La figura de Fernando Fernández Gómez en la esfera cultural española del siglo XX es indiscutible. Actor, director, guionista, dramaturgo, literato, hombre de cultura, destacó en todas las facetas en las que participó. Por otro lado, Fernán Gómez nace en 1921, falleciendo en 2007, por lo que su vida recorre gran parte del siglo XX. Todo esto junto hacen de El tiempo amarillo, sus memorias, que llegan hasta 1997, una apasionante aventura literaria que se abre en muchas direcciones, atrapando al lector desde su primera página y, a pesar de su extensión, impidiendo que uno abandone su lectura.


Los mejores libros memorísticos suelen ser aquellos cuyo interés va más allá del interés que pueda despertar la persona que relata su vida. Porque en una gran mayoría de casos, entendemos que el autor deja por el camino aquello que convenientemente no quiere que se sepa; incluso en los casos más sinceros, siempre hay un interés por dar forma a una imagen de uno mismo muy concreta, al fin y al cabo, no deja de ser una mirada subjetiva aunque el tema en cuestión sea la propia vida de quien escribe. La capacidad narrativa del autor a la hora de elaborar un relato sobre su vida, evidentemente, acaba siendo determinante para que el lector se sumerja por sus páginas e interese más o menos los hechos relatados. El tiempo amarillo destaca precisamente porque Fernán Gómez no escribe unas memorias corrientes, sino que va y viene en el tiempo, crea elipsis narrativas, esconde cosas. Pero su magnífico estilo acaba provocando que sus memorias interesen por su calidad literaria además de por todo lo narrado.


Fernán Gómez nos introduce no tanto en su vida como en su tiempo, en cada momento, con una capacidad descriptiva, tanto paisajística como humana, envidiable, atento a los detalles que, entre el gran contexto, son los que aportan una visión particular sobre unos acontecimientos conocidos. Asistimos con Fernán Gómez a la proclamación de la II República, al estadillo y desarrollo de la Guerra Civil, a los largos años del franquismo y a su caída, a la Transición, y así hasta 1997, historia reciente que trata desde su mirada situándose él en cada momento y precisando sus posturas, sus estados de ánimo. Fernán Gómez no intenta historiar, sino contextualizar, transmitir al lector la atmósfera del momento, explicar los acontecimientos no como un historiador, no a modo de ensayo, sino asumiendo la subjetividad de su mirada como espectador de excepción. Y lo hace con una prosa ágil, directa, atento, como decíamos, a cada detalle u observación en apariencia pequeña pero que aporta la diferencia y hace de su relato único frente a cualquier otro ubicado en las mismas coordenadas temporales.


Hijo de actriz, Fernán Gómez llegó a los escenarios teatrales casi por casualidad, sin demasiada confianza en sus capacidades como actor, y poco a poco fue haciéndose en un nombre y un sitio en la escena teatral del momento. Poco después daría el salto al cine. Y llama la atención sus dudas, su poca convicción, su casi necesidad de agarrarse a ello a falta de otra cosa. Lo hace porque acabaría convirtiéndose en uno de los actores más importantes del siglo XX en España, después en uno de los cineastas y dramaturgos más relevantes. Fernán Gómez narra todo el proceso a lo largo de las páginas de El tiempo amarillo de manera brillante, introduciéndonos en la escena artística e intelectual de cada momento. No es del todo necesario, o prácticamente da igual, estar al tanto de la prolífera carrera del actor/director, porque el relato fluye con frescura y enorme lucidez. Por las páginas de estas fantásticas memorias pasean varias generaciones de actores, actrices y directores tanto teatrales como cinematográficos, pero también escritores, poetas, intelectuales, políticos. Espacios artísticos, teatros, cafés de tertulias… Un crisol artístico formidable de varias épocas narrado por Fernán Gómez con tanta pasión como agradecimiento por haber podido formar parte de él.


Y nosotros agradecemos a Fernán Gómez que escribiera sus memorias.