Reino Unido ha despedido este lunes a Isabel II. De forma definitiva, a la altura de las circunstancias, tras días de homenajes, operaciones y protocolos que bien podrían haber dado nombre a cualquier misión de rescate que el británico Fleming escribiese para Bond, James Bond. Han pasado casi dos semanas de tournée televisada, calculada y programada con diligencia, eficacia y puntualidad inglesa. Este 19 de septiembre, 11 días después de que todos los ojos se posasen en Balmoral cuando se supo del delicado estado de salud de Isabel II, la Abadía de Westminster ha puesto el cartel de sold out para despedir con honores, pompa y la plana mayor de cada rincón del mundo a la monarca más longeva de la historia. El mayor evento público del siglo XXI. Un punto y seguido. Un adiós al siglo XX con el que el God save the King cobra sentido en manos de un Carlos III demasiado mayor para algunos, demasiado inexperto para otros, la gran incógnita para el resto.

Por el momento, la coronación del hijo ha estado inevitablemente cronificada en sus primeros detalles: tras bajar del coche oficial, una vez llegado a Londres tras dar el último adiós a su madre, Carlos III se detuvo a saludar a los presentes, dio la mano a los que allí se congregaban e incluso se saltó el protocolo real dejando que una admiradora besase su mejilla en señal de respeto. Más que un monarca, una estrella del rock. Sin embargo, el relato de rey del pueblo que se calculó, estudio y llevó a cabo en sus primeros pasos pronto se vino abajo por culpa de una pluma y un tintero. La empresa no era muy complicada, pero los modales fueron propios de quien ha vivido siempre a expensas de que otros resuelvan por él: malas formas con el mozo, gestos pretenciosos y propios de alguien que pueda permitirse la irreverencia pública, una equivocación en la fecha reconocida en voz alta y hasta una queja de alguien poco acostumbrado a ser el hombre más estudiado del mundo. Bien fuere por los nervios, un par de malas mañanas o el dolor de la pérdida de una madre, a Carlos la fiscalización de cada uno de sus movimientos ya le ha generado alguna que otra crítica, aumentada por aquellos que no olvidan a Lady Di, miran con recelo a Camilla Parker-Bowles u opinan que, llegados a este punto, con 73 años de edad, igual es el momento de saltarse la cadena de sucesión en favor de Guillermo.

Un Guillermo que sí que ha conseguido el favor de la sociedad británica. Tras su reencuentro con Harry, su hermano menor, además de las consortes, Kate Middleton y Meghan Markle -con lo que esto supone-, la familia al completo consiguió trasladar a los presentes la cautela del que escucha, recibe con decoro y respeto el pésame y sabe agradecer la respuesta de una sociedad desplegada día y noche frente a la capilla ardiente de Isabel II. Al margen de la realeza, ha sido en esta cola kilométrica que ha acumulada hasta 20 horas de espera en la que se han vivido los momentos más anecdóticos y metafóricos del luto eterno. Desde David Beckham hasta Liz Truss, primera ministra británica, esperando pacientemente cada minuto sin pedir pase VIP ni favoritismo alguno. 

Al funeral no ha faltado nadie. Presidentes del Gobierno, primeros ministros y jefes de Estado como Emmanuel Macron, Justin Trudeau, Joe Biden, Felipe y Letizia, Juan Carlos y Sofía. Los representantes de las monarquías acuden por respeto, pero también por lazos familiares: cabe recordar que el propio Felipe VI la llamaba tía ‘Lilibeth’ -pese a estar emparentado en cuarto grado-. Isabel II también es prima segunda de Harald de Noruega, prima tercera de Margarita de Dinamarca y Carlos Gustavo de Suecia, y prima cuarta de Felipe de Bélgica, Enrique de Luxemburgo y Juan Carlos I.

En clave nacional, es este último parentesco el que más inquietud ha generado. Zarzuela y Moncloa diseñaron quién formaría parte de la delegación española, del cortejo fúnebre, del objetivo de las cámaras. Pese a que en primera instancia el regreso del emérito era una opción casi descartada, máxime después de las tiranteces apreciables en la última visita del exmonarca a su hijo, al que no gustó la exposición ni la búsqueda de protagonismo de alguien que hace más daño que bien a la institución, finalmente Zarzuela ha alegado los lazos de sangre como motivo para dejar en manos del emérito, encausado por la Justicia en Reino Unido, la decisión de formar parte del evento. Hay quien dice que él mismo no lo tenía claro, y fue en el rechazo de Moncloa y de la sociedad general de donde salió el arreón definitivo que decantó la decisión. “No he matado a nadie”, vino a decir, para runrún de las redes sociales.

Juan Carlos llegaba este domingo acompañado de la reina Sofía, una imagen que ha vuelto a colocarle dentro de la esfera real española, dejando en un segundo plano los consecutivos escándalos que empañan su legado y memoria. No posaba, en cambio, con Felipe y Letizia, que preferían alojarse en otro hotel y guardar distancias. Este lunes, conocedores de que un nuevo plantón acabaría provocando más ruido del necesario, Felipe sí que se ha reencontrado con su padre y su madre. También Letizia, para regocijo de la prensa del corazón. Los cuatro, juntos, no coincidían desde enero de 2020, antes de que el emérito decidiese instalar su residencia en Abu Dabi. Sin embargo, la instantánea pronto se ha esfumado: el emérito ha declinado la invitación a Windsor, el mismo camino que ha seguido Letizia -que se ha desplazado a Nueva York para asistir a los encuentros de UNICEF y la OMS junto a la primera dama estadounidense, Jill Biden-, lo que ha supuesto que madre e hijo, Felipe y Sofía, se despidan de 'Lilibeth' por última vez en representación de la Corona española. 

Antes de ello, a las 11.40 de la mañana, era Carlos III quien llegaba a la Abadía. Minutos después bajaba del coche oficial la reina consorte, Camilla, muy poco antes de que el féretro de la reina saliese del palacio de Westminster en un recorrido engalanado con el sonido de las gaitas, el paso de la guardia real, el empuje de los 142 soldados de la Royal Navy que flanquaban el carruaje en el que yacía el féretro y las 96 campanadas que se han escuchado desde el Big Ben en honor y referencia a la edad de la difunta. 

Un desafío sin precedentes

La potencia del evento, así como la magnitud de sus invitados, ha provocado que Reino Unido haya tenido que enfrentarse a un reto de seguridad sin precedentes. Hasta 2.000 invitados de delegaciones internacionales, así como un paseo abierto al público, que el país ha vigilado con miles de policías desplegados frente a un desafío “enormemente complejo”, como ha reconocido el subcomisario de Scotland Yard, Stuart Cundy.

Con una ciudad sitiada, con avenidas principales cortadas y la petición pública de reducir los movimientos al máximo, el colapso ha sido de tal magnitud que incluso se ha informado de incidencias en el tráfico aéreo, con la cancelación de hasta 100 vuelos en el aeropuerto de Heathrow.

A los problemas de seguridad se suma el simbolismo de la cita. No es casual que la Abadía de Westminster haya sido el lugar escogido para el funeral, ya que el templo no acoge un acto de este tipo desde 1760, tras el fallecimiento de Jorge II. La propia Isabel II habría elegido esta abadía, que ya fue testigo de su boda y de su coronación, para facilitar una asistencia masiva.

Al adiós multitudinario le han seguido dos minutos de silencio realizados en todo el país. Un silencio con honores que ha devuelto al imaginario colectivo al 8 de septiembre, día del fallecimiento, cuando Londres calló por no dar crédito a una situación que, si bien esperada, dada la avanzada edad de Isabel II, ponía fin a la sensación de eternidad de la ‘era Isabelina’.

Pasadas las 15.00, el convoy ha llegado a Windsor y, poco antes de las 16.00, el féretro con los restos de Isabel II ha sido aupado de nuevo para introducirlo en la capilla de San Jorge. El deán de Windsor ha sido el encargado de oficializar el servicio religioso en presencia de unas 800 personas.

El entierro ha tenido lugar a las 20.30 en una ceremonia privada, alejada de los focos, familiar, devolviendo al punto de partida una despedida grandilocuente que, como siempre, acaba con las lágrimas de unos pocos y el recuerdo de muchos. Los restos de Isabel II reposarán junto a los de su marido, el príncipe Felipe, que falleció en abril de 2021 y fue inhumado inicialmente en una sepultura provisional a la espera del fallecimiento de la reina.