Como a los goleadores que batieron todos los récord sobre el césped, a Pablo Iglesias le está costando mucho abandonar el campo siempre embarrado de la política; como Messi o Cristiano Ronaldo, tiende a pensar que es imprescindible. La historia del fútbol y de la política ha demostrado, sin embargo, lo contrario: que no hay nadie insustituible ni en el área enemiga ni en el cuartel general propio.

La reiteración y la fiereza de ciertas intervenciones del ex secretario general de Podemos en la escena pública son tales que nadie se acuerda de que el partido morado tiene desde hace tiempo una nueva secretaria general que se llama Ione Belarra. Puede que a la propia Belarra no le moleste la situación, pero debería. 

Felipe González es quien mejor ha explicado el síndrome de quien fue Balón de Oro y ahora ni siquiera es titular: "Siempre he dicho que un expresidente es un jarrón chino en un apartamento pequeño. Es un objeto de valor pero nadie sabe dónde ponerlo. Y ahora además corre el riesgo de que un niño le dé un codazo y lo acabe tirando a la basura".

Un jarrón grande en un piso pequeño

En el caso de Iglesias y de Podemos, el escenario descrito por González se agrava por dos razones: porque el jarrón es demasiado grande y porque el apartamento es demasiado pequeño. Uno entra en el pisito de Podemos y lo primero que se encuentra es un jarrón parlante cuyo enorme tamaño y cuya cháchara incesante no permiten ver ni escuchar a la nueva inquilina de la vivienda. Si Belarra comparece y habla, apenas se la puede ver ni escuchar porque cámaras, focos y micrófonos los acapara su antecesor.

A propósito de la poca empatía mostrada por la vicepresidenta Yolanda Díaz hacia la ministra de Igualdad y pareja de Iglesias en la controversia –alentada por la derecha de forma legítima pero descarnadamente cínica y ventajista– sobre la revisión de condenas al amparo de la ‘ley del solo sí es sí’, el exvicepresidente ha salido a la plaza pública bufando como un toro que hubiera estado días encerrado en su chiquero: “Ponerse de perfil cuando machacan a una compañera no solo es miserable y cobarde, sino también estúpido”. A eso se le llama ponerse morado.

Arremeter contra la única persona que hoy por hoy puede salvar a la izquierda no socialista del naufragio electoral en unos términos en que la ofensa no se ve atemperada por el ingenio puede que no sea miserable ni cobarde, pero es estúpido, y ello a pesar de ser cierto que Yolanda Díaz no mostró con Irene Montero la obligada fraternidad que se esperaba de ella en un trance tan comprometido para su compañera.

El espejo andaluz

Es difícil decantarse por Díaz o por Iglesias en la pugna que ambos mantienen, es difícil saber cuál de ellos tiene de puertas adentro más razón que el otro: Yolanda ocupa la privilegiada posición institucional que ocupa gracias a Podemos, pero es la ministra más valorada del Gobierno a pesar de Podemos. El mérito de lo primero es del partido morado; el de lo segundo es de ella. 

Su candidatura electoral con Podemos en contra y presentando este su propio cartel sería un desastre para ambos, como lo ha sido la doble candidatura andaluza de Unidas Podemos por un lado y Teresa Rodríguez por otro. Hoy, ninguno de los dos son nada: Unidas Podemos es un barco sin capitán y Teresa Rodríguez es una capitana sin barco. Y aun así, fuentes bien informadas aseguran que Pablo Iglesias está bastante satisfecho del resultado andaluz porque de los cinco escaños en que ha quedado el grupo parlamentario de Por Andalucía –marca electoral de UP–, ¡¡¡tres son de Podemos y solo dos son de Izquierda Unida!!! Se diría que el grado de satisfacción de Pablo es directamente proporcional al tamaño de su ofuscación.

Se dice que de los 35 diputados de Unidas Podemos en el Congreso, 17 son de Pablo, 17 de Yolanda y uno está dudoso. ¿Se atreverá Iglesias a forzar la ruptura del grupo parlamentario a solo unos día de la crucial votación de los Presupuestos Generales del Estado? Improbable pero no imposible. Con un capitán ofuscado y ciego en el puente de mando, el buque morado navega hoy a la deriva.

Las cuentas del Gran Capitán

Pablo Iglesias fue el Gran Capitán de Podemos. Sin él, el partido no habría logrado las inverosímiles victorias que logró, pero hoy es un hombre cuya ocupación favorita es darse la razón a sí mismo mientras escucha atentamente las palabras que salen de sus labios. En sus buenos tiempos fue el Gran Capitán; hoy solo es el tipo que se pasa el día haciendo las cuentas del Gran Capitán y buscando en el ciberespacio gente que se las crea. Como cierto personaje de ‘Guerra y paz’, Pablo tiene hoy “el aspecto de un hombre sin tiempo para pensar en la impresión que causa en los demás”, de manera que la sensación de su interlocutor es la de estar ante alguien que siempre estuviera mirándose al espejo. 

Iglesias es un jarrón chino que no sabe que lo es. No entiende que su liderazgo fue tan potente y decisivo en la fundación y trayectoria de Podemos que la sombra de lo que fue es hoy un lastre para la criatura que él engendró. Iglesias hace sombra Belarra porque se ha situado entre los focos y la secretaria general. O bien se aparta de una vez o bien vuelve al puente de mando; no acabar de hacer ni una cosa ni la otra no es ciertamente un crimen, pero sí es un error. Un estúpido error que las victorias de antaño y el resentimiento de hogaño no le dejan ver.