Hay cuestiones que, cada vez que aparecen en la conversación pública, convierten al PP en un funambulista que camina sobre un cable demasiado fino. El aborto es, sin parangón, uno de ellos. Un elefante en la habitación desde la venida de la democracia a España, antes de que cambiar la ‘A’ de Alianza por la ‘P’ de Partido en sus siglas. Y así continúa en pleno 2025, cuando las derechas europeas han modernizado sus discursos aprendiendo a convivir con la interrupción voluntaria del embarazo o la eutanasia, asuntos corrosivos para la moral cristiana. El eterno retorno al que se ha regresado esta misma semana, con el refrendo del alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, y los suyos en el Ayuntamiento a una moción de Vox sobre el “trauma postaborto”. Un error que ha reabierto grietas internas en Génova 13 y que ha concedido otro balón de oxígeno al Gobierno, que Pedro Sánchez ha aprovechado para poner al Partido Popular – una vez más – entre la espada y la pared.

El jefe del Ejecutivo no tardó en ver la oportunidad para recordar a Feijóo que el elefante del aborto sigue sentado en el salón de Génova. Inmerso en un viaje institucional a Copenhague (Dinamarca), Sánchez vio la grieta en la debilitada defensa de Feijóo para asestar un croché a la cara de su contrincante. Anunció la voluntad de su partido – y por ende del Gobierno – para reavivar el debate de blindar la interrupción voluntaria del embarazo como un derecho constitucional. Un plan que el presidente ya había puesto sobre la mesa en el pasado, pero que ha resucitado a colación del enésimo paso de baile del PP al son de la música de Vox. “Garantizaremos el derecho al aborto frente al sectarismo de la derecha y la ultraderecha”, prometió.

La grieta de siempre

Los socialistas, siempre al quite en cuanto ven a sus adversarios golpearse con la piedra de la incoherencia, han reacondicionado su argumentario de inicio de curso para pivotar el debate público sobre la herida eterna de un PP amenazado por los de Santiago Abascal y, en clave interna, por el aznarismo que aún se respira en sus intestinos. La mayoría social en España, como señalan desde Moncloa y Ferraz, ha normalizado el derecho al aborto. Una cuestión que, dicho sea de paso, cuenta con el aval del Tribunal Constitucional, a pesar de los intentos de torpedeo de la derecha que, a juicio del PSOE, tan sólo sirven para dar aire a Vox y entregarle espacio para colar su agenda.

Ya ocurrió en Castilla y León en 2023, cuando Vox, entonces capitaneado por Juan García-Gallardo, forzó al Gobierno de Alfonso Fernández Mañueco a impulsar iniciativas “provida” como ecografías en 4D u obligar a las mujeres que quisieran abortar a escuchar el latido del feto. Medidas que provocaron la intervención de Feijóo para desmarcarse del asunto. “Ningún médico, y mucho menos un político, puede coaccionar a una mujer durante su embarazo”, dijo entonces el líder del principal partido de la oposición. Palabras que se diluyen en el vaso de agua de la ultraderecha, que vuelve a sus trucos de nigromancia para confundir a un PP que cae en la enésima trampa.

De la defensa cerrada, al volantazo

En apenas 24 horas, el PP ha pasado de justificar que “la información nunca es un problema” a reconocer que el supuesto síndrome postaborto no tiene ningún respaldo científico. Ni lo avala la comunidad médica ni aparece en los catálogos internacionales de referencia. Almeida, que el martes votó con Vox una moción que obligaba a los funcionarios municipales a advertir a las mujeres que quisieran abortar de un catálogo de desgracias —desde cánceres a pensamientos suicidas—, se vio forzado a rectificar el jueves. Admitió que el término no es una “categoría científica reconocida” y trató de matizar que la información sería voluntaria y estaría en manos de profesionales, no de Vox.

El volantazo refleja la incomodidad de un partido que reconoce en privado que “Vox les coló un gol”. El desconcierto interno fue inmediato: sectores liberales, barones autonómicos y dirigentes en Madrid se rebelaron contra un debate que consideraban tóxico. “Es un error abrir este melón”, admitieron en Génova, conscientes de que cada vez que el aborto entra en la agenda pública, el PP sale perdiendo.

El poder del aznarismo

El líder de la oposición había diseñado una estrategia clara: esquivar el tema. Lo hizo en el último Congreso Nacional, en el que evitó incluir el aborto en la ponencia política para no tensar las costuras internas. Pero la realidad se impone. Con Vox marcando territorio en el electorado provida y con Isabel Díaz Ayuso insistiendo en que el aborto “no puede ser un derecho”, Feijóo no puede escapar del dilema eterno: contentar a los sectores más conservadores o dar un paso hacia el centro, donde están los votos que necesita para gobernar.

José María Aznar, siempre presente aun desde la distancia de su púlpito de FAES, también planea sobre este debate. El expresidente nunca ocultó su rechazo frontal al aborto, aunque en su etapa en La Moncloa mantuvo la ley de supuestos de 1985. Hoy, su influencia sobre Ayuso y el ala dura mantiene vivo un debate que Feijóo habría preferido silenciar.

Una historia de bandazos

El aborto ha sido la kriptonita del PP durante cuatro décadas. Desde el recurso de Alianza Popular contra la ley de supuestos de 1985 hasta la fallida contrarreforma de Mariano Rajoy en 2014, que acabó con la dimisión de Alberto Ruiz-Gallardón, cada intento de los populares por restringir derechos ha terminado en derrota. Aznar no tocó la ley en ocho años, Rajoy fracasó al intentar endurecerla y Pablo Casado amagó con volver a la norma de 1985, pero nunca se atrevió.

Feijóo, más pragmático, ha intentado dar por buena la ley de plazos de 2010, aunque evitando llamarla “derecho fundamental”. Pero dentro del partido conviven voces que insisten en que interrumpir el embarazo “es acabar con la vida de un ser humano”, como repite Ayuso. Esa división explica los bandazos, las rectificaciones y la permanente incomodidad.

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