Me gusta referirme a Antón Alvarez como el mejor de mi generación. Un tipo como cualquiera de nosotros que, a base de inteligencia y huevos, está compitiendo con los más grandes creadores de nuestra historia. Repasando su obra desde Agorazein hasta La guitarra flamenca de Yerai Cortés, se percibe una apasionante evolución. Su hambre y ambición. Sus metas conseguidas y sus anhelos. Nunca fui un gran fan. AGZ me gustaba (sin más) y en un principio no supe valorar el potencial de Crema. No entendía la obsesión de algunos de mis colegas. Error mío.
Sin embargo, en pleno proceso de (nuestro) crecimiento personal, madurez y desarrollo político, C. Tangana lanzó Los Chikos de Madriz, trabajo en el que puso fin a la carrera del grupo valenciano Los Chikos del Maiz, herramienta esencial para entender la batalla cultural emprendida por Pablo Iglesias en la implementación del ya fracasado Podemos. Con una silla en Plaza de Castilla, frente a los juzgados y bajo la sombra de Calvo Sotelo, Antón Álvarez, ataviado con un chándal blanco y comiéndose unas palomitas, no solo aniquiló a los raperos de Podemos sino que fue uno de las últimas revelaciones que me hizo vencer a una lobotomización ideológica contra la que estuve luchando durante años. “Siempre fuimos independientes, nunca el rebaño fue para mí. Esta va pa' Los chikos de Madriz, pa Los chikos de Madriz. Siempre ande' con respeto, si no crees, pregunta por mí”.
Tangana se ha ido construyendo a sí mismo en busca del poder. De la fama y el éxito. Los flashes y las modelos. La alfombra roja, el Champagne, los diamantes y la cocaína. Saborear las mieles de una gloria artificial. Ídolo y Avida Dolars son ejemplo de ello. Sobre la construcción de un personaje y el arte de hacer negocios. Llegó al trono de la industria. Pero el trono es incómodo y aisla. La clave es la eternidad. Perdurar en el tiempo. Y eso es El Madrileño. Una obra que cantarán los chavales en sus barrios en 200 años y de la que teorizarán los intelectuales. Sin embargo, Pucho no se llenó. Llegó a la cima del ego trip y no fue suficiente. Una ambición desmedida solo puede terminar en abandonar el egocentrismo y abrazarse a la generosidad. Salir del protagonismo y que sea otro, no tú, la mayor de tus inspiraciones. Y ahí apareció Yeray Cortés. Su guitarra y su familia. Un seductor con pañuelo al cuello y una manos talladas por Dios. “Es mi artista favorito de todos los tiempos”, dice Tangana para referirse a él. Más allá del marketing para promocionar la película, creo que es una declaración sincera. Es evidente que Pucho es un hombre apasionado por el arte de otros artistas y con una pulsión cultural imposible de llenar.
Antón Álvarez ha encontrado en el cine una forma completa de transmitir lo que siente. De la mano de Little Spain, uno ve trazas de Pedro Almodóvar, Bigas Luna y Carlos Saura. Realismo mágico español. Raíz. Pueden contarnos lo que quieran los yankees, pero España es la mayor de las musas. Nuestra tierra emana arte de sus poros. Antón Álvarez nos conoce bien y su ojo es necesario para contarnos el país en el que vinimos. Nuestra identidad. La gente puede pedirle música, pero lo que nos tiene que dar es mucho más que eso. Antón Álvarez nos tiene que regalar narrativa. Tiene que construir un relato y un país. Tiene que seguir nutriendo una cultura milenaria que nos sobrepasa a todos. Tiene que seguir alimentando el poder del arte cotidiano y vertebrar una nación. Por encima de ambiciones personales, egos y euros solo hay una cosa: Cultura Popular. El mejor de mi generación tiene en su mano hacer de España un mejor país.
Antón Álvarez. Pucho. Crema. C Tangana. El Madrileño. Antón Álvarez. Qué ironía es que la evolución te lleve al origen de todo.