Empecemos por el final: ¿designan exactamente lo mismo las palabras “tebeo”, “cómic” y “novela gráfica”? No hay consenso al respecto, pero probablemente no. Ya en 1978, cuando en Estados Unidos se manejaba de forma generalizada la palabra “cómic”, el autor Will Eisner se refirió a su obra Contrato con dios como “novela gráfica”, con la intención de que la crítica se la tomara más en serio que a los cómics. Y en España, las viñetas de los primeros años de Ibáñez y sus colegas profesionales, conocidas como “tebeos” o incluso “chistes”, eran muy diferentes a lo que hoy llamamos “novela gráfica”, de la que uno de los mayores exponentes en nuestro país es Paco Roca. Lo que sí parece claro es que el segundo concepto, el de novela gráfica, constituye una evolución del primero, el tebeo, y no solo por su contenido, sino, como bien ha subrayado de forma pionera Antoni Guiral en su colección Del tebeo al manga (Panini), la mejor enciclopedia sobre cómic en español, también por su diferente formato de edición.

Repasemos, pues, el caso español: mientras que en Estados Unidos el cómic se popularizó, con un contenido 100% adulto, a finales del siglo XIX y en los suplementos de prensa (en concreto, se considera The Yellow Kid and His New Phonograph, de Richard Fenton Outcault, como la inauguración de esa nueva forma narrativa que era el viñetismo), en Europa y en España, aunque las tiras cómicas comenzaron a publicarse en la misma época y también en la prensa, su contenido era más familiar, como en el caso de En Patufet (1904) o directamente infantil, como en Gente menuda (1906), suplemento del periódico Abc.

Y cuando comenzaron a publicarse las primeras viñetas emancipadas de los periódicos, a pesar de que muchos de sus autores no se dirigían de manera específica a los niños, el imaginario colectivo las mantuvo encasilladas en ese público objetivo. Algo que también ocurría en Europa, donde resultaban especialmente populares las del belga Hergé, padre de Tintín, y el francés Uderzo, padre de Astérix y Obélix. En España, el género comenzó a ganar popularidad con las revistas Charlot y TBO, y sí con una vocación explícitamente junior, Pulgarcito y Pocholo.

Sea el público que fuere quien leyera estas tiras, el tebeo fue ganando popularidad, hasta que la Guerra Civil interrumpió en gran medida su comercialización y producción, como el de muchos sectores. El contenido también se vio distorsionado por el conflicto, pues hubo incuso un tímido y fracasado intento de explotarlo como medio propagandístico, y con la llegada de la dictadura, se vio afectado por la censura y la carencia de medios. No obstante, en el duro año 1939, la editorial antes conocida como El Gato Negro se atreve a reactivarse, refundiéndose como la mítica Editorial Bruguera, que se convertiría el sello editorial clave para la consolidación en España de una industria, una factoría de autores y un público de tebeos sólidos. Bruguera arrancará con tebeos grapados, de venta en quioscos, que apostarán por las historietas de aventuras, como El Capitán Trueno de Víctor Mora y Ambrós, y las de humor, inteligentemente utilizado para sortear la censura y difundir críticas al régimen franquista.

En pocos años, el ritmo de producción y popularidad de las publicaciones de la casa Bruguera conseguirá establecer lo que se conoce como la Era Dorada de la viñeta española. Tal como se desprende del libro póstumo de Terenci Moix, Historia social del cómic, suelen distinguirse, en esa era, tres generaciones: la primera, la Generación del 47, caracterizada por crear viñetas de personajes marginales con los que retratar, satirizándolo, el clima sociológico deprimido derivado de la crisis política y económica de la época. Así, Escobar destacará con Petra, Carpanta o Zipi y Zape, y Vázquez, con La familia Cebolleta o Las hermanas Gilda. En la segunda generación, conocida como Generación del 57, sobresale Ibáñez, que aportará cierto grado de fantasía al cómic, y mantendrá una línea continuista con la crítica social pero reflejando también la incipiente industrialización del país, ambientando sus dibujos, en ocasiones, en el mundo empresarial. En sus títulos destacan 13 Rue del Percebe, El Botones Sacarino, Rompetechos o Mortadelo y Filemón, que inicialmente surgieron como parodia de Sherlock Holmes y Watson, y sobre los que ahora mismo hay una película en cartelera (no te pierdas nuestra crítica aquí).

Por último, hay que destacar la tercera generación o Generación del 70, que abrió camino al tono más canalla que adoptarían los autores que despuntaron ya entrada la Democracia, procedentes ya de otras editoriales al margen de Bruguera, como La Cúpula, editora de la revista underground El Víbora, que abrazó el llamado cómic adulto o de línea chungo, y las revistas Cairo, El Jueves y Madriz, ésta última subvencionada por el Ayuntamiento de la capital.

En los años ochenta, el cómic alcanza la mayoría de edad: empieza a gozar del respeto institucional con la celebración de diferentes salones, como el Salón Internacional del Cómic de Barcelona (desde 1981), el de Gijón (desde 1976) o el de Bilbao (desde 1977). Y a partir de los noventa y, sobre todo, llegado el nuevo milenio, le llega el momento al cómic literario o novela gráfica. La temática de las viñetas se vuelve más abierta y variada, las tramas son más elaboradas y no necesariamente satíricas, y la edición empieza a ser en libros de muy cuidado diseño y material. Empiezan a proliferar las editoriales consagradas al género, que ofrecen títulos internacionales además de los de los muchos autores nacionales que han ido sorebsaliendo, como Francesc Capdevila Gisbert (más conocido como Max), Paco Roca, Miguel Anxo Prado, José Domingo, David Aja, Paco Alcázar, Carlos Pacehco, Inma Ríos, Manel Fontdevila, Miguel Gallardo, David Muñoz o La Grua Studio. Entre esas editoriales, Edicions de Ponent, Ediciones Sins Entido o Astiberri; por su parte, grandes sellos como Alfaguara, Anagrama o Penguim Random House abren su catálogo con líneas específicas de cómic. Un gran despliegue de creadores, medios y público que han reforzado la elevación artística del cómic, rubricado también por la apertura de escuelas dedicadas a su enseñanza o la creación de un Premio Nacional de Cómic en 2007.

Una estupenda forma de cotejar la evolución de la primera a la tercera de las tres etapas que hemos marcados es visitar las recomendables exposiciones Francisco Ibáñez, el Mago del Humor, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid hasta el 18 de enero, y Paco Roca. Dibujante Ambulante, en Fundación Telefónica hasta el 15 de febrero.

La exposición de Francisco Ibáñez está dedicada a apreciar la evolución de su estilo y la gestación de los tebeos de este autor, el viñetista español más internacional. Se muestran 23 páginas originales del autor (donadas por el actor Carlos Areces) y más de cien tebeos impresos de los años 50 y 60 de los fondos de Ediciones B y coleccionistas privados. Se añade otra información como una bibliografía del autor, desde el primer chiste que le publicaron, en la revista Chicos en 1957, hasta la actualidad, o curiosidades como juguetes de los años 60 o un gran mural con las famosas portadas de Ibáñez.

De Paco Roca, acaso nuestro dibujante actual más popular, que se hizo famoso con Arrugas y obtuvo el Premio Nacional de Cómic en 2008, se muestra un amplio abanico de materiales, con la idea de sugerirnos cómo es su proceso creativo. Se nos enseñan sus bocetos y apuntes, como fase previa a sus publicaciones, para que veamos cómo traslada una idea desde su concepción a su plasmación en el soporte de papel. Así, se presentan los circuitos creativos de su divertidísimo álbum Memoria de un hombre en pijama y de Arrugas, la obra que adaptó, con Goya y todo (la estatuilla también está expuesta), al cine. Están previstas, en torno a la muestra, charlas y talleres infantiles.

Francisco Ibáñez, el Mago del Humor. Círculo de Bellas Artes de Madrid. Hasta el 18 de enero.

Paco Roca. Dibujante Ambulante. Fundación Telefónica. Hasta el 15 de febrero