El veterano director británico Mike Leigh dirige Mr. Turner, un acercamiento muy personal a la figura del pintor J.M.W. Turner, que supone quizá la más ambiciosa película de su director en el plano formal.


En un momento de Mr. Turner, J.M.W. Turner (Timothy Spall) y su padre, William Turner (Paul Jesson) muestran a unos potenciales compradores los cuadros que guardan en una habitación de su casa, dispuesta a modo de pequeña galería. A modo de juego, el padre del pintor anima a los visitantes a localizar el elefante que aparece pintado en Aníbal cruzando los Alpes (1810-1812); a primera vista no consiguen encontrarlo y tendrá que ser el padre quien señale, en el horizonte de la representación, la figura del animal, apenas un detalle en el enorme lienzo.



Otro momento de Mr. Turner. El arranque de la película nos muestra una panorámica de un campo holandés. Dos jóvenes campesinas aparecen en la lejanía y comienzan a acercarse a la cámara, hablando, hasta que desaparecen del encuadre. La cámara acompaña su llegada con un ligero movimiento, el cual se detiene para encuadrar una figura en el horizonte de un hombre. En el siguiente plano descubrimos a Turner tomando notas en su cuaderno tras observar la luz del Sol.


Ambos momentos son significativos en tanto a que hablan de algunos de los aspectos creativos de Turner pero, también, porque apuntan hacia algunas de las intenciones del director Mike Leigh a la hora de llevar a cabo este acercamiento a la figura de Turner. Igual que el pintor, atento a los grandes paisajes, a sus atmósferas, al movimiento, a la espectacularidad, a los cambios y combinaciones de manchas cromáticas, pero también a los pequeños detalles que, aunque en apariencia poco visibles, resultan esenciales para la narración del cuadro, Leigh ha creado una película en la que el gran espectáculo es la vida del pintor, la época que vivió, su creación, pero lo que interesa al veterano director es hablar de Turner desde una perspectiva más personal, lo cual podría considerase el detalle en la vida del gran artista.



A. J. Finberg confesó que Turner era un hombre de muy poco interés sobre quien escribir mientras, en los años treinta, preparaba uno de sus escritos sobre el pintor. Leigh parece haber querido contradecir a Finderg al llevar a cabo esta película de dos horas y media (quizá excesiva duración) que no tiene la pretensión de ser un recorrido exhaustivo por la vida de Turner, de hecho, comienza cuando este es ya un conocido pintor en edad madura y termina con su fallecimiento. De su pasado vamos conociendo detalles, información sesgada, lo suficiente para saber algo más del pintor, del hombre, pero no lo suficiente como para considerar Mr. Turner un relato exhaustivo de su persona.



Y es que Leigh ha rehuido, afortunadamente, esa forma de biopic consistente en intentar abarcar todo lo posible al personaje retratado y llenar la narración de datos lanzamos al espectador para que este después marche directamente a los libros o a Google para cotejar si es cierto o no. Es más, se intuye que Leigh ha tenido alguna que otra licencia narrativa a la hora de construir Mr. Turner. Porque lo que el cineasta británico ha buscado, y conseguido, es realizar un acercamiento en el que la historia avanza a modo de fragmentos narrativos, con fuertes elipsis, a modo de cuadros narrativos que se suceden sin que en ocasiones se terminen de cerrar. El hombre y el pintor aparecen dibujados a modo de pinceladas visuales, de detalles, donde importa más que la veracidad de lo narrado (aunque se entiende que la gran mayoría de los sucesos son reales) las sensaciones que transmiten cada momento para poder ir trazando una visión amplia y compleja sobre Turner. Así, y gracias a la extraordinaria composición de Spall, nos encontramos con un hombre huraño, reservado, que  contiene sus emociones pero profundamente emocional con respecto a su arte y a los demás, que puede ser tan frío como pasional, que sufre en silencio. Pero para poder apreciar esas características, en ocasiones uno se debe fijar más en los juegos que Spall lleva a cabo con sus manos o en su mirada antes que en sus palabras. De nuevo, estamos ante ese detalle en apariencia invisible pero presente en los planos.


Unos planos que Leigh construye mediante una fotografía, a cargo de Dick Pope, que emulan deliberada y claramente la estética cromática de Turner. A este respecto, se debe reconocer que Leigh no resulta demasiado novedoso, aunque sí enormemente efectivo y sobresaliente en su trabajo. Como antes directores como Vicente Minnelli, Pier Paolo Pasolini, Eric Rohmer, Peter Greenaway o, este mismo año, Jessica Hausner en Amour Fou o Lisando Alonso en Jauja, Leigh retrata la época con los colores de Turner, una manera de ubicar la acción con su forma pictórica a modo contextual. Pero lejos de tratarse de un mero artilugio o capricho formal, Leigh utiliza ese recurso para que su mirada se corresponda con la mirada de Turner, quien en aquella época revolucionaba la pintura en su país y creaba unos cuadros que, poco después, influirán en las formas impresionistas. Pero Leigh no cae tampoco en el mero encuadre pictórico, sino que compone una película en la que los elegantes movimientos de cámara, los encuadres y reencuadres, rompen el estatismo pictórico. Al fin y al cabo, una de los elementos que Turner intentó reproducir en sus lienzos, sobre todo al final de su carrera, fue precisamente el movimiento.



De manera paralela, Leigh no solo retrata al hombre y al pintor, sino que también lanza una mirada, de soslayo pero presente, a la época y a la sociedad en la que vivió, la cual le encumbró para, al final, acabar denostándolo. Un pintor que fue una eminencia, que no vivió de espaldas a la academia sino que fue parte de ella, pero que al final aquello que más gustaba de sus composiciones acabó convirtiéndose en objeto de burla. También resulta interesante las dos secuencias en las que Turner se fotografía y descubre que el nuevo medio puede que acabe con la pintura tal y como se había practicado hasta el momento, aunque al final lo que ocasionara es que los pintores tuvieron que tomar otros caminos hacia una pintura que evidenciara más su naturaleza, sus elementos constitutivos, alejándose en gran medida de la figuración. Mr. Turner, aunque narrativa y figurativa, también posee un alto contenido de abstracción en su montaje discontinuo, cuya linealidad es tan clara como rupturista es su avance, como señalábamos anteriormente, porque las secuencias se suceden con coherencia pero como trazos dispersos de una totalidad más amplia. La música de Gary Yershon ayuda a transmitir esa idea mediante una atonalidad muy alejada del clasicismo sinfónico que suele acompañar este tipo de reconstrucción epocales.



Dejando de lado la excesiva duración de Mr. Turner, estamos ante una nueva gran película de un gran director que ha entregado el retrato de un artista y, al final, se tiene la sensación de que quizá esté hablando de él más que de Turner. En cualquier caso, un biopic, si se quiere seguir usando el término para definir la película, modélico en cuanto a la libertad narrativa y estética que desprende en su composición de los planos y en su desarrollo argumental, mostrando a un Leigh hermanado con cierto cine contemporáneo que sin abandonar la narración más convencional busca un cine más de sensaciones, de atmósferas, del detalle. Curiosamente, o no tanto, como el propio Turner hizo con sus cuadros, narrando escenas y sucesos pero dando mayor presencia e importancia a las sensaciones de los colores y de la luz. A este respecto, Leigh ha rendido un más que válido homenaje a Turner no solo con su película, sino también, y sobre todo, por su trabajo visual.