Superior a su primera entrega, Misericordia, Profanación sigue desarrollando a los personajes principales ahora en una trama criminal que mira a los poderes económicos fácticos cuyo pasado está ensuciado con violencia y crimen. Magnífica trama y atmósfera para una thriller tan clásico en su concepción como efectiva en su resolución.
Un mes después del estreno de Misericordia (Los casos del Departamento Q), primera entrega de la nueva saga policíaco-nórdica, llega su continuación, Profanación (Los casos del Departamento Q). El escritor Jussi Adler Olsen, tras dos décadas publicando con mayor o menor éxito en su país, encontró en la década de los 2000 la fórmula, en parte aprovechando el boom literario que vivían los países nórdicos alrededor del género policiaco y el noir. Así, creó el “Departamento Q” en su novela La mujer que arañaba las paredes, título en castellano que poco o nada tiene que ver con el original pero que mira directamente a Millenium. A partir de ahí, otras cinco novela, todas ellas traducidas en nuestro país exceptuando, por ahora, la última, siendo la primera y la segunda adaptadas a la pantalla por el director Mikkel Nørgaard a partir de guiones firmados por Nikolaj Arcel y Rasmus Heisterberg, quienes además de estar detrás de los libretos que adaptaron las novelas de Stieg Larssson, también dieron lugar a la notable Un asunto real.
Adler Olsen ha ideado una saga que, en su base, se presenta como interminable en tanto a que el llamado “Departamento Q” consiste en la revisión de casos pasados que no fueron cerrados y que Carl (Nikolaj Lie Kaas) y Assad (Fares Fares) se deben ocupar de revisar. Y, como los casos se contaran por centenares, las posibles entregas pueden ser…
Misericordia funcionaba como presentación de ideas y de personajes, pero adolecía demasiado de ese aspecto de presentación, aunque en ella ya se perfilaba, a nivel formal, elementos que en Profanación poseen más fuerza y desarrollo. No estamos en ninguno de los casos ante grandes películas, eso más o menos es de esperar, pero en la segunda entrega se percibe un mejor manejo de las ideas y de los personajes. En ambos casos, se parte de una estructura similar que funciona mejor en Profanación: una línea narrativa para la investigación en presente y otra para el pretérito, en la que poco a poco se van desvelando elementos para conducir a la historia a su conclusión final. No hay, a este respecto, nada innovador ni rompedor, pero los responsables de Profanación no pretenden que así sea. Se contentan con entregar un producto bien confeccionado, con solidez, que cumpla con las expectativas de aquello que propone, que no es otra cosa que un buen relato criminal con dos personajes bien confeccionados y una historia que avanza con el suficiente bien manejo de los elementos del género como para conseguir mantener la atención e, incluso, sentir interés por aquello que sucede en los márgenes. Y esto no es otra cosa que un acercamiento al Mal desde una abstracción –presente también en Misericordia, pero en otro registro- que sin llegar a poseer un desarrollo muy trabajado, lo está lo suficiente como para que quede una historia sólida e incluso sórdida en la que la violencia aparece sin miramientos cuando debe hacerlo.
Y queda, además, esa mirada, tan común a esa tendencia policial nórdica, de mirar a las sombras de su sociedad, sobre todo en lo relacionado con aquellos que ostentan el poder. Los poderes fácticos que controlan un país todavía se comportan como unos jóvenes que asesinan de manera impúdica, por diversión; lo peor es que ahora tienen más dinero y poder. La sombría mirada de Nørgaard por una fotografía diferente para cada línea narrativa (aunque la del pasado poco a poco va enturbiándose) denote en gran medida ese deseo de mostrar esa sociedad corrupta, sucia; pero adopta por la elegancia de la puesta en escena, tan sencilla como efectiva, con buenas secuencias junto a otras más rutinarias dando un conjunto que, como decíamos, entrega exactamente lo que ofrece. Y no es poco.