Los constantes ataques a la prensa desde que Donald Trump inició su carrera hacia la Casa Blanca han tenido siempre como objetivo contrarrestar el enorme poder de los medios de comunicación. Un poder que Trump ha intentado también manejar a su favor, motivo por el que a principios de año decidió dar carta blanca a Bob 'Watergate' Woodward, probablemente el periodista más reconocido del 'establishment' estadounidense. Una serie de nada menos que 18 entrevistas al presidente a las que hay que sumar numerosas llamadas a deshoras para que Woodward escribiera 'Rage' ('Rabia'), un libro publicado ahora en EE.UU​.y para el que habrá que esperar a noviembre en nuestro país.

Entre esas llamadas, Trump se puso en contacto con el periodista en la noche del 7 de febrero para contarle las pesadillas sobre el coronavirus​ que el presidente chino, Xi Jimping, le acababa de contar: "Va [el virus] por el aire. Eso es más grave que el tacto, cuando basta con no tocar las cosas, ¿entiendes? Pero si va por el aire... Simplemente respiras el aire y así es como te contagias. Es algo muy delicado. Más mortífero que una gripe severa". 

Ocultar mejor que prevenir

Así, en febrero de este año, cuando apenas unos cuantos contagios sueltos se registraban fuera del gigante asiático, Trump ya conocía que el nuevo virus podía causar cinco veces más muertes que la gripe. La información privilegiada que le había dado su homólogo chino también incluía un detalle, de gran relevancia para la prevención, no manejado por el resto de países hasta muchos meses después del estallido pandémico: no es necesario el estornudo de un contagiado para propagar el virus, ya que es fácilmente transmitido mediante aerosoles, las partículas que quedan en suspensión al respirar.

“Los detalles de su llamada con Xi eran preocupantes. Solo más tarde supe que se ocultaron muchas más cosas: los principales asesores de seguridad nacional de la Casa Blanca advirtieron a Trump sobre un desastre inminente en los EE.UU, y sobre que no podía confiar ni en China ni en Xi: los principales asesores médicos estadounidenses intentaron ir a China a investigar, y Trump ofreció ayuda a Xi, pero fue personalmente rechazada”, escribe Woodward.

Aún así, esa preciada información, capaz de rebajar la dureza con la que el virus ha terminado azotando EE.UU y el resto de países, cayó en saco roto. El republicano "siempre quise quitarle importancia porque no quería sembrar el pánico", por lo que continuó negando la gravedad de la situación otro mes y medio. 

El objetivo siniestro de China

Días antes, el 28 de enero, Trump mantuvo una reunión de gran calado con su consejero de Seguridad Nacional, Robert O' Brien, el cual le alertó de que el coronavirus iba a ser "la mayor amenaza a la seguridad nacional de su presidencia". En ese encuentro también estaba presente Matt Pottinger, consejero adjunto de Seguridad Nacional, que aconsejó al presidente en la misma línea. Aunque no se fiaba de los datos aportados por Pekín, Pottinger había recavado información trascendental por su cuenta. El consejero había cubierto en 2003 el brote del SARS para el Wall Street Journal por lo que, en palabras de Woodward, sabía que los chinos eran "maestros en el arte de ocultar y encubrir los problemas".

Los médicos chinos con los que consiguió contactar Pottinger le alertaron de la gravedad de la situación. No había que comparar el nuevo coronavirus con el SARS, si no con la gripe española de 1918, responsable de 50 millones de muertes. “Varias élites chinas bien conectadas con el Partido Comunista y el gobierno pensaban que China tenía un objetivo siniestro: ‘China no será la única que sufrirá esto’. Si China fuera el único país en tener infecciones masivas como las de la pandemia de 1918, se colocaría en una situación de masiva desventaja económica. Solo era una sospecha, pero por parte de las personas que mejor conocían al régimen. Una espantosa posibilidad. Pottinger, un halcón en lo concerniente a China, no estaba aún listo para emitir un juicio sobre las intenciones chinas. Lo más probable es que el brote hubiera sido accidental. Pero estaba seguro de que a EEUU le esperaba un desafío sanitario sin precedentes. Y la falta de transparencia de China solo lo empeoraría”.