'Morirán de forma indigna' (Libros del KO). Así de contundente es el título del libro del exconsejero de Políticas Sociales de la Comunidad de Madrid por Ciudadanos, Alberto Reyero Zubiri. Una obra que aborda en profundidad el lado más oscuro de la pandemia en las residencias madrileñas, donde murieron 7.200 ancianos en condiciones nefastas en los peores meses, fruto del abandono institucional y de las malas decisiones.

ElPlural.com ha entrevistado al exconsejero para desgranar los aspectos clave de la obra, de su labor al frente de la cartera de Políticas Sociales y de las razones que motivaron su salida de la misma. El consejero se hizo especialmente conocido cuando se publicaron los correos internos que intercambió con el actual consejero de Sanidad, Enrique Ruiz Escudero, en el que le avisaba de que muchos mayores podían "morir de forma indigna" si no se medicalizaban las residencias inmediatamente. "Incurriríamos en una discriminación de graves consecuencias legales", le decía.

PREGUNTA (P): 'Morirán de forma indigna'. El título no deja indiferente y el contenido del libro, desde luego, tampoco. La primera pregunta es obligada: ¿Por qué decide escribir este libro? ¿Qué pretendía y qué quiere contar?

RESPUESTA (R): Yo decidí escribir este libro una vez se dinamitó la comisión de investigación que estaba abierta en la Asamblea de Madrid. Además de que no hubo posibilidad de que se explicase lo que pasó a los familiares, que creo que es lo más importante, tampoco tuve la oportunidad de explicar mi gestión en la Asamblea, y la única manera que tengo de explicar lo que ocurrió, lo que hice y lo que no hice, es mediante la escritura de este libro.

P: Me va a permitir leerle una parte del prólogo que hace Manuel Rico, un párrafo en el que dice: "El lector descubrirá, a lo largo de esta obra, abundantes ejemplos de semejante indolencia e insensibilidad. En un país normal y decente, el mismo día en el que se publicase este libro la Fiscalía de Madrid abriría diligencias, citaría a declarar algunos protagonistas mencionados por Reyero, pediría documentación al Gobierno autonómico e iniciaría una investigación seria y en profundidad". ¿Por qué cree que no ocurre esto, pese a la dureza de lo que se relata en el libro?

R: Realmente lo que se relata en el libro son cosas que ya han sido conocidas hace más de dos años. Las denuncias y querellas que han interpuesto los familiares han acabado la mayoría archivadas, aunque algunas sigan activas. La verdad es que no tengo ninguna explicación para eso. Al final, la Fiscalía y los Juzgados decidirán lo que tengan que decidir, pero lo que sí me llama la atención es que ningún responsable político, ni siquiera el firmante de ese protocolo, han sido llamados a declarar para decir qué se pretendía con ese protocolo, quién sabía de su existencia, si fue una actuación individual o si se conocía por sus superiores…

Con todo y con eso, no se han abierto investigaciones. Mientras tanto, para temas mucho menores, se llama a declarar o se abren juicios para circunstancias que no tienen mucho sentido. Y yo creo que esta es una cuestión lo suficientemente importante para ello. Aun así, sostengo que la Fiscalía y los Juzgados son los que tienen la última palabra y son libres de hacer lo que consideren convenientes.

P: ¿Ha perdido la esperanza de que se abran investigaciones judiciales a futuro?

R: En realidad nunca he pretendido que se abrieran investigaciones judiciales. Yo siempre he pensado y defendido que mi papel está en la defensa ética y en la defensa política de lo que hice. Los tiempos judiciales tienen su propio proceso y, posiblemente, en algún momento se abra por algún lado. Por ejemplo, puede existir la vía europea, que parece estar empezándose a hablar últimamente. Yo creo que en este tipo de cosas los familiares nunca deben perder la esperanza.

P: Decía usted que también era una motivación la defensa política de su gestión. Casualmente, estamos haciendo esta entrevista frente a la residencia de mayores de Vallecas, y es aquí donde se produjeron los primeros protocolos de vacunación de Madrid. Si no me equivoco, dicha vacunación comienza el 27 de diciembre de 2020, abriendo una puerta a la esperanza y a la salida de la pandemia, pero usted ya había dimitido unos meses antes. A priori, parece difícil de comprender que usted no quisiera continuar como consejero, viendo que la situación estaba mejorando. ¿Qué fue lo que le llevó a abandonar el cargo?

R: Cuando tomé la decisión de marcharme fue cuando acabó el Estado de alarma. Terminó la primera ola, empezamos a conocer los datos de contagiados en las residencias y supimos que la gente ya estaba protegida, y todo indicaba que la segunda ola no iba a ser tan grave en los centros de mayores.

Por lo tanto, consideraba que era el momento más adecuado para marcharme. En el momento en el que yo me marché la situación estaba mucho más tranquila que unos meses atrás y además, como digo en el libro, estaba cansado de compartir consejo de Gobierno con personas que no tenían escrúpulos y siguen sin tenerlos.

Se daban todas las condiciones para lo que yo denominé "la tormenta perfecta". Se trataba del sitio y de la zona cero [de los contagios] por razones obvias

P: Usted era conocedor de lo que pasaba en las residencias en lo peor de la primera ola de la pandemia. ¿Qué recuerdos se le han quedado más fuertemente grabados?

R: Un gran sentimiento de impotencia. Vino un tsunami que nos pilló de sorpresa a prácticamente todos. Luchar contra esa enfermedad era muy complicado, especialmente en las residencias, porque se trata de un virus que ataca con mayor fuerza a las personas con problemas físicos y con pluripatologías, que son precisamente las personas que hay en las residencias. Además, en ese entorno no podíamos ejercitar la distancia social, porque los trabajadores tenían que entrar y salir para atender a las personas dependientes. La distancia social brilla por su ausencia en una residencia porque a los residentes dependientes hay que levantarlos, tocarlos… Era muy complicado.

Por tanto, se daban todas las condiciones para lo que yo denominé "la tormenta perfecta". Se trataba del sitio y de la zona cero [de los contagios] por razones obvias. La sensación de impotencia desde una Consejería de Políticas Sociales, que tiene la mayoría de sus servicios externalizados y que dirige residencias que están para cuidar y no para curar, fue muy grande. En ese momento, lo que necesitaban los residentes era atención sanitaria, equipar las residencias con la infraestructura necesaria para ello, algo que estuvimos pidiendo y que nunca llegó.

P: Uno de los momentos, a mi modo de ver, más relevantes de este libro, se da cuando usted narra que hace una reclamación bastante lógica en un consejo de Gobierno: “Necesitamos X enfermeros y X médicos, y esa reclamación no es atendida y no se concede.

R: Se trataba de una reclamación modesta, de tan solo 50 médicos y 50 enfermeras. Meses después, el que era responsable del Covid en aquellos momentos, Antonio Burgueño, dijo en El País que eran necesarios 3.000 médicos en las residencias. Por ende, la mía era una petición muy modesta para atajar el virus en las residencias.

Noté mucha frialdad e indiferencia. En los consejos de Gobierno, las deliberaciones son secretas y no puedo daros muchos detalles de lo discernido, pero sí os puedo trasladar la respuesta emocional que a mí me llegó. Y ahí fue el primer momento en el que yo pensé que tenía que hacer algo, que a lo mejor tenía que dimitir, porque no estábamos consiguiendo que Sanidad se implicara en las residencias, precisamente a raíz de ese consejo en el que noté esas cosas. No doy más detalles porque no puedo hacerlo.

P: En el libro relata que recibe un mensaje de WhatsApp de un compañero, en relación al desarrollo de la reunión.

R: Sí. Un compañero de Ciudadanos, del Gobierno, me escribe y me traslada lo que está percibiendo. Me dice: "Parece que les da todo igual". Yo le estaba relatando [a este compañero] la visita que había hecho el día anterior a una residencia especialmente afectada, como es la de Ciempozuelos, y en la que estuve conociendo lo que era el virus realmente, de primera mano. La directora de la residencia se echó a llorar en la visita por la situación que tenían encima. Esto se trataba de una cuestión de emergencia sanitaria y así lo teníamos que resolver.

También trasladé al consejero de Sanidad, en ese mismo consejo de Gobierno, el ejemplo de dos comunidades autónomas de distinto signo: Andalucía, gobernada por el Partido Popular, y la Comunidad Valenciana, gestionada por el PSOE junto con Compromís y Podemos. Ambas habían tomado la determinación de que una vez se detectase un solo infectado en una residencia, fuera la consejería de Salud la que tomase el mando, como es lógico. Una residencia no está preparada para combatir una epidemia y menos aún en las condiciones en las que conviven los mayores. La entrada del virus en una residencia, si se producía con mucha carga vírica, era devastadora.

Esto se trataba de una cuestión de emergencia sanitaria y así lo teníamos que resolver

P: La situación que relata es tan grave que cabe preguntarse: ¿el Partido Popular y Vox no tenían mayoría suficiente para hacer una moción de censura? ¿Despreciaron esa opción y nunca la pusieron sobre la mesa?

R: Era un tema que a mí no me correspondía decidir, sino que era el partido quien tenía que tomar esa decisión. Por mi parte, yo puse de manifiesto lo que estaba ocurriendo y ya está. No sé si el partido lo pensó o cuáles fueron las decisiones que tomó, pero es verdad que la situación era muy grave. Además, existían unos protocolos de exclusión por escrito. Es verdad que en otros lugares de España se suele decir que se aplicaron actuaciones similares, pero Madrid fue la única comunidad autónoma en la que esos requisitos y criterios de exclusión se pusieron por escrito, firmados por un director general de la consejería de Sanidad, a pesar de que ahora la presidenta insista en que ni existían ni fueron firmados.  

Eso es una parte de lo que yo considero el meollo del problema: que había protocolos escritos en los que se excluía a personas en función de un criterio que mezclaba estar en una residencia con el grado de dependencia y discapacidad.

P: Es cierto que es más fácil hablar del pasado en el presente, pero, echando la vista atrás, ¿usted no se arrepiente de no haber impulsado esa moción de censura?

R: Como he dicho antes, impulsar una moción de censura no es algo que me correspondiera a mí. Lo que podría haber hecho desde mi posición es, una vez conocí todo, haber reaccionado de manera diferente y tomar otras decisiones. Lo que hice fue reaccionar el mismo 22 de marzo, el día siguiente al que conocí este protocolo. Llamé la atención del consejero de Sanidad acerca de lo que me parecía el protocolo y de ahí viene el título tan terrible del libro. Es una frase que yo le escribí ese mismo día. Evidentemente, yo creo que después hemos sabido muchas cosas y podríamos haber hecho las cosas de manera diferente, pero cuando vives una historia como protagonista, muchas veces ni te enteras de muchas de las cosas que están ocurriendo.

Si ibas en una silla de ruedas y tenías tus facultades cognitivas perfectas, ya estabas excluido de ser derivado a un hospital

Además, yo siempre relato cuáles fueron los pasos. Cuando vi el protocolo, lo vi con incredulidad y pensando que era una absoluta barbaridad. Se lo dije al consejero de Sanidad y me explicaron que las derivaciones dependían de la situación clínica de cada uno. Vimos que los resultados de ese protocolo se traducían en derivar a muy poquita gente y que había una barrera tremenda en función de los grados de dependencia y de discapacidad, y que el 80% de los fallecimientos se producían en las residencias frente a un 20% en los hospitales, como consecuencia del protocolo discriminatorio y de la mezcla de criterios. Por ejemplo, si ibas en una silla de ruedas y tenías tus facultades cognitivas perfectas, ya estabas excluido de ser derivado a un hospital.

P: Trato indigno también a las personas con síndrome de Down, por ejemplo, ¿no?

R: Claro. El sector de la discapacidad también nos pidió explicaciones. Es cierto que la reacción por parte de la consejería de Sanidad reaccionó de manera diferente a este respecto y hubo ciertas situaciones que pudieron solucionarse con mayor facilidad, pero lo cierto es que había personas con discapacidad intelectual que tenían problemas para que se les ingresara en un hospital.

P: ¿Quizá, a nivel social, se les da una menor importancia a las personas mayores?

R: Yo creo que ese es el dato clave al que hay que atender. Vivimos en una sociedad desgraciadamente edadista y, en esta situación, estamos ante un caso extremo de edadismo. Estamos ante una vulneración de derechos fundamentales. Se considera que las personas de mayor edad tienen o han de tener menos derechos que las personas más jóvenes y es una pena. Además, ese edadismo se ve reflejado en cuestiones del día a día. Recordemos aquel grito que lanzaba un jubilado en Valencia: “Somos mayores, pero no idiotas”.

Yo creo que tenemos que terminar con esa discriminación basada en la edad y no vivir en una situación de anestesia social. Que nadie piense que por ser mayores ya les tocaba, que no es tan grave, o pensamientos de esa clase. Recuerdo leer un artículo de Adela Cortina que reflejaba muy bien este fenómeno: expresaba la sensación de alivio que se sintió de manera generalizada en la sociedad cuando descubrimos que el virus afectaba más a los mayores que a los niños y a los jóvenes. Creo que eso dice mucho de nuestra sociedad. ¿Por tener una determinada edad ya pierdes el derecho a recibir una atención médica de calidad y un trato digno? Yo creo que eso no debería ser así.

P: Por último, me gustaría preguntarle por el apartado más comunicativo del libro. Al final, lo que parece haber triunfado es la "máquina del fango". Me refiero a lo que dice usted mismo en el libro: "En el río revuelto, la desinformación es donde triunfan las patrañas". En cuanto a la política de comunicación que se ha hecho desde el Ejecutivo madrileño, parecen haber salido victoriosos en el relato, a pesar de todo. ¿Qué me puede decir sobre esto?

R: Sí. Yo creo que esa política comunicativa es muy exitosa, pero también hay bulos muy inteligentemente urdidos. El mejor ejemplo es el bulo de que Pablo Iglesias era el responsable de las residencias. Eso es una memez que no hay por donde cogerla y que no se sostiene por ningún sitio, pero está muy inteligentemente planteado. Si se hubiera señalado al Gobierno central como responsable directo, se hubiera pasado por alto, pero al decir que fue Pablo Iglesias, que para algunas personas es poco más que el demonio personificado, el mensaje llegó mucho y la gente lo sigue repitiendo a día de hoy.

Además, Iglesias da también una rueda de prensa un tanto desafortunada por aquel momento, pero hay que ser serios: las cosas no se deciden en función de las ruedas de prensa que den determinadas personas, sino que eso se manifiesta en los contratos, en los Boletines Oficiales del Estado y en sus lugares correspondientes. Yo puedo decir en una rueda de prensa que soy el dueño de El Plural y eso no me hace dueño de El Plural, tengo que demostrar que lo soy mediante las acciones, la participación o de la manera que sea. Pero a veces la gente no se para a pensar en esas cosas, les parece innecesario profundizar y pasan por alto que el decreto del Estado de alarma mantenía las competencias de Sanidad en el plano autonómico. Al final, esa política de comunicación tan agresiva y que en ocasiones raya en la mentira, es la que ha terminado calando.