Que el bien os acompañe, de Vasili Grossman

En 1961, Vasili Grossman (1905-1964) recibe el encargo de traducir una novela del armenio en un momento muy particular de su vida: tras finalizar su ambiciosa y magnífica Vida y destino, Grossman veía que su manuscrito no vería la luz debido a la censura soviética; finalmente, sería publicada en 1980 en Suiza. Entonces, a finales de 1961, el escritor se subió al tren en Moscú en dirección al sur del país, a una de las repúblicas más pequeñas de la Unión Soviética, Armenia. Al comienzo de Que el bien os acompañe (traducido por Marta Rebón), tras narrar brevemente aquello que ve a través de la ventanilla del tren y de hablar, con bastante intención crítica, sobre el estalinismo y el gobierno soviético del momento, Grossman llega a la estación del tren y nadie le esperaba en el andén. Desde ese momento, se siente en un forastero y su mente se abre hacia su entorno como tal:

Los primeros minutos en las calles de una ciudad desconocida siempre son especiales; lo que pasa en los meses e incluso en los años siguientes no pueden sustituirlos. El forastero genera en esos instantes una energía visual atómica, una especie de potencia nuclear de la atención”.

Así, a lo largo de Que el bien os acompañe, Grossman despliega en sus páginas un acercamiento hacia el pueblo armenio a través de su experiencia como extranjero, como aquel que no conoce aquello que tiene delante y lo descubre. Algo que queda patente en las páginas de un ensayo, a la sazón, el último libro de Grossman: el escritor intenta entender al otro, descubrirlo, y, sobre todo, encontrar puntos de contacto que, en este caso, vienen dados por una historia asentada en un dolor nacional con episodios de persecución, represión, genocidio y diáspora. Grossman parte de lo íntimo, de lo cotidiano, para desarrollar una mirada más amplia hacia el pueblo armenio. Con un estilo directo en el que las descripciones se conjugan con reflexiones personales y meditaciones vitales de un hombre que, en ese momento, es consciente de encontrarse en un momento muy crudo de su vida.

Pero Que el bien os acompañe no es tan solo un ensayo-meditación ensimismada o un grupo de impresiones sueltas sobre motivos cotidianos o el paisaje. Es ante todo un trabajo de reflexión sobre cómo aquello que nos rodea, contenedor de unas huellas del pasado, y quienes lo habitan, sean cercanos o, sobre todo, si no lo son, poseen unos trazos tanto visibles como invisibles que pueden afectarnos de manera directa. Pueden ayudar a un conocimiento personal mediante el simple deambular y la observación. Grossman, casi perdido por Armenia, se deja llevar en su tránsito más allá de la condición de visitante o de viajero. Casi vagabundea por las calles y los paisajes naturales dejándose llevar y plasmando después sus pensamientos e impresiones.

Un libro que no alcanza la grandeza, ni lo intenta, de Vida y destino, pero que más allá de los datos que podamos obtener de la Armenia de la época o dejarnos deleitar por la prosa de Grossman a través de un relato que tiene algo de amargura bajo todas las reflexiones e impresiones del escritor, lo que podemos encontrar en Que el bien os acompañe es una mirada enajenada en el sentido de externa, de mirar desde el desconocimiento hacia lo otro y los otros, y que tiene tanto valor entonces como ahora, en un momento de crispación constante y de conveniente no entendimiento hacia aquello que se revela como algo ajeno a uno y a su mirada hacia el mundo.

Cabe destacar las magníficas páginas que Grossman dedica al carácter nacional y al concepto nación, que son tan pertinentes en el contexto de entonces como en el de ahora: “lo que constituye el carácter de una nación es la suma de caracteres individuales; por eso, todo carácter nacional es, en esencia, carácter humano. Y la afinidad y el parecido existente entre todos los caracteres nacionales del mundo se deben vincular a un único sustrato humano”.