Julio Cortázar veía en la literatura aspectos similares al boxeo; Roberto Bolaño, por su parte, decía que “la literatura se parece a la pelea de un samurái que sabe que va a ser derrotado por un monstruo”. El filósofo Jorge Freire (Madrid, 1985) se enfrenta a las certezas armado de sabiduría y humor.  Convencido de que él y todos somos actores, defiende al “teatro como escuela de vida”. Por algo duda de “los sinceros” que hablan “sin pelos en la lengua”. A propósito de su nuevo libro Hazte quien eres (Deusto), nos subimos con Freire al cuadrilátero de las máscaras. Nos cuenta, entre otras cosas, su preocupación por la idolatría. "Solo sé que no hay imbécil más superlativo que el fan"

Jorge Freire: "Con los amigos de la infancia no hablas de literatura académica, y con el director de tesis no haces chistes verdes"

Edgar Borges: - ¿La impostura es la opción ante la máscara que llevamos fijada a la cara?
Jorge Freire: - Detrás del antifaz no hay nada. Por eso yerran los críticos del postureo. En cuanto comparecemos ante otro, ya somos un personaje. En la comedia humana solo cabe la postura, la pose, lo que aparece tal y como parece. ¿Quién lleva siempre la misma máscara? Con los amigos de la infancia no hablas de literatura académica, y con el director de tesis no haces chistes verdes. Con el docto, docto; con el santo, santo… Tan intolerable es la jerga patibularia en el templo como el lenguaje notarial en la taberna.

E.B: - ¿Ser auténtico está sobrevalorado?
J.F: - La autenticidad es el fetiche de quienes buscan la verdad en el interior. Pero si el buzo desciende a los fondos abisales no hallará sino barro. Desistan los amigos de la “espontaneidad”, la “sinceridad”, tan empeñados en hablar “sin pelos en la lengua” diciendo “las cosas claras”: la única autenticidad posible es la de ser un auténtico idiota.

E.B: - ¿La identidad es una construcción que nunca acabamos?
J.F: - Uno puede pasarse toda la vida pulimentando el carácter, limando sus aristas y cincelándolo con el buril de las buenas costumbres. Cosa bien distinta es la identidad, que no es más que un principio lógico y nunca se da en personas y comunidades. Nada requiere de ser idéntico para ser. Por eso el identitarismo no es más que una variante del narcisismo. Lo que nos hace ser nosotros no es, precisamente, lo que más nos diferencia de los demás.

Jorge Freire: "Yo defiendo actuar con discreción, que es lo contrario de actuar a discreción"

E.B: - ¿Es más sano saberse estúpido que luchar por pasar de listo?
J.F: - Quien va de listo solo genera pelusa y resquemores. Como decía Gracián, para ser estimado hay que vestirse con la piel del bruto. En general, yo defiendo actuar con discreción, que es lo contrario de actuar a discreción. No entiendo por qué hoy todo el mundo practica la sinceridad a discreción. Mi consejo es que practiquen la discreción a secas; guárdense la sinceridad donde les quepa.

E.B: - La máscara, ese otro yo eterno en la vida del individuo, ¿ha tenido una variante en la época de las pantallas?
J.F: - Ahora uno se fabrica su máscara mirándose en un espejo deformado. Los adolescentes se educan en el turbogusto, que es la distrofia del juicio que producen redes como Instagram. Ya no se torturan con aquella mano fatal que, en el verso de Machado, va rayando el azogue, sino con la realidad deformada, hormonada, hinchada y dispéptica que exige meter filtros a la vida hasta que pegue el cantazo.

E.B: - Tú propones demoler creencias en un tiempo cuando parece que abundan las certezas. ¿Necesitamos vaciarnos de tanta parcela de verdad?
J.F: - Cunde la idolatría. Y esto, sobra decirlo, se debe a que abundan los idólatras. Éstos entronizan al primero que aparece y lo defenestran en cuanto sale rana. Desconozco si el youtuber que elude impuestos y el cantante melódico que no se vacuna son tan malos ahora y si eran tan buenos antes. Solo sé que no hay imbécil más superlativo que el fan.

Jorge Freire: "La vida es un drama"

E-B: - Ya que todo es un teatro, ¿no sería más sano si en la escuela nos dieran clase de actuación?
J.F: - El teatro es escuela de vida. No hay ensayo que muestre mejor el absurdo del siglo XX que Esperando a Godot o Los días felices, de Beckett, por la misma razón que no hay en la producción de Sartre pieza filosófica que raye a la altura de A puerta cerrada. Limitándonos a nuestro presente, pocas cosas resultan más elucidarias que las obras de Víctor Vegas. ¿Por qué las tablas enseñan tanto? Porque la vida es un drama. Y yo, como uno de los personajes de No dramatices, el espléndido libro de cuentos de Teresa Arsuaga, aspiro a vivir un drama sin dramas.

E.B: - Decía Thomas Bernhard que “nuestro problema es no saber ubicarnos en otros puntos de vista distintos al nuestro”, que padecemos “el problema del punto de vista”. Si estás de acuerdo con esta idea, ¿crees que es un asunto cognitivo o cultural? ¿O una cosa lleva a la otra?
J.F: - En la naturaleza del ojo está el ver hacia afuera y no verse a sí mismo. Por eso tan recomendable escarmentar en cabeza ajena. ¿Quién puede salirse de sus propios zapatos y saltar su propia sombra? Llevamos a cuestas el peso del propio cuerpo sin sentirlo, cosa que no sucedería si moviésemos el de otra persona. El punto de vista, digámoslo así, es una gruesa cadena que nos impide volar alto y, al mismo tiempo, nos ata a lo que somos.

E-B: - ¿Qué es la realidad más allá de un micro segundo inatrapable?
J.F: - Habitar la realidad supone afianzarse en lo que los latinos llamaban el nunc stans, el presente eterno. Quien no lo hace vive en una opresiva calma chicha que se estira muellemente, como si todos los días fueran el mismo. A mí, en cambio, el tiempo se me escurre entre los dedos. ¿Cuál era el grito de placer de Fausto? ¡Detente, instante, eres tan hermoso! Solo quien vislumbra esos momentos dignos de ser alargados detiene el goteo de la clepsidra.