El fútbol, ese deporte universalmente amado y seguido, está experimentando una transformación que va más allá de los límites del terreno de juego. En los últimos años, hemos presenciado cómo este deporte se ha alejado gradualmente de su esencia y se ha convertido en un fenómeno global que busca fans en lugar de hinchas, lo que ha generado un creciente sentimiento de desarraigo en muchos aficionados.

Una comercialización desenfrenada donde clubes y selecciones nacionales no han tenido ningún reparo en expandir su marca a toda costa, aunque ello haya supuesto una desconexión con las raíces y los valores tradicionales del deporte. Una transformación sin precedentes en el modelo del deporte rey que ha tocado fondo con el reciente caso de Arabia Saudí, que no ha dudado en aprovechar esta deriva y su riqueza para lavar su imagen de cara al exterior.

En este contexto, la inversión millonaria de Arabia Saudí en el fútbol se convierte en un intento de aprovechar esta dinámica global para redimir su proyección al exterior. Al asociarse con clubes importantes, organizar torneos destacados y traer estrellas internacionales, el gobierno saudí busca capitalizar el fervor por el fútbol y presentarse como una nación moderna y aperturista. Sin embargo, esta estrategia plantea interrogantes sobre la autenticidad y la verdadera intención detrás de estas inversiones.

El fichaje de Cristiano Ronaldo el año pasado abrió la veda. Pero para este curso, lejos de bajar el ritmo, Arabia Saudí ha redoblado la apuesta rompiendo la banca. En lo que llevamos de mercado veraniego, nombres de la talla de Karim Benzema, N’Golo Kanté, Jordan Henderson, Roberto Firmino, Seko FofanaSergej Milinkovic-Savic, Kalidou Koulibaly o Rúben Neves han aceptado las monstruosas ofertas de la liga saudí. Una larga nómina de jugadores de primer nivel que, a buen seguro, aumentará ostensiblemente en el mes y medio que queda de periodo de fichajes. Por lo pronto, ya suenan estrellas de la Premier League como Riyahd Mahrez, Hakim Ziyech o Fabinho Tavares.

Sin embargo, pese a que esta irrupción del mercado saudí podría suponer a medio plazo una ruptura del status quo del fútbol europeo, lo cierto es que los grandes clubes del Viejo Continente están recibiendo a los equipos saudíes con los brazos abiertos, mientras los equipos más humildes vuelven a observar cómo los méritos deportivos quedan relegados a un segundo o tercer escalafón. ¿El motivo? Tan simple como que estas superventas ayudan a cumplir el control financiero, con el Chelsea, cuyo caso se detalla también más adelante en este texto, como ejemplo más destacado.

Mientras el fútbol se adentra en una era de marketing y globalización, es esencial reflexionar sobre las consecuencias de esta evolución en la experiencia de los aficionados. ¿Estamos perdiendo la esencia y la conexión emocional que hizo del fútbol un fenómeno cultural? ¿Es compatible esta búsqueda de fans con el respeto por las raíces y los valores del deporte? A medida que Arabia Saudí invierte millones para mejorar su imagen global, es fundamental cuestionar si el fútbol, en su forma actual, puede brindar una plataforma genuina para el cambio y la promoción de los derechos humanos, o si simplemente se ha convertido en un instrumento más de la búsqueda de poder y prestigio.

Contexto socioeconómico y geopolítico del país

Arabia Saudí, ubicada en el Medio Oriente, es un país con una posición geopolítica destacada y una economía altamente dependiente del petróleo. Con una de las mayores reservas de esta materia prima en todo el mundo, desempeña un papel crucial en la estabilidad y el equilibrio energético global. Desde el descubrimiento del petróleo en la década de 1930, el país ha experimentado una transformación socioeconómica significativa, basando su economía en la extracción y exportación de este recurso natural. Esta dependencia ha impulsado un rápido crecimiento y una modernización masiva, con inversiones en infraestructuras para diversificar la economía y reducir la dependencia del crudo.

Además, a nivel geopolítico, Arabia Saudí desempeña un papel clave en la zona del Medio Oriente. El país es uno de los principales actores en los asuntos políticos y económicos de la región y ha buscado establecer alianzas y relaciones estratégicas con otros países. Su influencia se extiende a través de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), donde ha desempeñado históricamente un papel dominante en la fijación de precios y la toma de decisiones relacionadas con el petróleo.

El papel del deporte y el petróleo en la proyección internacional del país

En este contexto socioeconómico y geopolítico, el deporte, y en particular el fútbol, ha sido utilizado por Arabia Saudí como una herramienta para proyectar su imagen a nivel internacional. Así, la inversión en infraestructuras deportivas, la contratación de talento extranjero y la organización de eventos deportivos internacionales han sido parte de la estrategia del país para diversificar su imagen más allá de los asuntos petroleros y de fortalecer sus relaciones diplomáticas con otros países. Una apuesta decidida por el deporte que se ha capitalizado sobre todo en la última década, auspiciada por la brutal mercantilización que ha sufrido el deporte (con el fútbol a la cabeza).

Así, el país ha albergado y patrocinado competiciones de alto perfil, como la Supercopa de España, la Supercopa de Italia y la Copa del Mundo de Clubes de la FIFA. También ha realizado series de eventos deportivos de gran envergadura, como el Gran Premio de Fórmula 1 o la pelea de boxeo entre Anthony Joshua y Andy Ruiz Jr, por citar algunos ejemplos recientes.

Unas competiciones que, a cambio de un suculento montante de dinero, no han dudado en defenderse de las críticas enumerando los supuestos beneficios que ha traído para la sociedad saudí esta apertura al mundo exterior. De entre todos estos intentos de justificación, sin duda una de las frases más paradigmáticas fue la que pronunció el presidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, tras alcanzar un acuerdo multimillonario –cerca de 40 millones de euros libres de impuestos, según ‘El Confidencial’- para disputar la Supercopa de España en Arabia Saudí: “A nivel ético, lo que estamos haciendo es ayudar mucho al desarrollo de la mujer en el fútbol, que es nuestro cometido. El resto de cuestiones, son cuestiones políticas que permanecen al margen del fútbol”. Unas palabras que, tan solo 24 horas después de la celebración del torneo quedaban en saco roto, puesto que las mujeres volvían a quedar excluidas de los estadios.

El activo papel del PIF en el sportwashing

El Public Investment Found (de ahora en adelante PIF y traducido como Fondo de Inversiones Públicas) es el fondo soberano de riqueza del país saudí. Se encuentra bajo la titularidad de la Casa Real, más concretamente del propio príncipe heredero Mohammed bin Salman. Se le estima una riqueza aproximada de 650.000 millones de dólares, un capital amasado principalmente de la mano de Aramco, la petrolera más grande y rica del mundo, también propiedad del gobierno. Lo que nos interesa del PIF es que es uno de los responsables de las numerosas y (excesivamente) cuantiosas transacciones que están rodeando al mundo del fútbol en el tiempo reciente.

Uno de los casos más paradigmáticos es el del Newcastle. Un histórico de la Premier League que, a finales de 2021, tuvo que ver cómo caía bajo las garras del fondo de inversión saudí, que, hasta la fecha, es su principal propietario con un 80% de su control. La compra de la entidad estuvo cifrada en unos 305 millones de libras, y el PIF está invirtiendo cerca de 200 millones de la misma moneda por temporada en el equipo.

El PIF no solamente opera bajo este nombre oficial, sino que también invierte cientos de millones de dólares en otros conglomerados empresariales. Es el caso de Clearlake Capital Group, en el que tienen la mayor parte del accionariado (un 60%) y que, a su vez, es el grupo propietario del Chelsea a través de una sociedad llamada BlueCo.

Explicado esto, el mapa que queda es el siguiente: dos clubes ingleses gestionados, uno de manera directa y otro de forma más sutil, por el fondo de inversión pública saudí, que se suman a los cuatro clubes más importantes de la liga saudí que también están gestionados por el PIF, entre ellos, el Al Nassr en el que milita Cristiano Ronaldo. Los hilos siguen conectándose: el Chelsea se gastó 330 millones de euros en el último mercado de fichajes, trayendo a sus filas a jugadores como Mykhaylo Mudryk o Enzo Fernández.

Tras esta magnánima inversión, ahora, los 'blues' quieren traspasar a buena parte de su elenco a clubes árabes: Aubameyang, Zizech y Lukaku están en la órbita de diferentes clubes del PIF, y Mendy y Koulibaly ya han recalado en las filas del Al-Ahli y del Al-Hilal, respectivamente. Destino árabe tuvo también uno de los mejores centrocampistas del mundo que también militaba en el club londinense, N'Golo Kanté, que aterrizó en el Al-Ittihad. Todos los equipos mencionados pertenecen, en un 75%, al PIF.

Cantidades ingentes de dinero que no sólo provocan una brutal burbuja inflacionaria en el mercado de fichajes, sino que también están al servicio de otro mecanismo de los poderes políticos y financieros saudíes: el sportwashing. Esta locución, sin traducción literal al castellano, podría frasarse como un "lavado de cara a través del deporte". Conocida la influencia global del fútbol y su capacidad para ser un vehículo de participación social y de valores integradores, el gobierno árabe, consciente de estos factores, ha metido de lleno la cabeza en el mercado mundial del esférico, rodeándolo con sus largos y billonarios tentáculos para mejorar su imagen internacional.

Si las grandes estrellas del fútbol mundial juegan en Arabia Saudí, la gente se olvida de lo que pasa en Arabia Saudí porque antepone su gusto por el fútbol a las cuestiones morales. ¿Y qué es lo que pasa en Arabia Saudí? Que se vulneran cientos de derechos humanos diariamente. Se utiliza el deporte y las caras de las estrellas deportivas como pantalla de un sistema político reaccionario y extremista, 'lavando' la cara del país ante el mundo occidental. Exactamente el mismo mecanismo que se aplicó durante el mundial de Qatar, país donde los derechos humanos corren una suerte parecida a la de Arabia Saudí y donde la muerte de 6.000 trabajadores en la fulgurante construcción de los estadios no despertó excesivas alarmas.

A su vez, que nadie se confunda: el sportwashing no se aplica porque a los saudíes les preocupe en absoluto la concepción que se tenga de ellos en el resto del orbe, sino porque transmitir una buena imagen de cara a la galería atrae inversores extranjeros y tiende nuevos puentes geopolíticos. El dinero, y el poder, son el baluarte de todo lo que ocurre.

De la misma manera, también crecen las sospechas de que algunos de estos movimientos pudieran ser, en realidad, misiones de lavado de dinero. De acuerdo con una información del periodista deportivo Tariq Panja, el Al-Ittihad, el Al-Ahli y el Al-Nassr, todos ellos pertenecientes al PIF, han sufrido en algún momento reciente prohibiciones para no hacer traspasos, debido al impago de salarios de sus plantillas y a no haber abonado los precios correspondientes por los traspasos realizados.

La importancia estratégica del petróleo en la economía saudí y su influencia en la geopolítica del país

Conocida como el reino del petróleo, Arabia Saudí no ha dudado en utilizar su vasta riqueza petrolera como un instrumento fundamental en su estrategia geopolítica. La posición dominante del país en la industria petrolera le ha permitido desempeñar un papel clave en la geopolítica mundial, influyendo en la economía global, las relaciones internacionales y los equilibrios de poder.

De esta manera, cabe destacar que el país es el mayor exportador de petróleo del mundo y posee una de las reservas más grandes de crudo. Su capacidad para producir y exportar petróleo en grandes cantidades le otorga un poder considerable en los mercados energéticos internacionales. A través de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), el reino saudí ha desempeñado un papel fundamental en la regulación de los precios del petróleo y la gestión de la oferta global. Sus decisiones sobre la producción y los precios han tenido un impacto significativo en la economía mundial y en los intereses de otros países productores y consumidores.

Además, el petróleo saudí le ha proporcionado a Arabia Saudí una fuente masiva de ingresos, lo que ha permitido al país desplegar una influencia económica considerable a nivel global. A través de inversiones y acuerdos financieros, el reino saudí ha establecido relaciones estrechas con otros países y ha ampliado su influencia en sectores clave, como la energía, la infraestructura y las finanzas. Estas relaciones económicas le brindan una red de apoyo y le otorgan una posición estratégica en las relaciones internacionales.

La influencia geopolítica de Arabia Saudí también se extiende a su capacidad para utilizar el petróleo como un arma política. El país ha utilizado la manipulación de los precios del crudo y los embargos petroleros como herramientas de presión y negociación en conflictos regionales y en sus relaciones con otros países. Además, la dependencia mundial del petróleo saudí le ha otorgado al reino una posición de influencia en la toma de decisiones en el ámbito energético y ha permitido que sus intereses sean considerados en las políticas de otros países.

No obstante, la dependencia excesiva de Arabia Saudí en los ingresos petroleros también ha planteado desafíos y riesgos. La volatilidad de los precios del petróleo y la necesidad de diversificar su economía son desafíos importantes para el país. Arabia Saudí ha estado implementando reformas económicas y buscando diversificar sus sectores productivos, como parte de su Visión 2030, con el objetivo de reducir su dependencia del petróleo y construir una economía más sostenible y diversa a largo plazo.

El precario estado de los derechos humanos y la libertad de expresión

Arabia Saudí ha sido objeto de numerosas denuncias y críticas por parte de organismos internacionales y defensores de los derechos humanos debido a las violaciones sistemáticas de los derechos fundamentales en el país.

Entre otras cuestiones, el gobierno saudí ha llevado a cabo una intensa represión contra periodistas, activistas y críticos del régimen. Varios periodistas han sido detenidos, acosados o incluso asesinados, como en el caso del periodista Jamal Khashoggi, cuyo asesinato en el consulado saudí en Estambul generó indignación a nivel internacional. La censura de los medios de comunicación y las restricciones a la libertad de expresión son prácticas comunes en el país.

Respecto a las discriminaciones por género, Aunque Arabia Saudí ha realizado algunos avances limitados en los derechos de las mujeres, estas siguen enfrentando una discriminación sistemática. Las mujeres saudíes se enfrentan a restricciones en su capacidad para viajar, obtener un pasaporte, casarse o acceder a servicios básicos sin el consentimiento de un tutor masculino. La ley de tutela masculina impone una serie de restricciones a las mujeres y limita su autonomía.

El sistema laboral en Arabia Saudí ha sido también objeto de críticas debido a las condiciones de trabajo abusivas y explotadoras que enfrentan muchos trabajadores migrantes. Se han denunciado casos de trabajadores migrantes que sufren abusos físicos, retención de salarios, confiscación de pasaportes y condiciones de trabajo peligrosas. Además, los derechos sindicales están restringidos y la formación de sindicatos es prácticamente inexistente.

Arabia Saudí también puede presumir del dudoso honor de ser el país con una de las tasas más altas de aplicación de la pena de muerte en el mundo. Las ejecuciones se llevan a cabo de manera opaca y muchas veces tras juicios injustos. Además, ha habido informes de tortura y malos tratos a detenidos, así como detenciones arbitrarias sin garantías procesales adecuadas.

El asesinato del periodista disidente Jamal Khashoggi

Buscarle las cosquillas al poder tuvo consecuencias para el periodista contrario al régimen Jamal Khashoggi. El que fuera columnista del Washington Post, y muy crítico con los negocios y métodos de la Familia Real, fue asesinado en Estambul el 2 de octubre de 2018 por el gobierno saudí, en un intento por silenciar a uno de sus más reconocidos disidentes. Un escuadrón de quince asesinos saudíes lo ató, asfixió y desmembró brutalmente. Diferentes investigaciones revelaron que fue estrangulado nada más entrar al edificio y que su cuerpo, hecho trozos, fue arrojado en un cercano bosque. Del mismo modo, pudo conocerse que algunos de los quince asesinos (que habían viajado hasta allí con el objetivo expreso de matarlo) mantenían estrechos vínculos con el príncipe heredero, Mohamed bin Salmán.

Los grandes esfuerzos que hizo el poder saudí para ocultar este caso fueron en vano, ya que las diferentes líneas de investigación, incluida la de la CIA, concluyeron que bin Salman había ordenado el asesinato de Khashoggi. Por su parte, el gobierno saudí admitió que existió premeditación en este ataque y bin Salman aceptó su responsabilidad por "haberse cometido bajo su supervisión", pero negó haber sido él quien ordenase el asesinato.

Este caso suscitó un importantísimo escrutinio internacional sobre la libertad de prensa y los derechos humanos en el país. "Esto es un asesinato brutal y premeditado. La responsabilidad de estos hechos y la elaborada campaña para encubrirlos recae en los más altos funcionarios de la corte real", firmaba Agnès Callamard, relatora especial de las Naciones Unidas. En cuanto a los procedimientos legales que se derivaron del caso, Amnistía Internacional calificó el caso de "asesinato premeditado" y su posterior ocultación de "encubrimiento deliberado", y aseguró que los juicios que se llevaron a cabo bajo el mando del gobierno saudí estuvieron "lejos de aplicar la merecida justicia y rendición de cuentas".