La escritora y periodista Almudena Sánchez dice que le daría el Cervantes a Angélica Liddell; yo creo que cualquier premio adquiriría mayor relevancia si se le entregara a toda su obra. Liddell (Figueres, 1966) ha recibido el Nacional de Literatura Dramática, el León de Plata de la Bienal de Teatro de Venecia 2012 y el Premio Leteo 2016, entre muchas otras distinciones. En 2017 fue nombrada Chevalier de l'ordre des Arts et des Lettres por el ministerio de Cultura de la República Francesa.
En tiempos de conservadurismo literario, la obra de esta escritora (poesía y teatro) es implosiva y reveladora como pocas. Angélica, que tomó el apellido Liddell de Alicia Liddell, inspiración del escritor Lewis Carroll para su obra 'Alicia en el país de las maravillas', responde a nuestras preguntas sobre 'Caridad' (La uña rota, 2024), su nuevo libro que se divide en cuatro partes, todas posibilidades de un artefacto literario que dinamita las certezas de la mirada.
El que resucita viene para no morir jamás
Al final de la entrevista, la escritora nos dice que “El que resucita viene para no morir jamás”. Creo que si Arthur Rimbaud anduviera por ahí, entre otros atrevimientos, cerraría las escuelas literarias y leería a Angélica Liddell.
Caridad
Edgar Borges: - ¿Tu nuevo libro Caridad es un canto para quebrar la domesticación de los sentidos?
Angélica Liddell; - Es una defensa del arte.
E.B: - ¿La liberación de lo salvaje? ¿La vuelta a la casa primitiva?
A.L: - Solo a través de la poesía podemos matar. Es el regreso a la esencia de la poesía, la violencia santificada por el verso. Medimos el grado de represión de una sociedad a través de la violencia estética. Hay un grado de violencia estética que nos lleva directamente a las preguntas esenciales, primitivas, al terror preexistente, a las emociones. Sin esa violencia no accedemos a la caverna.
E.B: - “Bienaventurados aquellos que son perseguidos a causa de la justicia”. Acudes a esa proclama de Cristo en el prólogo; sin embargo, esas palabras, aun cuando no se citan, recorren todo el libro como pólvora. ¿La redención es sólo para los miserables? ¿En la corrección se ocultarán los seres siniestros?
A.L: - Sin crimen no hay redención. La poesía es nuestro crimen. Yo siempre hablo en términos estéticos. Sade lucha contra la violencia del Estado imaginando lo intolerable. Las violaciones de Justine luchan contra la violencia del Estado. El imaginario sadiano lucha contra la violencia del Estado. Camus hace pasar sus planteamientos filosóficos a través de un personaje inmoral, Calígula. En Caridad intento hacer lo mismo con Gilles de Rais. Perdonamos a Calígula y a Gilles de Rais gracias al verso. Es un perdón simbólico. Realmente perdonamos a la poesía. Perdonamos a la belleza. Perdonamos al teatro. Solo este perdón devuelve al ser humano su complejidad, su origen, su preexistencia. El arte depone la ley. Pero ahora sucede al revés. Se mutilan libros, entrevistas, cerebros…Son tiempos de una hipocresía y una literalidad tan destructivas, que solo lo inmoral estético nos devuelve emociones y sensaciones perdidas, así como un asombro intelectual. Necesitamos sentir al monstruo que somos. Necesitamos ver a la dama empapando su pañuelo en la sangre del guillotinado, necesitamos ver los penes erectos de los espectadores durante la ejecución, y no juzgarlo, y no juzgarlo, solamente queremos contarlo, provocar emociones, no empobrecernos con lo didáctico y el mensaje esperanzador. Queremos que Michael Myers no muera. Míchael Myers no puede morir. Las normas de conducta se han convertido en una invasión de ultracuerpos. Ya nadie es lo que es. Las personas solamente PARECEN, no son. Solo hay vainas produciendo ultracuerpos a nuestro alrededor. El dueño de la zapatería ya no es él, sino el ultracuerpo del zapatero, el que te denunciará. Hay una especie de sistema inquisitorial autoregulado por la ciudadanía, donde todo se ha vuelto punible. Cuando esa punición afecta al arte se establece un totalitarismo estético, a muchos niveles. El mundo de la expresión se homogeiniza a causa de los ultracuerpos. Es una invasión. Todos a nuestro alrededor son larvas de gilipollas.
E.B: - En el capítulo 2, titulado “El amor es el desacato al trabajo”, dices: “A veces la rebelión es simplemente bailar, bailar, la ternura”. ¿Imaginas alguna música en particular para despertar la ternura?
A.L: - Una canción de amor, una bonita. “Mujer, si puedes tu con Dios hablar, pregúntale si yo alguna vez te he dejado de adorar…”. Esa canción en Hong Kong, antes de que Hong Kong fuera China.
E.B: - ¿Gracias al castigo de los condenados la sociedad lava sus culpas?
A.L: - La sociedad nunca tiene sentimiento de culpa, por tanto, no saben ni lo que tienen que lavar.
La escuela de los expertos cervantinos
E.B: - ¿El espíritu se desnuda y el crítico sólo ve un cuerpo?
A.L: - Ni siquiera ve el desnudo en sí. El crítico se ve a sí mismo. Es un narcisista.
E.B: - ¿Qué suerte corren los que pretenden hacer arte y no aman a Pasolini?
A.L: - Que se dediquen a otra cosa. Pero, ojo, para ser un buen médico o un buen electricista también se necesita amar a Pasolini.
E.B: - ¿Y los que no dinamitan la realidad como Thomas Bernhard?
A.L: - Los conformistas, los timoratos, los amables, solo tienen miedo a perderlo todo. A mí me dan pena. Pueden pasar la vida entera sin decir lo que piensan. Incluso sin pensarlo.
E.B: - ¿Todo arte se hace desde el exorcismo? Y si es así, ¿qué se libera?
A.L: - El arte es ante todo un problema estético muy difícil de solucionar. Crear un lenguaje que transfigure la realidad, eso es lo complicado. Liberarse solo se liberan los orines, la sangre, las flemas y los excrementos.
Antipatriota
E.B: - ¿Acaso no es una necesidad de todo artista ser antipatriota para poder descender a las cloacas de la geografía que la mayoría celebra?
A.L: - He visto unas declaraciones de Víctor García en la Maison de Jean Vilar, en Avignon, en las que dice que no pertenece al teatro, ni al arte, ni a la cultura, ni a los intelectuales, ni siquiera a sus semejantes. Los sentimientos de pertenencia adocenan porque tienden a la protección, al conservadurismo. Para adentrarse en las sucias entrañas de cualquier realidad, incluido uno mismo, ha de hacerse con un sentimiento de desarraigo, no de pertenencia.
E.B: - El Quijote es citado en la tercera parte del libro como el idealista en contrapeso al bribón que se siente patriota. ¿La patria no es territorio para soñadores?
A.L: - Los soñadores siempre quieren estar en otro lugar.
E.B: - ¿Falta valentía en la literatura española y de ahí la nula influencia de Cervantes?
A.L: - España está llena de expertos cervantinos pero no hay valor para construir un artefacto experimental a la altura que lo hizo Cervantes. Cuando se intenta escribir demasiado bien se pierde la perspectiva del riesgo. España es un país de pequeñeces.
E.B: - ¿Hay demasiada gente escribiendo desde el cerebro? ¿Falta escribir desde la magia, desde el ritual?
A.L: - Lo que hay son muchos descerebrados. Esa es la cuestión. Falta pensamiento. El hecho de escribir, la acción de escribir, tal y como lo concibe por ejemplo Karen Blixen, ya implica un pacto, un ritual, pero hace falta pensamiento, ideas, ambiciones estéticas.
Fuimos los primeros en surcar las sangrientas aguas de los encantos
E.B: - La última parte del libro la integran imágenes. Después de todo, ¿la apoteosis?
A.L: - Esas imágenes siempre estarán, perdurarán, lucharemos para que perduren. Mientras pueda ver un grabado de Toshio Saeki o Le Mepris de Godard estaremos salvados.
E.B: - ¿Angélica Liddell ha resucitado, volvió entre los muertos?
A.L: - El que resucita viene para no morir jamás. La Parusía. Eso significa que es el final de los tiempos. Moriréis todos menos yo.