El sistema catalán de partidos políticos ha experimentado cambios profundos durante estos últimos años. En los inicios del “procés” no pocos analistas daban por sentada la desaparición del PSC, consumido entonces en su interior por pequeñas pero significativas deserciones de algunos de sus dirigentes de talante nacionalista y al mismo tiempo desangrado en las urnas por una parte significativa de su electorado, quejoso ante lo que consideraba excesiva pasividad socialista ante la cada vez más clara deriva secesionista de gran parte del catalanismo. Han pasado los años y el PSC sigue vivo, muy vivo, con una fuerza renovada y con un peso institucional, social, político y territorial muy considerable.

Casi ninguno de aquellos analistas políticos, en cambio, vaticinó entonces la explosión descontrolada y letal que acabó con Convergència i Unió (CiU), la federación nacionalista que durante casi un cuarto de siglo monopolizó en solitario el Gobierno de la Generalitat con Jordi Pujol como presidente, y que entonces acababa de recuperarlo con Artur Mas. Nada queda de aquella histórica CiU. Por no quedar, tampoco queda nada de ninguno de los dos partidos integrantes de lo que fue primero una simple coalición electoral para acabar siendo una federación: la nacionalista CDC y la democristiana UDC dejaron de existir para siempre.

Murió también el PSUC, el histórico partido de los comunistas catalanes: lo poco que de él quedaba tras su conversión en ICV-EUiA está ahora en las filas de la confluencia catalana de UP liderada por la alcaldesa de Barcelona Ada Colau, En Comú Podem (ECP). Algo parecido le sucede a la antigua CDC de Jordi Pujol y Artur Mas, que democráticamente decidió su desaparición, utilizó luego diversas marcas electorales y ahora se encuentra todavía a la búsqueda de una fórmula electoral que logre aglutinar el radicalismo separatista unilateral preconizado por Carles Puigdemont desde Waterloo y por Quim Torra desde Barcelona con propuestas algo más realistas o pragmáticas, pero que no le relacionen mucho con la pesada carga de corrupción arrastrada desde hace tantos años. Otro tanto le sucede a la histórica UDC, en parte cobijada en el PSC con Units per Avançar, mientras sus sectores secesionistas se refugiaron en las candidaturas de ERC. Ciudadanos, que vivió su efímero y estéril momento de gloria con su inesperado triunfo electoral en unos comicios autonómicos, pugna ahora por no desaparecer del mapa político catalán, en el que el PP ha sido siempre un simple elemento decorativo, sin ninguna relevancia real. Las CUP siguen siendo la marca antitodo que encontrará a buen seguro su réplica en la casi segura pronta irrupción de Vox en el Parlamento de Cataluña.

Poco o nada se parecerá la composición de la cámara legislativa catalana, después de las próximas elecciones autonómicas, a la existente antes del inicio del “procés”. Este ha demostrado de forma contundente su potencia destructiva. Dudo que todo esto estuviera en los deseos de aquellos que, con el ambicioso y cínico Artur Mas al frente, pusieron en marcha este viaje a ninguna parte, o este viaje a Ítaca previsto sin haber hecho antes al menos una lectura somera de la Odisea de Homero.

Que el PSC es y sigue siendo un elemento fundamental en la política catalana lo demuestra un dato que la Oficina de Derechos Políticos y Civiles de la Generalitat, dependiente de su Vicepresidencia, ha dado a conocer hace pocos días. El 59% de los ataques a sedes de partidos políticos que se han producido durante los dos últimos años en Cataluña los ha sufrido el PSC, con un total de 125 sobre 212. Muy lejos del PSC quedan ERC, con 47, C’s, con 11, las CUP con 10, UP con 7, PDeCat y PP con 4 cada uno y JxCat con 3.

El PSC ha conseguido superar una larga, dura, difícil y muy penosa travesía del desierto. Lo ha hecho gracias a su capacidad de resiliencia, fundamental en una formación política fundada precisamente para mantener la unidad civil de la ciudadanía de Cataluña, esa unidad civil desgraciadamente echada a perder por el aventurismo suicida de unos y la cerrazón política de los otros. Ahora, con su resiliencia, el PSC volverá a ser esencial. Como lo es de nuevo en el Gobierno de España y en muchas otras instituciones públicas, desde las de la Unión Europea hasta las de tantos y tantos municipios catalanes -Barcelona, L’Hospitalet, Badalona, Santa Coloma de Gramenet, Cornellà, Sabadell...- o desde otras administraciones locales, como la Diputación de Barcelona.