En su nueva película, The Party, la cineasta británica Sally Potter plantea una reunión de amigos en la casa de Janet (Kristin Scott Thomas), quien ha sido nombrada Ministra de Sanidad. Al comienzo, vemos a su marido Bill (Timothy Spall) sentado en el salón, idiotizado y alcoholizado mientras suena I’m a Man, en versión de Bo Diddley, toda una puesta a punto para caracterizar al personaje. Poco a poco van llegando los invitados a la fiesta que celebra el nuevo cargo de Janet, perteneciente a un partido político que nunca se nombra pero que no resulta complicado averiguar cuál es por su carácter progresistas de Janet. El resto de invitados son April (Patricia Clarkson) y su compañero, Gottfried (Bruno Ganz), Martha (Cherry Jones) y su compañera, Jinny (Emiliy Mortimer) y, finalmente, Tom (Cilian Murphy).

Cada uno representa a una idea, casi un imaginario particular: April es la cínica madura, a vuelta de todo y que no tiene problemas para cuestionar a todos sus compañeros y sus actitudes. Su compañero, Gottfried, representa a un abanderado de las nuevas religiones new age, soltando diatribas y consejos en todo momento y buscando siempre una suerte de comentario pseudo-espiritual para cualquier cuestión. Martha es, como Bill, una intelectual, profesora universitaria, quien acude junto a su pareja, Jinny, conformando la pareja lesbiana del grupo aunque en su construcción repiten estereotipos de las parejas tradicionales en tanto a que Martha domina y casi somete a Jinny, complemento ‘joven’ de la intelectual. Finalmente, Tom representa los poderes económicos y especulativos, un cocainómano agresivo que llega a la fiesta con un plan…

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Potter plantea The Party como una suerte de whodunit, desarrollando toda la trama en un escenario único –la casa de Janet- y con un puñado de personajes, rompiendo la teatralidad mediante una fotografía en blanco y negro que aporta al realismo visual una suerte de extrañeza que potencia el trabajo con esos personajes a modo de ideas o arquetipos. Introduce un notable sentido del humor, con una mirada muy irónica que rebaja la gravedad de los sucesos pero sin restarles hondura. Es posible que Potter sea en muchas cosas obvia y simplista, pero en el fondo es lo que persigue: lanzar una mirada audaz sobre la hipocresía imperante en la sociedad –no solo británica- y arremeter con ese progresismo de salón, que ahora se ha extendido por redes sociales, espacio para dar lecciones, indignarse y posicionarse moralmente por encima de los demás. Así, Potter pone en cuestión el progresismo político burgués, de muy buenas intenciones pero hipócrita comportamiento; a la masculinidad herida y al feminismo intelectualizado y buenrollista; al poder económico en su agresividad y su violencia; a las nuevas y a las viejas religiones; al concepto de pareja, más por cuestiones de poder entre sus integrantes que por cuestiones de género…

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Y lo hace mediante una historia que avanza con continúas variaciones, transformándose, para con cada giro argumental mostrar un elemento más que desnuda a sus personajes, que muestra su hipocresía, sus dobleces morales. Puede que The Party, como decíamos, se muestre demasiado obvia en algunos planteamientos, pero lo cierto es que funciona a la perfección como crisol de una desvergüenza ideológica que campea a sus anchas por la sociedad –una vez más, entrar en redes sociales puede dejar bien claro este asunto- habiéndose asumido desde cierto progresismo ideológico un aura de superioridad moral que no es más que superficie y que se acepta con total naturalidad si atisbo de cuestionamiento, porque, ya se sabe, ciertos temas y actitudes no puede ser puestos en tela de juicio. Que Potter lo haya hecho en The Party, otorga relevancia a su mejor película en muchos años, y una de las más mordaces miradas hacia nuestro presente. Una propuesta tan reveladora como incómoda en lo que expone.