.

Los tijeretazos de CIU en sanidad, educación, servicios sociales o en el sector público, en lo que se refiere a los funcionarios, son aplaudidos por la tropa del PP y representan un ejemplo de lo que nos aguarda si el tal Rajoy asalta legalmente La Moncloa.

El ardor bélico a la hora de recortar salarios y derechos o para desmantelar nuestra frágil democracia está en acción y en vías de ser irreversible si no frenamos está maquinaria exterminadora. El presente habla por sí solo y el horizonte tiene nubes muy oscuras.

La oposición de las centrales sindicales y de muchos no parece suficiente como para frenar el impacto que sufre la clase trabajadora. Mientras tanto, los abusos de poder y las rentas más altas respiran placenteramente en el mar de la tranquilidad.

La derecha extrema del PP, o quizá la extrema derecha de Génova 13, está crecida, sonríe ante la miseria de los más desfavorecidos, por una recesión que han provocado sus parientes ideológicos, y prepara su triunfal desembarco para cortar las cabezas del resto con sus manos sucias.

A eso le llaman las tribus cavernícolas “la necesidad de realizar reformas en la sociedad actual”. Por si no fuese suficiente la tormenta que ha organizado lo peor del mundo financiero, los grupos ultracatólicos, el caciquismo más soez y la intolerancia sacan pecho y aspiran a sacarlo más si los electores no lo remedian.

Las impotencias gubernamentales y de las personas frente a los mercados saltan a la vista. El plan Terminator continúa su curso con la intención de fundir el Estado de Bienestar. Especuladores y poderosos van a lo suyo, y las instituciones democráticas, en perjuicio de la población, se diluyen como un terrón de azúcar en el agua. A Rajoy le fascina todo este paisaje. Es una bombona de oxigeno que le da aliento para llevar a cabo su oculto programa.

Marc Llorente es periodista y crítico de espectáculos