El PSOE debería entender que la gente no les vota para que hagan políticas como las que podría hacer el PP, e IU debería tener muy claro que sus electores no les votan para que permitan gobiernos del Partido Popular (como podría pasar en Extremadura). En este sentido, 2011 tiene ciertos paralelismos con 1995, y sin ser realidades iguales, los partidos de izquierda deberían tomar nota, redefinir sus estrategias fría y calmadamente, y no caer en los errores de hace 15 años.

La diferencia fundamental, en términos sociopolíticos, de la derrota socialista de 2011 con la de 1995, es que esta última, además de un vapuleo aún mayor, da muestras de que se puede cerrar el ciclo del bipartidismo (tan criticado popularmente) y dar la bienvenida a un monopartidismo, donde no habría dos grandes partidos, sino uno hegemónico (el Partido Popular) que gobernaría no solo la Administración General del Estado, sino la gran mayoría de Comunidades Autónomas y municipios. Y esto sí es nuevo, porque anteriormente uno de los dos partidos grandes podía perder unas Elecciones Generales, pero conservaba mucho poder político en los otros niveles de la Administración, lo que equilibraba los juegos de poder.

No significa que esto vaya a ocurrir obligatoriamente, pero es un escenario más que posible. Por ello, tanto PSOE e IU deberían hilar muy fino su estrategia y recuperar la enseñanza que se esconde en otras derrotas electorales (está bien, unas veces se pierde y otras se gana, pero si no aprendemos de la derrota, ésta no ha servido de nada). En mi opinión, el conocimiento adquirido estos años se puede resumir en los siguientes puntos:

1. El votante del PSOE se siente traicionado cuando las políticas neoliberales parecen hacerse con gusto.

2. IU no debe favorecer al PP. Muchos votantes de la coalición, sabiendo que no pueden gobernar, les votan para que hagan girar al PSOE hacia la izquierda, en lugar de contribuir a que el PP Gobierne.

3. La izquierda debe siempre buscar la transformación de la realidad, no quedarse en el equilibrio de poderes, que es la seña de identidad del pragmatismo conservador.

4. Y derivado de los tres puntos anteriores, deben entender que el electorado de izquierdas, pide y espera mucho más de la política que el de derechas (que en gran medida no cree en ella), por eso es fácil decepcionarle.

Si los partidos progresistas no entienden lo que la gente espera de ellos, quizás, cuando concluyan su obligado (por decisión popular) peregrinaje por el desierto, puede que sea demasiado tarde para sus siglas.

Alfonso Cortés González es profesor de Comunicación Política y Sociedad en la Universidad de Málaga

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