A las 8.55 de la mañana del martes, Ramón Tamames entraba en el hemiciclo acompañado de su bastón y de un ujier del Congreso que no le abandonaría hasta acomodarle en su escaño; a las 12.30 del miércoles, era Abascal el encargado de despertar de su propio letargo al candidato caído y asegurar su paso hasta la moqueta en la que los fotógrafos inmortalizarían al profesor junto a los 52 diputados que le ofrecieron la oportunidad de su vida, su gran sueño, el camino hacia la relevancia mediática y la irrelevancia pragmática de un condenado a muerte viaje hacia La Moncloa.
El ujier, paciente, aguardó el tiempo preciso para asegurar la salud del protagonista. Abascal, tranquilo, sirvió de guía a su elegido para inmortalizar el momento. Una analogía que sirve para ejemplificar cómo se ha desarrollado la sexta moción de censura de la historia de la democracia española. Tamames entró como candidato a presidente y salió como influencer del líder de la ultraderecha, quien, obstinado, cumplió con su palabra de volver a utilizar una herramienta constitucional tan válida y legal como extraordinaria para postularse como auténtica alternativa a Pedro Sánchez. La ausencia de Feijóo, que decidió hacerse el sueco, como le recordó con precisión e ironía Miquel Iceta, capitalizó aún más el argumentario de Vox.
Entre una y otra imagen pasaron 27 largas horas. La desesperación se convirtió en regla de esta moción, que arrancó con un Tamames mirando el reloj en más de una ocasión consciente de que la rivalidad Abascal-Sánchez estaba empañando su protagonismo. Llegado su turno, Tamames hizo una moción de censura contra el tiempo, la hora y cuarenta minutos de Sánchez y el “tocho” de papeles preparados para hacer un mitin encubierto en el que no se atendían en ningún momento las plegarias solicitadas. Y lo dijo él, cuyo discurso preparado y enlatado había sido filtrado a la prensa cinco días antes de la cita. Eso sí, el candidato, más pendiente del timing que de los argumentos del adversario -como ha demostrado en su réplica del miércoles limitándose a dar un par de frases de respuesta por portavoz-, redujo ostensiblemente su borrador inicial y lo hizo más llevadero. Un ejercicio que, sin embargo, no hizo el presidente, para cabreo del protagonista. Y así se lo hizo saber don Ramón, que, ni corto ni perezoso, se activó el tiempo justo para pedir un cambio en el reglamento para que las intervenciones contasen con un tiempo tasado.
A la moción de censura realizada contra el propio tiempo que duraba su debate le siguieron otras tantas, no menos curiosas: la censura llegó al código de vestimenta de la Cámara Baja, las mutilaciones de menores por capricho queer queer, a los inmigrantes que encuentran trabajo a los dos días de pisar suelo español, al feminismo que no recuerda a Santa Isabel la Católica, al glutamato, a los gritos como herramienta para conseguir la verdad, a la fecha en la que arrancó la Guerra Civil e incluso a los baños públicos sin pestillo.
Y así, entre esfuerzos por titular con cierto empaque y seriedad las piezas que los redactores soltábamos a medida que avanzaban las caprichosas y más lentas que de costumbre manecillas del reloj, la hipérbole y el chascarrillo fueron ganándole terreno al debilitado parlamentarismo víctima de un espurio farol en la mano electoral. Como acostumbran sus siempre faltas de autocrítica señorías, a la finalización de la moción solo le surgieron ganadores: los foros de la ultraderecha viralizaban términos como Ramontada, los asesores monclovitas apreciaban movimientos electorales solo atisbados por la tezanía sociológica, los populares salían poco más que haciendo quinielas internas para elegir quién formará parte de su cercano Consejo de Ministros y Yolanda Díaz se esforzaba por sonreír y escuchar pacientemente de dónde venían las curiosas alabanzas que recibía a escasos 10 días de postularse como futura candidata a presidenta del Gobierno.
Entre sumas y restas, los cronistas sacaban la calculadora: Errejón aplaudió, Baldoví también, los comunes eran seguros e incluso perfiles como Mónica García o Rita Maestre se lanzaron al ruedo del destape estratégico. ¿Y el núcleo duro de Podemos? Silencio con Yolanda, quién sabe si por estar siguiendo por stream el lanzamiento de Canal Red o por aprovechar cada momento propicio para dar un rejoncito al PSOE en los pasillos del Congreso. Que si la ley de vivienda, que si la agenda legislativa, que si se le está dando argumentos y votos a la ultraderecha. La campaña ha empezado: las mociones, a partir de ahora, serán mucho más pragmáticas; la censura queda en manos de los votantes.