Ucrania pretende redimensionar la guerra y restablecer los equilibrios armamentísticos. A menos de un mes de que se cumpla el primer año desde que las tropas rusas pisasen suelo ucraniano, obligando a Occidente a abandonar la tensa calma de la diplomacia para presionar mediante la cascada de multas y sanciones coordinadas, además de la amenaza constante de un hipotético conflicto directo en caso de que algún país de la OTAN se viese afectado o arrastrado en la contienda, los de Zelenski piden una mayor implicación sobre el terreno de los países aliados. Occidente queda así obligada a posicionarse: tras asegurarse la implicación de cientos de carros de combate de fabricación alemana y estadounidense, los conocidos como Leopard y Abrams, respectivamente, desde la retaguardia ucraniana demandan a la Casa Blanca que permita la llegada de cazas F-16.

Esta petición, aún sin respuesta, no ha sido bien recibida en Washington. La administración Biden considera que el envío de sus aviones de combate es peligroso y demasiado costoso. No obstante, el Gobierno de Volodímir Zelenski sabe que no es la primera vez que las reclamaciones de Ucrania quedan en punto muerto y acaban siendo aceptadas: desde los tanques, última cesión de Occidente a las demandas de Kiev pese a la negativa inicial de países como Alemania, que finalmente cederá sus propios Leopard y permitirá la entrada de los de terceros, hasta las baterías antiaéreas o los lanzacohetes han derivado en largas y tensas negociaciones.

La presión está sobre la mesa. No en vano, el ministro de Defensa ucraniano, que va tachando equis en su lista de peticiones, ha anunciado que la recepción de los aviones de combate norteamericanos son el siguiente paso en su hoja de ruta. El desbloqueo alemán a los carros de combate, así como los constantes llamamientos de las OTAN a dotar de armamento a Ucrania para mejorar su defensa, se ha recibido como una victoria para el Ejecutivo de Zelenski en un momento de máxima debilidad para el hombre del año según la revista Time. La llegada de armamento, así como la férrea defensa de sus tropas y la sensación de que la guerra está en un punto muerto en el que cualquiera pude ganar, son el único punto positivo para una administración sobre la que se ciernen los primeros escándalos de corrupción y dimisiones en cadena.

Pese a que las voluntades ucranianas ya son conocidas, será en la próxima reunión militar del Grupo de Contacto de Defensa de Ucrania (UDCG), conocida como 'formato Ramstein', que se celebrará en febrero, cuando Kiev reclame formalmente la llegada de los cazas F-16 Fighting Falcon.

Incremento en la producción

Lockheed Martin, la empresa productora de estos aviones de combate -mayoritarios en las fuerzas armadas de EEUU-, se ha adelantado al anuncio y ha tratado de forzar la situación anunciando que, ante la previsible demanda ucraniana, ya ha arrancado con el aumento de su producción a la espera de que la diplomacia fructifique y las negociaciones deriven en un envío de sus cazas.

El encargado de anunciar este aumento de la producción ha sido el propio director de operaciones de la compañía, Frank John, quien, en una entrevista concedida al diario Financial Times, reconoció que la compañía aumentará su producción en la planta de Greenville, Carolina del Sur, con el propósito de poder abastecer “con bastante capacidad a cualquier país que elija hacer transferencias de sus cazas a países terceros para ayudar en el conflicto actual”.

A la espera de que la administración Biden apruebe la cesión de los aviones de combate, la situación queda en stand by. Por el momento, Washington se mantiene a la espera de conocer las peticiones y solicitudes formales de Ucrania: “En estos momentos, no tenemos nada que anunciar con respecto a los F-16”.