Los recientes disturbios y manifestaciones han planteado un debate candente: la posible participación de infiltrados violentos que desacrediten las protestas. Un tema que podrá sorprender a algunos, pero desde luego no a los aficionados a los temas históricos donde vemos cómo este fenómeno se repite una y otra vez.
Para que ningún habitante del presente se ofenda, ni se de por aludido vamos a remontarnos al siglo XIX donde nos encontramos a La ronda d´en Tarrés, un grupo parapolicial capitaneado por el criminal Jeroni Tarrés y dirigido por el comisario Ramón Serra i Monclús. Entre las acciones de los muchachos de Tarrés (que recordemos fue asesino, proxeneta y ladrón) estuvo la de reventar actos públicos del Partido Demócrata, amén de dar palizas, realizar detenciones y todo tipo de tropelías que acabaron con el asesinato del periodista Francisco de Paula Cuello.
Se intentó ocultar dicho crimen bajo una pelea de borrachos pero no solo no se consiguió, sino que la historia ha demostrado que La ronda d´en Tarrés estuvo financiada por el marqués de Duero con una partida presupuestaria específica desde el gobierno militar.

Manuel Gutiérrez de la Concha, marqués de Duero cuyas implicaciones con la ronda d´en Tarrrés fueron manifiestas

Manuel Gutiérrez de la Concha, marqués de Duero cuyas implicaciones con la ronda d´en Tarrrés fueron manifiestas.

Pero no pensemos que los agitadores violentos responden a una ideología política más allá de la de ganar dinero. Durante el gobierno del general Prim (quien conoció a Jeroni Tarrés en África) se creó La partida de la Porra, una organización igualmente criminal destinada a crear disturbios, acosar partidos políticos (en este caso a los carlistas, alfonsinos y moderados) destrozando sedes, mobiliario público, amén de reventar todo tipo de actos públicos incluso benéficos como el banquete celebrado en Madrid el 2 de mayo de 1871.

La financiación de grupos violentos venía de ámbitos tan dispares como el mundo del espectáculo con ejemplos


La financiación de grupos violentos venía de ámbitos tan dispares como el mundo del espectáculo con ejemplos como Felipe Ducazcal.

Y si hablamos del 2 de mayo en Madrid, tampoco podemos olvidar el 2 de mayo de 1808 donde destacó la figura de José Blas Molina y Soriano, a priori un simple cerrajero que dio la voz de alarma para que comenzasen los primeros disturbios en el Palacio Real.
De este personaje sorprende la aparente espontaneidad de estar en el lugar y el momento preciso sabiendo que ¡oh casualidad! también participó unas semanas antes en el motín de Aranjuez.
Un episodio, este último, en el que no solo hubo infiltrados violentos, sino que sencillamente fue creado y financiado por nobles cercanos al rey Fernando VII como el conde de Montijo, oculto bajo el pseudónimo de “el tío Pedro”, para alentar violentamente a las masas.
 

El motín de Aranjuez contó con participación indudable de infiltrados que sencillamente dirigieron la violencia como golpe de estado encubierto a Godoy

El motín de Aranjuez contó con participación indudable de infiltrados que sencillamente dirigieron la violencia como golpe de estado encubierto a Godoy.

Así podríamos remontarnos a la generación anterior, cuando el motín de Esquilache se sofocó gracias a infiltrados del gobierno que aplacaron a las turbas madrileñas. Tales infiltrados finalmente fueron premiados con puestos de poder como ser alcaldes de los cuarteles de la capital (algo así como los actuales concejales de distrito).
Incluso medio siglo atrás tenemos noticia de un documento: el Gran Memorial, en el que se atribuyen al Conde Duque de Olivares estrategias semejantes para hacerse con el poder en Cataluña. Textualmente se dice: “y hacer que se ocasione algún tumulto popular grande”. Esto justificaría la intervención militar que eliminaría todo adversario.
Es cierto que el Gran Memorial no está del todo demostrado como auténtico del siglo XVII pero no parece ser posterior a 1700.
Dos siglos antes, la noche del 4 de julio de 1520 nos encontramos el mismo mecanismo, en este caso en Madrid, cuando la rebelión comunera cunde en la villa y los artesanos Francisco Marqués y Juan Cachorro atemorizaron a la población gritando que todos iban a ser degollados por las tropas imperiales.
Muestra de su interés político es que, gracias a tales disturbios, los comuneros que regían el concejo pudieron hacerse con las armas que la familia Vargas tenía en su palacio de la plaza de la Paja y tanto Marqués como Cachorro fueron convenientemente gratificados.

Plaza de la Paja con el palacio de los Vargas a la izquierda

Plaza de la Paja con el palacio de los Vargas a la izquierda.