Sarah Gavron, quien debutara con la apreciable Brick Lane en 2007, regresa a la dirección con Sufragistas, relato sobre la lucha en Gran Bretaña por los derechos de la mujer para poder votar, es decir, para participar en las elecciones y convertirse en agente activo de la vida política del país.
Aunque ubicada en los albores de la Primera Guerra Mundial y a pesar de relatar unos sucesos históricos, Sufragistas posee un cierto carácter, en su realización y en el ritmo que imprime a la acción, de inmediatez, de necesidad. Este elemento opera favorablemente en la película realizada por Gavron, con Abi Morgan como guionista (autora de guiones tan notables como el de Shame o La mujer invisible, aunque también de otros como La dama de hierro…), porque rompe con la idea de reconstrucción histórica –aunque no deje de serlo- para imprimir al relato de una sensación de cercanía; o lo que es lo mismo, romper la distancia entre épocas pero sin esconder, evidentemente, que estamos ante un relato de corte histórico.
A partir de ahí, Sufragistas se detiene en Maud (Carey Mulligan) para narrar su toma de conciencia hacia su realidad, tanto en su faceta de mujer como de trabajadora. De mujer condescendiente con un marido y un hijo que trabaja en una fábrica desde la adolescencia –habiendo sufrido, además, abusos sexuales por parte del dueño- a timorata participante en pequeñas acciones de las sufragistas a su completa militancia para luchar por el derecho al voto. Un proceso que Mulligan modula a la perfección con su interpretación y que Gavron/Morgan saben desarrollar mediante elementos tanto explícitos como, en menor medida, implícitos. Porque Sufragistas destaca, además de por su tono de inmediatez, por su carácter directo, mostrando los sucesos con precisión en su desarrollo argumental y con muy pocas detenciones, las cuales, aunque mínimas, acaban siendo lo peor de la película al ocasionar que el ritmo se entorpezca. Sobre todo con secuencias que redundan en ideas que han quedado claras o enfatizan la situación de Maud con respecto a la problemática que se produce, cuando su marido la echa de casa e impide que pueda ver a su hijo.
Sufragistas gana enteros a la hora de interconectar las esferas privadas y públicas a través de Maud: cómo su situación como mujer con respecto a la ley y a la política tiene sus repercusiones no solo en el terreno laboral, también en el íntimo, el personal. Y algo que nos puede parecer tan simple, en realidad, no lo es tanto. Sobre todo para un personaje que toma conciencia a base de sufrir en su día a día, una situación que, hasta ese momento, veía desde cierta distancia, no al menos desde la conciencia del compromiso. Y aquí la película asume un posicionamiento ético muy loable, porque, aunque en algún momento cae en cierto sentimentalismo –muy intermitente, pero lo hace-, muestra todo el proceso a partir de una mirada directa, con matices, pero clara y sencilla para constatar esa toma de conciencia que, aunque individual, tiene intenciones más generales e, incluso, abstractas: hacer ver cómo aquello que en ocasiones creemos ajenos, que solo afecta a los demás, también nos afecta. Un llamamiento al activismo, al movimiento.
Y ahí, aunque como decíamos la película tiene un principal objetivo, relatar una lucha colectiva desde una mirada individual atendiendo al contexto general, también asume un cierto sentido actual que conecta con ese tono de urgencia e inmediatez. Quizá no sea algo premeditado, pero la sensación que permanece a lo largo del metraje es la necesidad de combatir la injusticia. Y Gavron se ocupa mediante una narración ágil y totalmente limpia que evita el preciosismo visual y opta por un naturalismo, no tanto un realismo, visual a la que se añade una mirada sombría y agria sobre los sucesos y evita en la medida de los posible cualquier atisbo de épica. De hecho, el momento de mayor victoria, viene dado por un corte con las imágenes de ficción y el paso a las de documental.
Sufragistas puede que no sea una película redonda y que tenga sus defectos, pero también que plantea cuestiones históricas que nos afectan, además de ser un relato necesario sobre una lucha que, como recuerda la película al final, todavía sigue en muchos países en los que las mujeres no pueden votar. Es decir, no pueden ser agentes políticos de sus vidas.