En el convento del Ejecutivo, Rajoy es la madre superiora que ruega por nosotros, pecadores, y pellizca a quienes no rezan las oraciones del nuevo catecismo laboral. Las chicas Mariano visten de brujas y arrean con sus autoritarias escobas a la gente.

Muchos llevan el disfraz de Cenicienta con una calabaza bajo el brazo por cortesía de nuestras nobles autoridades. Pero no se convierte en carroza ni en empleo digno. Otros se ponen trajes de luces fundidas para torear los envites impopulares del bicho oscuro de las reformas. La cornamenta ataca otra vez y hace blanco en las nalgas del personal.

Los jefes de la cosa económica se disfrazan de obispos para bendecir a los sufridores del globo. Algunos mártires se visten de Caperucita Roja. Airean pancartas de indignación dispuestos a zamparse al feroz lobo de Bruselas y de Génova. La Comisión Europea aconseja subir más la edad de jubilación y suscribir planes privados de pensiones. La dictadura carnavalesca sigue adelante con los planes de ajuste de un nuevo y más aún depredador capitalismo.

Los ministros usan guantes de boxeo con el propósito de atizarnos mejor a base de sus desajustados ajustes. El vitalicio “Molt Honorable”, don Francisco Camps, lleva una chaqueta rota en este sudoroso carnaval y pide limosna para comprarse dos o tres trajes. Altos cargos de hojalata y asesores de lujo descoloridos nos exhiben sus vestimentas de espantapájaros pretendiendo espantar bondadosamente a la ciudadanía.

La madre superiora del Gobierno se coloca el hábito de sacristán cuando viaja a rendir culto a los grandes sacerdotes de la Eurozona, un lugar lleno de cartuchos de dinamita que caen sobre las crestas de los habitantes de la agrietada Unión.

Ya ven. Los pillos de alto “standing” usan disfraces de gallo, sacan pecho y se adueñan del corral de todos. Entre otras generosidades, nos obsequian sus indecentes medidas de empleo. Mientras, nosotros usamos plumas de apache y hacemos el indio pataleando, cacareando o sin decir ni pío. El líder de la oposición, Pérez Rubalcaba, ejerce de El Zorro con un paraguas agujereado para paliar los efectos del chaparrón…

Los hay que usan el disfraz de un tal Popeye. Comen espinacas por los mares del abuso, donde reinan el Brutus financiero y el despotismo iletrado. Unos van de cavernícolas pobres sufriendo los antojos de los que van de trogloditas ricos. Pierden el trabajo a golpe de porra o salen de sus cuevas a puntapiés.

Los políticos están mal pagados, declara el presidente de Bankia, Rodrigo Rato, vestido de huelguista. Juerga y chirigotas a las que se unen los directivos de empresas públicas, ya que cobrarán hasta un 30% menos, es decir, un sueldo base de 105.000 euros al año como máximo, según anuncia el Consejo de Ministros haciéndonos creer que la austeridad y los controles son iguales para todos y todas.

La patronal, con un ojo tapado y en su buque pirata, pide restringir el derecho de huelga para que “los derechos de unos pocos no maltraten los derechos de muchísimos más”. Así que mordaza, atadura de pies y manos y a tragar las gruesas píldoras. Ni siquiera una protesta domesticada que a ninguna parte conduce.

Rajoy, líder absoluto con sus laureles, Cospedal, Arenas y otros ejemplares celebran el carnaval sevillano en el 17 Congreso del PP. Están “Comprometidos con España” a base de reformismo y austeridad. Reformas y austeridades, por cierto, dirigidas contra una empobrecida población a la espera de un milagroso brote verde que cuando crezca será muy gris.

Por si fueran pequeñas la estafa y la burla, y frente a los más de cinco millones de parados, los salarios frágiles, la subida de impuestos, las pensiones congeladas, la rebaja de sueldos o el abaratamiento de la patada en el trasero en beneficio de los trabajadores, continúan muy vivas las prebendas de algunos en forma de buenas pagas, jubilaciones espléndidas y otra amplia serie de privilegios inviolables.

O las retribuciones que perciben de por vida los ex presidentes del Gobierno o de algunas comunidades autónomas. Además, esta gallina de los huevos de oro resulta perfectamente compatible con el salario de una empresa privada. El descrédito de la clase dominante aumenta. Y la democracia se extingue como una vela con nuestra colaboración de cada día. No importa. Que siga esta infumable y grosera carnavalada.

Marc Llorente es periodista y crítico de espectáculos