El Partido Popular ganó las últimas elecciones del 20 de Noviembre por mayoría absoluta. De la misericordia de sus entrañas esperábamos el cumplimiento de sus promesas. El PP. no podía tomar el santo nombre de Dios en vano (haremos una política como Dios manda, decía continuamente Rajoy) y en nombre de ese mismo Dios se prometía crear empleo de forma inmediata, no abaratar el despido, no subir impuestos, no tocar la educación ni la sanidad, ser los brazos de los dependientes, los mimos de la niñez, el hombro de la vejez, el defensor de la mujer contra los cuchillos asesinos. Era la tierra prometida frente al Zapatero anticristo, laico hasta perseguir a la Iglesia, empeñado en pervertir a la juventud enseñándoles que el sexo es el estremecimiento del amor, que la democracia es la responsabilidad compartida, que la mujer tiene derechos sobre su cuerpo, que su cuerpo no puede ser expropiado por leyes que le amputen su autonomía, que cuando el amor se acaba se deben bifurcar los caminos, que el amor es un derecho inalienable y que cada uno lo vive con la persona amada y elegida para un proyecto vital y enamorado. Había que exiliar a zapatero porque los españoles teníamos el horizonte fructífero y elegante al alcance de la mano. Incluso los más ateos empezaron a creer en el milagro. Rajoy tenía cara de Santiago y cierra España. Resucitó entre las urnas acompañado de Montoro, Guindos, Gallardón y el ángel exterminador de Fernández-Interior-ministro. Le esperaban la magdalena hueca de Cospedal y Soraya-musa-Pedro J.

Y apareció la vivificante corriente cristalina del cristianismo interior. Las gaviotas creyentes se posaron en Justicia, Sanidad y en un Wert aplastado por un sillón de mando, de becas, de educación para la ciudadanía. Los manifestantes eran enemigos. El estudiante sentado un resistente a la autoridad. Los sindicalistas un lastre renuente. La sanidad un mercado. La educación un comercio. Los viejos un sobrante caducado de fecha. La maternidad el sello que convierte a la mujer en mujer. Los impuestos, piedras antidisturbios. Rajoy, por cristiano, arrodillado ante el déficit inmolando el bienestar, sacrificando la lucha de años, degollando la inocencia de quienes se creyeron con derechos. Lo dijo Rouco: hay que aceptar la crisis con resignación y esfuerzo, convirtiendo la situación en un acercamiento a la divinidad. Para eso compartía el sumo pontificado con el Opus sobrevolando cúpulas ministeriales.

Si esta trituradora de derechos tiene sus raíces en el cristianismo del Partido Popular, habrá que reinventar las urnas para alumbrar una época constantiniana de cruz y espada. A uno se le ponen maneras de sarraceno luchador contra las huestes de un cristo deteriorado allá por el Alicante de turbantes y capas de seda blanca.

Rajoy está a la derecha del Padre. Es urgente un padre que esté a la izquierda de Rajoy.

Rafael Fernando Navarro es filósofo
Blog Marpalabra