Nacido en A Coruña, escritor, neurocientífico, integrante de la llamada Generación Nocilla (Afterpop), el invitado a este diálogo tiene mucho qué decir sobre ficción y realidad. El narrador de El artefacto (De Conatus, 2020), su nueva novela escrita en inglés y que ahora Javier Calvo traduce al español, es un profesor de ciencias que tiene un brazo inteligente, es decir, un ciborg. Una voz que va dejando interrogantes sobre un mundo extraño (acaso conocido) y los límites de la inteligencia humana.

Edgar Borges: - ¿Qué cuentas en 'El artefacto'?
Germán Sierra: - La historia se desarrolla a partir de la idea del descubrimiento de un artefacto inexplicable en un escáner de resonancia magnética cerebral. El protagonista, que además cuenta con un futurista brazo prostético, intenta buscar las explicaciones más inverosímiles y absurdas para la presencia de ese artefacto, incluyendo la de que su propio cráneo pueda estar “encantado” por algún ente de origen electrónico. “El artefacto” es parte de una exploración imaginaria en curso de lo que denomino “fenómenos sobreartificiales” —similares a los fenómenos sobrenaturales, aunque supuestamente evocados por la actividad de las máquinas.

E.B - Una novela de ciencia ficción, también incluida en la categoría de cyberpunk, escrita por un neurocientífico. ¿Qué significa esto?
G.S: - Yo no definiría “El artefacto” como una novela de ciencia ficción en el sentido habitual o genérico. Ciertamente, existen elementos futuristas y fantásticos en la narración y pueden reconocerse algunas influencias del cyberpunk y la teoría-ficción, que se manifiestan, sobre todo, en una lectura distópica —a la vez que sarcástica— de la realidad contemporánea. Sin embargo, todas las tecnologías que se mencionan en la novela existen ya en el presente, y la mayoría de los acontecimientos que se relatan podrían haber tenido lugar en nuestros días. Lo que hace el narrador es extrapolar sus consecuencias hasta lo inverosímil.

En mi opinión, “El artefacto” se aproxima más a la ficción distópica de autores como J.G. Ballard, los hermanos Strugatsky o Gary J. Shipley que obras más “canónicas” de ciencia-ficción como las de Isaac Asimov, Philip K. Dick, Stanislav Lem u otros más contemporáneos como Liu Cixin, R. Scott Bakker o Jeff VanderMeer. Me gusta recurrir a la ficción para especular a partir de ciertas ideas que tienen su origen en las ciencias (incluyendo las neurociencias), pero no pretendo que el resultado sea “científicamente coherente”. Me interesa más averiguar hacia dónde me lleva el lenguaje que hacia dónde me lleva la historia.

E.B: -Tú escribes en inglés, de hecho, esta novela primero se publica en inglés. ¿Cómo ocurre este proceso?
G.S: - Durante los últimos años he escrito ficción en español e inglés. Comencé a escribir ficción en inglés animado por varios autores norteamericanos interesados en mi trabajo, y al principio fue una especie de experimento, como un músico que decide ensayar con un nuevo instrumento que no domina por completo. Escribir en una lengua en la que no estás inmerso excepto a través de la lectura es una sensación extraña, pero también liberadora en cierto sentido —permite distanciarse del lenguaje, observarlo desde una perspectiva instrumental, con mucha mayor facilidad que cuando se trata de la lengua materna.

En segundo lugar, el inglés en el que escribo es la lingua franca, la lengua de internet, de la ciencia y la tecnología. Es el idioma de una angloesfera mucho más extensa y diversa que el conjunto de sus hablantes nativos —algo que, en cierto modo, ya nos pertenece a todos.

En tercer lugar, en esa angloesfera existe mucho más interés por la literatura experimental y las estéticas arriesgadas que en la hispanoesfera. Eso se traduce en un gran número de revistas, webs y pequeñas editoriales con una intensa actividad, una gran amplitud de miras, un funcionamiento muy fluido y una producción de calidad asombrosa. También es muy fácil integrarse en proyectos de colaboración estéticamente muy audaces como, por mencionar sólo un ejemplo, “Collective Voices in the Expanded Field”, una novela colectiva recién publicada por 11:11 Press en la que participo junto a algunos de los autores contemporáneos cuya obra más me interesa.

E.B: - Tu narrativa parece alejada de lo convencional, pero también tus temas. ¿Influye la condición de científico o se trata de una forma de concebir la literatura?
G.S: -Supongo que ambas cosas son importantes, no sería capaz de separar una de otra. Probablemente si hablásemos de ciencia también encontrarían mis ideas y argumentos poco convencionales...

E.B: - ¿En la literatura en español se mantiene cierto purismo hacia el valor literario de la ciencia ficción?
G.S: -Yo no creo que sea así, aunque es posible que algunos críticos empleen ese truco para defender su parcela. Tuvieron que inventarse lo del “realismo mágico”, porque, supuestamente, el “fantástico” era un género menor... La verdad es que presto poca atención a las clasificaciones en géneros. Muchos de los escritores contemporáneos en español que más me interesan —autores como Juan Francisco Ferré, Jorge Carrión, César Aira, Cristina Rivera Garza, Vicente Luis Mora, Alberto Chimal, Francisco Jota-Pérez, y muchísimos más— emplean elementos fantásticos y de ciencia ficción en sus novelas. Ronald Sukenick defendía la postura de que la literatura experimental es un género como cualquier otro, y yo añadiría que lo que algunos críticos denominan “lo literario” es también un género más, con unos cuantos subgéneros...

E.B: - ¿En qué se entienden la ciencia y la ficción?
G.S: - Agustín Fernández Mallo suele decir que la ciencia es poesía que funciona. La ciencia es ficción, aunque una forma muy particular de ficción porque los modelos de realidad que produce están sometidos a unas condiciones muy específicas. La ficción contemporánea, por otra parte, no puede considerarse independientemente de la idea científica del mundo (aparezca o no de forma explícita en la narración) más que mediante un experimento mental muy específico en el que pretendamos ignorar todo lo que ha sucedido en los últimos siglos. En mi escritura raras veces pretendo que la ciencia y la ficción “se entiendan” sino más bien que se creen problemas, se interfieran, se contaminen mutuamente, se infecten, se deformen...

E.B: - ¿La actual realidad es especulativa?
G.S: -Toda realidad es especulativa. Se podría decir que universo es consecuencia de una especulación (una sucesión de espacios de posibilidad) termodinámica. Un organismo es una hipótesis acerca del medio ambiente. La realidad actual parece mucho más especulativa porque disponemos de mucha más información en mucho menos tiempo: existen muchas más opciones que capacidad para evaluarlas, y eso supone que somos más conscientes de estar continuamente especulando. Por eso ahora aumenta la tendencia a dejar las decisiones importantes a máquinas que calculen probabilidades a velocidades de vértigo —pero una máquina es también un golpe de dados, como el que decía Mallarmé que lanza todo pensamiento.

E.B: - ¿La realidad nos la diseñan o la hacemos entre todos?
G.S: - La realidad no puede diseñarse. De hecho, una buena definición de realidad es “aquello que no puede diseñarse”. Tampoco la hacemos entre todos, porque es mucho más que “todos”. La mayor parte de la realidad estaba ahí antes que nosotros y seguirá ahí cuando nos hayamos extinguido. Lo que hacemos entre todos son modelos o simulacros que representan pequeñas partes de la realidad, que creemos entender y que nos imaginamos capaces de manipular a nuestro antojo. La literatura contemporánea que más me atrae es la que interfiere en ese proceso colectivo de producción de simulacros.

E.B: - ¿Y cuál sería la diferencia entre realidad y verdad?
G.S: - ¡Ja, ja! Gente mucho más inteligente que yo ha dedicado bibliotecas enteras a intentar responder a esa pregunta... si yo tuviera la respuesta habría resuelto una de las cuestiones fundamentales de la filosofía... La definición de este tipo de conceptos depende mucho del punto de vista. Para ser un poco coherente con lo anterior, y manteniendo por lo tanto una posición próxima al realismo científico, diría que “realidad” sería una categoría ontológica (lo que existe, independientemente del observador) mientras que “verdad” sería una categoría epistemo-fenomenológica (como percibimos/conocemos determinados aspectos de lo que existe). Por supuesto, existen muchos otros puntos de vista (lingüísticos, éticos, de teoría crítica, etc.…) que darían lugar a definiciones diferentes. Si alguien estuviera interesado en saber más acerca del realismo filosófico contemporáneo, le recomendaría leer, por ejemplo, a Ray Brassier (“Nihil desencadenado”, publicado en español por Materia Oscura en 2017), Quentin Meillassoux (“Después de la finitud, Caja Negra, 2015), o el último libro de Ernesto Castro “Realismo poscontinental” (Materia Oscura, 2020).