Ángel Gabilondo dijo en una entrevista que estas elecciones “ya no van de Madrid, van de democracia”. Porque lo que se juega el 4 de mayo trasciende la renovación de la Institución. Se trata de defender los derechos y las libertades “frente a una reivindicación explícitamente fascista y antidemocrática”. El sobre que acaba de recibir la ministra de Industria, Comercio y Turismo, Reyes Maroto, con una navaja ensangrentada en el interior subraya la gravedad esos temores.

A juicio del candidato socialista, la clave de todo es el empeño de la ultraderecha en no reconocer al otro, al diferente y su singularidad. Algo que se ha comprobado de nuevo con su desprecio hacia los jóvenes MENAS.

Tiene razón Gabilondo, porque lo que se juega en estas elecciones va más allá de renovar el Gobierno y el Parlamento de la Comunidad de Madrid. Se trata de proteger la democracia ante una amenaza que, en otros países, como Hungría y Polonia dejan ver, desde sus gobiernos, la cara fea de la intolerancia.

No hay que dudar de que eso es lo que pretende Vox, que está hermanado y comparte ideología con los partidos más extremos de la derecha europea. ¿Entonces, por qué el PP acoge a los de Santiago Abascal, les apoya y se supedita a sus criterios programáticos? Algún día deberán explicarlo.

De momento, bastante tienen con encontrar la manera de salir del hoyo económico en que se encuentran. Si su ex tesorero Bárcenas tiene razón, y la principal fuente de financiación llegaba de acuerdos irregulares con empresas, la travesía del desierto que sufren ahora los de Génova sería aún más dolorosa, desalojados del poder y a la búsqueda de recursos para sobrevivir. De ahí, que mantener cada bastión de poder sea fundamental.

Estos días, Isabel Díaz Ayuso, que pretende repetir como presidenta, sobrevoló el rechazo a Vox y sus dudas sobre las amenazas contra el ministro de Interior, la directora de la Guardia Civil y el líder de Unidas Podemos, y se aferró a argumentos inconsistentes, fuera de lugar en estos momentos tan difíciles.

Ha insistido la presidenta en funciones en que el sanchismo está acabado y ha utilizado argumentos antiguos e impropios de estos tiempos. Como que el sanchismo y el comunismo han abandonado el socialismo. Sin que se entienda muy bien lo que quiso decir. O que el proyecto de Sanchez e Iglesias “es una farsa”. Mejor haría en explicar su propio proyecto del que se sabe, eso sí, que la gran protagonista será “la libertad”.

Este fin de semana, tras las amenazas de muerte recibidas, el ministro de Interior y juez, Fernando Grande-Marlaska, protagonizó un mitin en el que repasó el gran pecado del PP, la corrupción. Habló de la trama Lezo, de los casos Púnica y Aval Madrid… y fue contundente: “Todos esos elementos, esas operaciones criminales, de una organización criminal que han mostrado lo peor, lo peor, del servicio público”.

El ministro reclamó la vuelta a la decencia en la política madrileña. Algo muy necesario, porque la corrupción abre la puerta a males mayores, como los que representa Vox: Una amenaza contra la democracia y la convivencia.

Así lo expresó este 25 de abril, aniversario de la Revolución de los Claveles, Pedro Sánchez en Getafe: “¡Socialistas, demócratas, venzamos el 4 de mayo!”, dijo. Esa es la medicina urgente para expulsar la intolerancia de Madrid.