Hoy se cumplen 14 años desde la muerte de Amy Winehouse. Tenía solo 27 años cuando fue hallada sin vida en su piso de Londres. Un final trágico para una de las voces más únicas que ha dado el soul en el siglo XXI. Pero más allá del mito del “Club de los 27”, más allá del morbo mediático y las portadas destructivas, Amy sigue siendo una herida abierta en la historia de la música moderna. Y también un espejo incómodo de cómo tratamos —y destruimos— a las mujeres brillantes.

Una estrella fugaz que lo cambió todo

Cuando Amy Winehouse lanzó Back to Black en 2006, el mundo se detuvo. Su voz áspera y herida, sus letras brutales y honestas, su mezcla de jazz, R&B y soul con acento londinense, rompieron todos los esquemas de la industria. En una época dominada por el pop fabricado y el autotune, Amy fue un huracán de autenticidad.

Tenía solo 23 años, pero cantaba como si llevara décadas sobreviviendo. Canciones como Rehab, You Know I’m No Good o Love Is a Losing Game no eran solo éxitos: eran confesiones.  Un diario íntimo grabado sobre vinilo.

La caída pública de una mujer privada

Pero con la fama llegó el precio. Y Amy pagó más que nadie.

Los tabloides británicos la convirtieron en carnaza diaria: su relación con Blake Fielder-Civil, sus adicciones, sus conciertos cancelados, sus desplomes en el escenario… todo fue expuesto, comentado, ridiculizado. Lo que era una batalla interna —la de una mujer joven lidiando con trastornos mentales, abuso de sustancias y una presión brutal— se convirtió en un espectáculo. Y la industria miró hacia otro lado.

Amy no era solo víctima de sí misma: fue víctima de un sistema.

El 23 de julio de 2011: una noticia que paralizó al mundo

Amy Winehouse fue hallada muerta en su casa de Camden el 23 de julio de 2011. Tenía 27 años. La causa oficial: intoxicación etílica. El impacto fue inmediato. Fans, artistas, periodistas, amigos y enemigos callaron, por fin, ante el peso de la tragedia.

Muchos se aferraron al mito del “Club de los 27” —ese selecto y maldito grupo que incluye a Janis Joplin, Kurt Cobain, Jim Morrison o Jimi Hendrix—, pero Amy no necesitaba pertenecer a ningún club para ser eterna. Su legado ya era imparable.

¿Qué diría Amy hoy?

En una industria que ahora aplaude a artistas que hablan abiertamente de su salud mental, que reivindican su vulnerabilidad y sus traumas en canciones virales, es inevitable preguntarse: ¿qué habría hecho Amy si el mundo hubiera sido un poco más compasivo?

¿Habría sobrevivido en la era post-#MeToo? ¿Habría encontrado un espacio más seguro, más libre? ¿Habría escrito más himnos, más versos cargados de rabia, de amor, de derrota?

Nunca lo sabremos. 

Hoy, más que nunca, Amy

Este 23 de julio, mientras suena Back to Black en alguna radio o alguien redescubre Frank por primera vez, recordamos que Amy Winehouse no murió en 2011. Murió cuando la sociedad decidió que una joven brillante podía ser triturada por su dolor frente a las cámaras. Murió cuando confundimos espectáculo con sufrimiento.

Pero también nació una leyenda. Una que, 14 años después, sigue viva. Y que canta, desde algún lugar, lo que muchos no nos atrevemos ni a susurrar.

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